7 de diciembre de 2017

¡Unucba Nachuza!


Es un día brillante y cálido, perfecto para salir a tomar el sol en la arena. La comida que ha preparado Social estaba deliciosa, y aún así, tengo hambre, porque repetiría una y otra vez hasta que no quedase nada. Servatrix canta, en el jardín, la canción que se inventó para ayudar a Madurez a dormir por las noches, es una niña tan tierna... Madurez me ha pedido que la coja de la mano y la lleve con ella a la playa. Ella también tararea una canción que parece estar improvisando.
Noto la arena caliente entre los dedos de los pies. No es una sensación a la que esté acostumbrada, porque siempre que me toca encender las antorchas en la playa, llevo las botas de la armadura. Hoy descansa encima de la cama, junto a la espada. Madurez se tira de panza contra la arena y empieza a rodar y a rebozar su pelo rubio. Susurro practica el tiro con arco, y Stille le da la mano. Les pregunto si van a querer bañarse, y dicen que no. Yo me tumbo en la arena y cierro los ojos, el sol apunta directo hacia mi cuerpo, y pienso refrescarlo en cuanto esté caliente.
Abro un ojo, porque escucho pasos a mi lado, es Afrodita, que acaba de salir del agua y camina hacia mí. Tiene un cuerpo tan envidiable... Ella me saluda y posa la palma en mi vientre, yo la insulto, ella ríe. Me dice que lo echará de menos. Yo también...
Alguien grita. Servatrix regaña a Madurez por rebozarse en la arena. Ella ahora mismo está haciendo el pino con ese cuerpo regordete, ¿cuándo ha aprendido a hacerlo? Si apenas camina... La niña, que apenas habrá cumplido dos años, corre hacia el mar. Espera, pequeña, no vayas sola... Intento incorporarme. Pero no puedo. Afrodita dice que debo ir a por ella. No puedo hacerlo.

Abro los ojos, y me quedó así, un rato. Es de noche, cerca de amanecer, y hace frío. El agua se estrella contra el acantilado, algo lejos a la izquierda, y aunque seguro que estamos moviéndonos, con la mirada fija en las estrellas que pierden brillo, pareciera que nunca lo hacemos. Duch me mueve por los hombros, y le digo que estoy despierta. No hay casa, no hay arena caliente, sino madera dura y húmeda. Los Creadores.
Me acuerdo de todo lo que he estado soñando. Ojalá no lo hubiera hecho.

—Duch —digo—. ¿Qué pasa?
—Hemos encontrado una playa.

Echo un vistazo al acantilado que aún se levanta a nuestra izquierda, sigue siendo grande, pero es menor que el que me acompañó hasta dormirme, y está descendiendo más cada vez. La luna hace brillar las olas que rompen en la costa, a unos trescientos metros, desde aquí se escucha el lejano graznido de las gaviotas.

—¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Desde que te dormiste, un par de horas. No hay viento, y hemos estado cansados para remar con todas nuestras fuerzas, así que no habremos hecho más que unos kilómetros, a lo sumo.
—Está bien. Gracias por quedarte.
—¿Despierto al resto, o espero a que amanezca?

Les echo un vistazo. Más allá de Energía, que sigue remando, Ánima ha mugido levemente con una pequeña sacudida del barco, y la Señorita Lorraine duerme muy profundamente. Repar se ha dormido boca arriba, sus dedos rozando el hombro cercenado. Afrodita tiene la misma cara relajada que en la hoguera, pero más que dormir, parece haberse quedado inconsciente de nuevo, y Stille duerme a su lado, sentada junto a la barandilla, con las piernas cruzadas y la cabeza caída. Social está despierto, y me sonríe cuando le miro. Le sonrío yo también, no sé bien por qué. Noto en mi tripa un dolor que me había dejado en paz hace tiempo, el dolor del hambre, y seguro que estamos todos muy cansados... pero debemos continuar todos hasta que estemos a salvo.

—Luchadora.
—Sí, despiértales. No sabemos aún cuánto caminaremos.

No sé aún si encontraremos agua o comida pronto, o moriremos.
La sensación de tierra firme después de horas en el barco es reconfortante y extraña. Bajar a las monturas de la madera requiere de la habilidad de Energía, y luego, encallar el barco se hace muy complicado. Apenas logramos empujarlo unos pocos metros, supongo que porque somos pocos, y Duch se las ingenia para amarrarlo a una roca de mala manera, con la cuerda que sobró en la cueva.
Más allá de la playa, no hay más plantas que matorrales secos y puntiagudos, retorcidos. El camino asciende en una cuesta difícil, hecha de roca musgosa y resbaladiza, que hace que Duch se caiga mientras arrastra a Afrodita y ella apenas haga un estertor de dolor que dura minutos, tiene la cara tan pálida... Las monturas van detrás, luchando por no resbalarse y caer. Duch y yo abrimos la marcha, Energía y Social arrastran a Repar, detrás, y Stille cierra el paso, detrás de las monturas. Social cojea.

—Soy una carga —dice Repar—. Dejadme en una esquina.
—Entonces, dejadme a mí también —dice Afrodita—. Pero acabad con mi dolor antes.
—No, Afrodita —le contesta—, tú sálvate, al menos estás entera.
—¿Os vais a callar? —digo—. Nadie va a dejar a nadie, ¿entendido? Somos un equipo.
—Se os va la fuerza por la boca —dice Energía—. Esperad a que encontréis alimento.

Cuando la cuesta termina, tan solo veo un yermo seco y árido que se extiende a lo largo del continente. Estamos a gran altura, el mar se escucha algo lejos... ¿Y cuántos kilómetros de yermo se extienden a lo largo de este continente? Este color marrón oscuro con tintes rojizos, ahora apagado por la noche, es todo cuanto las mentes podíamos ver desde nuestras costas sobre esta tierra. Un continente vacío de vida y despoblado, corroborado por los informes de Dante. Por un tiempo, pensé que todo cuanto nos había dicho de esta zona era mentira, pero quizá, después de todo, sí fuera cierto. Más nos vale que haya algo más que desierto. No hay ni un árbol tan solo, solo matorrales secos, nada comestible, nada que indique agua, que indique verde. Escucho el siseo apagado de una serpiente, juro que, aunque fuera cruda, si la veo, la mato a bocados.
No hay nada que ver durante el tiempo que todos caminamos. No paro de oír sonidos de animales, pero no veo ninguno, y siempre, de fondo, se escuchan las hojas que sirven de cama a Afrodita, arrastrada por Duch, que pone bastante cuidado en apartar las piedras que se encuentra en el camino.

—Luchadora —dice Energía.
—Energía.
—Me siento extraña.
—¿Por qué?
—Siento que estoy perdiendo facultades de control sobre este cuerpo. Quisiera caminar más deprisa, pero no puedo. Quisiera empujar a Repar con más fuerza, pero no lo consigo.
—Ya te he dicho que me dejes a un lado, soy una carga.
—¡Cállate, Repar! —le digo, y vuelvo con Energía—. ¿Has dormido?
—¿Qué?
—Que si has dormido.
—Nunca he dormido —dice.
—Pues necesitas dormir.
—¿Por qué?
—¿Por qué crees que nosotros dormimos? Nuestro cuerpo tiene que descansar.
—Oh...

La miro cuando lleva un rato sin hablar. Más allá de sus ojos verdes y brillantes, que ocupan de párpado a párpado todo el espacio, se nota que mira al horizonte, sorprendida.

—¿Entonces no es problema mío? —dice.
—Sí que lo es. Al menos si quieres cuidar de este cuerpo.
—Oh... No lo había pensado así. Pensaba utilizar este cuerpo como estuche funcional, pero cada momento que me separo de él, intenta morirse, y ahora encima debo dormir. No sé dormir. Sois increíblemente frágiles.
—Es lo que tiene vivir en el cuerpo de un mortal, cariño —dice Afrodita, con voz ronca—. ¿Por qué no vuelves a la base de vez en cuando?
—Mi base está destruida.

Pese a su tono de voz, completamente neutro, muestra un rostro apenado. Se echa la melena ondulada roja hacia la espalda con la mano que tiene libre, y la engancha en su oreja.

—Lo siento —dice Afrodita.
—Ahora soy mortal. Al menos, si mi cuerpo muere antes de que pueda poseer otro.
—Pero tu cuerpo... ya está muerto —dice.
—No. Murió, pero yo lo he devuelto a la vida. Reparé las arterias dañadas, le inyecté sangre, y hago que el corazón lata para mantener el cuerpo vivo. El cerebro ha sufrido daños, pero por suerte, es lo que menos necesito. Mi propia esencia funciona como una unidad centralizadora que da órdenes... —Carraspea—. Perdón. Da órdenes nerviosas y hormonales sin necesidad de un cerebro, de hecho, así es como tomo posesión del resto de seres. En mi caso, de querer hablar con la voz de la joven a la que he poseído, sonaría dañada, así que tengo suerte de que muriese por un corte en la garganta y no una estocada en el corazón, pero si una amenaza le provocase una herida irreversible a este cuerpo, me vería en la obligación de abandonarlo.

Nadie contesta, mientras el sol parece querer salir en este páramo muerto, que comienza a iluminarse.

—Por Mentes, Energía —dice Repar—. Haces que suene horrible.
—Me temo que mi esencia consiste en afirmar lo que en el momento considero que es cierto, Repar, no en la de suavizar con detalles sutiles dichas afirmaciones para que resulten más agradables. Quisiera aprender de Social, pero parece autista.
—¡Energía! —le grito.
—Era un chiste —dice—, pero no os habéis reído. Otra vez.
—Energía es gay —dice Social.

Todos nos giramos para mirarle, incluso Duch se ha parado para darse la vuelta.

—Estoy haciendo experimentos —dice.

La luz del sol ilumina las montañas que hay al fondo, una gran hilera horizontal que parecen atravesar el continente de lado a lado. No sabría determinar cuánto de ancho es, pero diría que es así... Un momento. Verde. Más allá del descenso de la altura del terreno, puedo distinguir una frondosa jungla, que comienza de forma brusca a cierta distancia de aquí. Es definitivo, la luz ilumina mejor este lugar desierto, y no veo frutas, no veo animales más que una bandada de pájaros volando a gran altura, y no hay ni rastro de comida, pero en esa jungla hay grandes probabilidades de que encontremos algo, antes de desfallecer.
A Stille parece que le pica la espalda, porque lleva rascándose un rato, estoy por ofrecerme a ayudarla, no sé, aunque ahora parece que quiere subirse al caballo, así que mejor no lo hago. ¿Qué ha sido eso? Me parece haber visto un conejo corriendo a mi izquierda, pero ahora no veo nada. Ha desaparecido... quizá esté viendo visiones.

Respiro profundamente, para que, aunque no esté tranquilo, al menos lo aparente. Me arremango la chaqueta y la camisa para que la marca de Miedo se vea bien clara en mi antebrazo. Aristóteles respira tranquilo, de forma pesada, camina entre la hierba alta con gracia, como si fuera un ser del agua, o del viento. El puente está cada vez más cerca, y no he pensado siquiera un plan de huida, más allá que el de correr en sentido contrario. He engañado a un esbirro de Miedo, pero ahí hay lo menos tres apostados... no, hay un cuarto. Aristóteles los ha visto, porque se ha vuelto intranquilo, y yo procuro tratarle mal, lo suficientemente alto para que me escuchen. Que vean que no les tengo miedo.
¿Y si uso la espada en caso de que no funcione? Nunca he usado una, más allá que el crimen que cometí, con esta misma espada. Si no la he tirado es porque no quiero deshonrar la memoria de Razón. Nunca imaginé un mundo sin Razón... bueno, miento. Claro que lo imaginé, igual que un mundo en el que todas las mentes murieran, pero eran todos escenarios infernales, escenarios que deseché desde el momento en el que las conocí, ese momento en el que me iluminaron con su bondad, y me aceptaron como uno más de los suyos. Y yo les agradecí matando a... no quiero recordarlo. Espero haberlo compensado.
Pues no, no lo he hecho. Les abandoné cuando más me necesitaron.

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Ya estoy en el puente. Los tres guardias metálicos permanecen vigilando la entrada, dos más enclenques, pero armados, a los lados, y un gorila de pelo azul en el centro, que no parece metálico en lo absoluto. Hay un cuarto, apoyado en una roca, ahora detrás de mí, con una capucha que tapa su rostro, que no se ha movido. El gorila me mira, los dos centinelas me apuntan con sus armas, una de ellas es de fuego, una especie de escopeta.

—Baja del caballo y tira las armas. Estás bajo arresto.

Me hablan las dos voces metálicas de los dos a los lados del puente.

—¡Idiotas! —grito—. ¿No tenéis ojos en la cara?

Les muestro la marca de Miedo, que reluce con especial intensidad morada ahora mismo. Me la quedo mirando un rato, sin poder evitarlo. El gorila se aparta, sin hacer siquiera un gesto, y los otros dos vuelven a su posición.

—Lo siento, amo.

Comienzo a caminar, golpeando levemente a Aristóteles cada vez que se muestra nervioso. El cuarto guardia, el del rostro tapado, a mis espaldas, comienza a reír con una voz nada parecida a la de los esbirros, más bien parecida a aquella con la que hablé en aquella guarida oscura y verdosa, cuando me hicieron aquello, mientras una araña gigante colgaba encima de mí.
Esa risa la escucho cerca y la escucho lejos, me da un escalofrío. Pero no puedo mirar atrás, o me descubrirán. Sin embargo, conforme me alejo de ellos, comienzo a acelerar el paso de Aristóteles. Le digo que lo siento mucho, le acaricio, pero de espaldas sigo erguido y confiado, sigo siendo un discípulo de Miedo... ¿Lo soy?

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La selva está cada vez más cerca, y donde hay selva, hay río, hay comida. No aguanto más sin ella. El cuerpo me ha dado unas fuerzas extras, como si estuvieran formadas de hormigueo, pero se nota por mi vista que no duraré mucho. Por dios, ni siquiera puedo enfocar en un árbol. Todos estamos cansados, tenemos que aguantar un poco más.

—Vamos, chicos —digo—. Aguantad. Estamos cerca de la comida.

Acabo de ver cómo Stille, según les hablaba, casi se cae del caballo. Tiene los ojos casi cerrados, y se tambalea peligrosamente. Duch sigue arrastrando a Afrodita a pie, y ella le ha pedido que por favor la arrastre con Ánima, pero no hace caso, estoy seguro que lo hace para que la cadera rota de Afrodita sufra lo menos posible, pero es que apenas puede con ella. Me ofrezco a ayudarle, pero se niega. Y les pido permiso para montar en Lorraine, porque no puedo más. Esta no soy yo. Yo era siempre la última en descansar.

—Por favor, Luchadora, descansa —dice Repar—. ¿Te importaría si me subo contigo y me sujetas?

Él y yo encima de Lorraine, y Energía acaba de unirse en el sitio que queda en el gran asiento de la silla, justo al lado de las alforjas donde están las armas. Social monta a Ánima, pero Duch sigue arrastrando a pie a Afrodita, pese a sus múltiples peticiones de que no lo haga así. Que aguante solo un poco, la selva comienza en unas decenas de metros... realmente de forma brusca. A este lado del campo árido, no hay vida, no más de la que he podido oír, y a menos de cincuenta metros, los árboles se alzan bien altos, en un bloque bien frondoso. Escucho ruidos de pájaros que cada vez se hacen más presentes. Ya casi estamos.

—¡Chicos!

No puede ser, una voz familiar. Freno a la montura y miro detrás de Energía, donde un caballo se acerca a gran velocidad. Lo monta Eissen...
Sabíamos que estaba vivo, pero no esperábamos verlo. No sabíamos qué haría, y no había forma de contactar con él, tampoco queríamos exponernos a Miedo o a Los Creadores, aunque Desánimo dijera que se han ido. Duch corre a medio gas para abrazarlo, él se baja del caballo y lo abraza con muchas ganas. Es Aristóteles, ha sobrevivido...
Bajo de Lorraine, con cuidado para no tirar a Repar, y camino hasta él. Está muy contento.

—¡Pensé que no volvería a veros! —dice.
—Ni nosotros a ti —digo.
—Estoy muy feliz de que hayáis sobrevivido.

Le doy la mano a modo de formalidad, y él, aunque inicialmente parece contento de verme, baja la mirada y pone una mueca seria, según me retira la mano. Cretino... Miro y toco a Aristóteles, como si fuera a romperse si lo aprieto demasiado. Suspiro. Tú eres todo lo que me queda de Razón, amigo. Así que pongo el pie en la brida y me impulso para montarle, pero unas manos en mis hombros me lo han impedido.

—Espera, ¿qué haces? —me dice Eissen, extrañado.
—Razón hubiera querido que yo lo montara.
—Pero Razón me lo dio a mí. Ahora es mío.

Le miro, sin palabras. No sé hasta qué punto está bien que me indigne, y hasta qué punto él está en lo correcto. ¿Suyo? Razón era mi amigo, hubiera querido que yo lo montara, vuelvo a intentar subir, pero Eissen vuelve a impedírmelo. A mí, a una mente.

—Por favor —dice.

Miro a Aristóteles, que tan solo emite un quejido grave... apenas ha reaccionado cuando me ha visto. Normalmente le caía bien. Junto a la silla, en una de las alforjas, veo el mango dorado de la espada de Razón sobresalir, y por debajo, el primer palmo de la hoja ha cortado el cuero. Le miro, una última vez, y me voy, dejo pasar a Social para que salude, y me dirijo directa hacia la Señorita Lorraine, que parece sentarle mal que me suba. ¿Qué tienen ahora los animales contra mí, eh?

—¡Deja de quejarte, puerca! —le digo, aunque no me habrá entendido.
—¡Eissen, cariño! ¡Estoy aquí!

Afrodita está tumbada en su cama de hojas, ahora que Duch no eleva las cuerdas y la arrastra. Cuando Eissen se acerca, se lleva las manos a la boca, y se preocupa por ella. ¿Soy yo... o veo a Eissen más cálido que de costumbre? ¿Qué oculta? Tiene una costra, o un moratón, en el antebrazo.

—¿Te has herido en el brazo, o qué? —le digo.
—¿Qué? Oh, no. —Rápidamente, se sube la manga, hasta la muñeca—. Solo ha sido un golpe.

Todos nos internamos en la selva. Su humedad nos golpea de pronto, como si esta tierra no entendiese de términos medios. El aire, tan solo de respirarlo, podría saciar toda la sed que llevamos acumulada. Los ruidos son constantes, y se reproducen en todas las direcciones de la espesa arboleda... no parece un lugar muy apacible, pero es denso, poblado. Perfecto para ocultarse. Repar, Energía y yo cerramos el camino, Eissen está delante de nosotros, caminando con el caballo blanquecino.

—Oye, Energía.
—Dime, Luchadora.
—Cuando Los Creadores atacaron... tú poseíste a la Señorita Lorraine.
—Sí.
—Estuviste en el establo.
—Sí.
—¿Sabes que le pasó a Hércules?
—Vi a Fulgor y a Cessabit huir, pero no sé si lo consiguieron.

Dejo de sujetar a Repar, por un segundo, y casi se cae.

—No te he preguntado por Fulgor y por Cessabit, te he preguntado por Hércules.
—Hubo mucho caos en la batalla, Luchadora.
—¿Lo sabes o no?

Miro atrás, donde sus ojos verdes brillan desde tan cerca, que puedo ver cada hilo de humo salir de sus comisuras.

—No lo logró. Un rayo blanco atravesó el establo. Impactó de lleno en Hércules, Traxos y Love.
—Traxos... —dice Repar.
—Lo siento —dice—, a ambos.

Hércules siempre fue un gran caballo, mejor que cualquiera. Nunca se quejó, y lo llevé al límite varias veces. Siempre me burlé de Aristóteles por ser más enclenque, más ágil... siempre valoré la fuerza de Hércules. Pero ahora Aristóteles está vivo, cabalgado por Eissen, y yo no tengo caballo.

—¿Afrodita sabe lo de Love? —digo.
—No... Juzgué que ya padecía suficiente.
—Ya...
—¡Mirad! —grita Afrodita.
—Afrodita, baja la voz —le digo.
—Perdón, pero mira eso.

Del tallo de un helecho grueso como árbol, cuyas hojas prácticamente lo ocultan, veo una mancha naranja trepar por él. Me fijo como puedo, pero apenas logro enfocar, del cansancio. Parece un lagarto, o un camaleón, y bajaría ahora mismo y lo cocinaría, pero ese color no me inspira confianza. Más allá del enorme helecho, surgen sonidos extraños de todos los lugares de la selva. El sol apenas ilumina, de una forma similar a la jungla que hay próxima a nuestra antigua casa, pero este sol es más verdoso, más sucio, más salvaje. Las lianas se arremolinan entre las copas de los árboles, y las ramas de cada uno se entrecruzan. Estos tienen el tronco más fino, pero se encuentran cubiertos por toda una mitad de musgo espeso, que se esparce por el suelo y cubre toda la tierra de verde y de hojas. Ni siquiera avanzamos por un camino, tan solo sigo a Ánima, que no para de vacilar sobre por dónde continuar, buscando siempre un claro entre árboles. A unos metros a mi izquierda, observo una enorme telaraña, brillante en algunos puntos, en la que una araña amarilla y negra de medio palmo se encuentra en el centro, inmóvil. ¿Dónde nos hemos metido?
Todos paramos. Cuando pregunto qué pasa, me mandan callar. Duch ha visto un grupo de aves cantando en una rama, grandes, verdes y marrones, menudo ojo tiene Duch.

—¿Y qué hacemos? —susurro.
—¿Alguien tiene un arco, o algo así?
—Yo, yo, yo perdí el arco en la casa —dice Social.
—Mi bastón —susurra Afrodita—. Dadme mi bastón de las alforjas de Lorraine y son míos.

Yo misma bajo y lo agarro de las alforjas, sujeto por dos agujeros laterales improvisados. Mientras lo retiro, pierdo la vista. Apenas puedo caminar derecha. La humedad del aire me recuerda el agua que necesito, y esos pájaros toda el hambre que tengo. Orientan la cama de hojas de Afrodita, incluso Duch avanza el respaldo improvisado para que esté sentada, pero eso le duele demasiado. Apunta un rato, sujetándolo tan solo con un brazo, con ligero temblor. Nos ofrecemos a disparar por ella, dice que no, ella sigue apuntando, mientras las aves cantan, ignorantes, finalmente un rayo rojizo sale del bastón e impacta en un ave, sale otro rayo, muy seguido, que falla. Las aves huyen volando.

—Lo siento.
—¡No pasa nada! —dice Duch—. ¡Comida! ¡Preparad un fuego!

Se interna de lleno entre los helechos, que le superan en altura, y le perdemos de vista. Oímos, aún así, el frotar de su piel contra las hojas. Ahora no oímos nada, supongo que ya lo estará cogiendo. Y ahí está de nuevo, el sonido de Duch volviendo hacia nosotros, y cuando finalmente aparece, está de espaldas a nosotros, con las manos en el alto, mirando al verde frondoso. Llevo mi mano a la cintura para coger la espada negra, pero no está ahí, está también en las alforjas de Lorraine. Poco a poco, un pincho de color marrón se asoma entre las hojas, luego tres más. Retrocedemos, pero cuando miro hacia atrás, varios más de esos pinchos aparecen por nuestra espalda, y luego saltan hasta cubrir el camino. Son humanos, de piel similar a la de Jil Ehrad o al del cuerpo actual de Energía, pero no veo sus rostros, ni sus cuerpos, porque tienen una enorme máscara alargada que cubre casi todo su cuerpo. Pronto se dejan ver todos, nuestro grupo se comprime, y la Señorita Lorraine se pega mucho a mí, me aprieta contra los demás y me encierra más, en el centro del grupo. Miro como puedo, más allá del cuerpo de Ánima o el de Duch, múltiples de esas máscaras marrón oscuro, con forma de cara alargada, de ojos grandes y bocas talladas en la madera y en pajas. Hay demasiados, y no tengo fuerzas para luchar.

Uno grita palabras incomprensibles, casi parecen un cántico. Los lanceros que están en el camino improvisado del que venimos gritan unas palabras, algo parecido a ¡ura, ura! Y, como si eso fuera todo y se acabara el espectáculo, se retiran. Los de atrás, más allá de la gigantesca Señorita Lorraine, siguen gritando ura, ura.

—Están haciendo gestos para que avancemos —dice Energía.
—¿Avanzar a dónde? —dice Repar.

Más gritos, provenientes de los de alante, repiten otra palabra, parece que digan ¡máscala, máscala! ¿Qué debo mascar? No entiendo nada. Duch se aproxima a Ánima para montar en el toro robusto, pero una máscara que aparece entre los helechos le apunta y amenaza. El cuerpo de Duch tienta a volverse pequeño. También lo noto en Ánima, cuyos músculos pierden algo de cuerpo y sus cuernos se levantan ligeramente hacia arriba.
Avanzamos lentamente por el camino por el que nos conducen. Lorraine no cabe por algunos espacios, y Repar y Energía chocan contra lianas que les estiran hacia atrás, en ese momento aparecen dos cuerpos enmascarados de la nada, y las elevan, desde los troncos de los árboles. Ura, ura, susurran de atrás, máscala, máscala, susurran desde adelante. Entre el pasillo de árboles enverdecidos, rodeados por decenas de gritos de pájaros y lo que parecen algunos mamíferos, avanzamos, a veces bajo la atenta mirada de cuerpos enmascarados subidos a los árboles, vigilándonos con esas grandes caras talladas en la madera y las pajas, siguiendo con la cabeza la trayectoria que caminamos.
Ura, ura, máscala, máscala. De vez en cuando, cuando las hojas me lo permiten, veo que los cuerpos que nos rodearon nos siguen también desde nuestros laterales, a veces por lugares imposibles, otras veces completamente ocultos. Pero esos cuerpos trepan, se balancean, se acuclillan, arrastran, ruedan y saltan sin hacer un solo ruido. A veces dicen, tan bajo que apenas puedo oírlas, palabras ininteligibles, en un idioma que jamás había escuchado. Esa gente, sin ir más lejos, ni siquiera había oído hablar de ellos, por supuesto, tampoco por parte de Dante.

—¿Adónde nos llevan? —dice Eissen.
—Esperemos que no nos lleven ante Dante, Eissen—dice Energía.

Un cuerpo desciende de pronto desde lo alto de los árboles, agarrado a una liana, sigue bajando hasta colocar su máscara a dos palmos de la cabeza de Energía y dice una única palabra, chuca, o algo así. Es la primera vez que veo uno de sus cuerpos completo, es una mujer. Energía, sin palabras, se queda callada mientras el cuerpo asciende de nuevo a gran velocidad.
El terreno baldío y salvaje comienza a suavizarse, pero las raíces de árboles son ahora más finas, y más constantes. Conforme Ánima avanza, veo a Afrodita subir y bajar por los desniveles de terreno en su cama improvisada, aguantando el dolor entre lágrimas. Aguanta, valiente, aguanta...
Los árboles se abren abruptamente, y entramos en un claro, donde la tierra poco a poco deja de ser verde. Nuestro grupo comienza a abrirse, y puedo ver mejor los detalles. En lo alto de los árboles que rodean el claro, veo chozas iluminadas por los rayos del sol, construidas con madera, chozas de varios pisos instaladas entre los troncos de los árboles, y bajan hasta abajo. Hay varias de ellas. Y en el centro del claro, apartándose a los lados, veo personas, de piel oscura como los soldados que nos han llevado hasta aquí, veo mujeres, veo hombres, veo niños. Todos bajitos, todos menores en estatura que yo. Según los soldados entran, observo que tienen también una altura inferior, ellos rápidamente nos van rodeando, hasta que a nuestro alrededor solo hay máscaras, unidas de forma total. La Señorita Lorraine hace un movimiento con las patas que me empuja más hacia afuera, más cerca de la punta de las lanzas.
Y así nos quedamos. Ellos sin decir nada, yo luchando porque Lorraine no vuelva a empujarme o acabaré con un pinchazo en la garganta. El sonido de los animales en este claro es menor, pero sigue envolviendo todo el entorno. Los rumores de los habitantes de la tribu crean un ruido constante que casi pasa desapercibido.
Un portazo golpea la casa frente a nosotros, al otro lado del camino, la más grande de todas. Una mujer cruza el umbral, de la misma piel y estatura, pero con un gran tocado de plumas en la cabeza. Tiene en muñecas y en tobillos varios adornos, de los que cuelgan plumas, y la cara y los brazos pintados con líneas de varios colores. Según camina hacia nosotros, los habitantes de la tribu hacen una leve reverencia, y los soldados comienzan a abrirse para dejar un espacio entre ella y nosotros. Hasta que se coloca a pocos metros del trupo, solo hemos escuchado el golpe de la planta de sus pies contra la tierra húmeda. Y se nos queda mirando, un buen rato, uno a uno, incluso a las cuatro monturas.

—¡Tú quiénes ser!

Nadie contesta. Defensor solía ser el que representaba al grupo.

—¿Tú no hablar? ¡Ser tú quién, ya!
—Somos las mentes —digo.
—¡Tú venir!

Me señala para me acerque, tiene cara de pocos amigos. Uno de los soldados me coge del brazo y me acompaña hasta estar a solo un paso de su líder. Contando la corona de plumas, me gana en altura no por mucho, y su corona mide más de veinte centímetros.

—Mentes —dice.
—Sí.
—Mentes qué es.
—Somos los que regulan la personalidad de Mentes para decidir por él sus... acciones.

No sé si mi explicación ha sido demasiado compleja. Ella se acerca aún más a mí, se pone de puntillas para igualar mi altura y mirarme de cerca a los ojos, con la misma cara de pocos amigos.

—Tú ser guía de Gran Cham.
—Somos... guías, sí.

Ella está tan cerca que prácticamente está rozando su nariz con la mía, no me estoy sintiendo nada cómoda.

—Y qué haces en jungla Uut —dice.
—Nos han masacrado.

Sigue sin inmutar su cara, sin moverse un milímetro, parece una fotografía. No dice nada, y comienza a asustarme.

—Masacrar qué es.
—Nos han matado.
—Tú viva.
—Han matado al resto de mentes, al... resto de guías. Nosotros vivos.

Sus ojos verdes se abren de pronto, vuelve a su altura natural y se aleja un par de pasos, con la cara de sorpresa.

—¿Tres grandes Pleas? —dice—. ¿Ojo una sola, roca muy dura?

Tres... ¿Se refiere a Los Creadores? ¿Con roca muy dura se refiere al metal de sus cuerpos? ¿Cómo sabe ella esto?

—Sí.
—¿Tú, amiga?

¿Me acaba de hacer la pregunta que me ha parecido escuchar... con esos ojos de expectación?

—Eh... ¿sí?

Ella da media vuelta y, dirigiéndose a su pueblo, grita un sonoro unucba nachuza, y todos comienzan a gritar, a levantar los brazos y a reír de forma nerviosa. Están celebrando. Los soldados se retiran a gran velocidad de nosotros, se quitan sus máscaras, las dejan cara al suelo y apoyan una de sus rodillas en ellas, y en la otra rodilla apoyan la cabeza, con el pie en el suelo. Oigo un pequeño grito de Repar, miro atrás y veo cómo un soldado coge a Stille, la aleja del caballo y la lleva hasta su líder, tumbada en brazos del soldado, boca abajo. Stille tiene los ojos cerrados, está prácticamente inconsciente. La jefa de la tribu parece muy alarmada, coge la lanza del soldado y la clava en su espalda. Yo grito, pero pronto paro, cuando veo que la punta no llega a su uniforme negro, y sin embargo, de la lanza brota un líquido verde. Yo, que estoy arrodillada junto a Stille, no entiendo qué ocurre, y la jefa, que parece haberlo notado, eleva la lanza hacia el sol y comienza a girarla. En su punta distingo extraños brillos cristalinos, pero sigo sin ver nada concreto.

—Tarántulas de desierto —dice—. Veneno. Malas, muy malas.
—¿Qué? ¿Veneno?

En el uniforme de Stille hay dos pequeños agujeros, y ahora veo dos heridas de las que sale una gota de sangre. El soldado carga con Stille y se la lleva, yo me opongo.

—Ella curar. Tú no preocupas, amiga viva.

Miro atrás, a Eissen, Repar y Duch, que no dan crédito. Social no parece haberse enterado aún de lo que pasa, y se le ve aturdido. Energía, sin embargo, está muy tranquila, como si toda la escena hubiese sido completamente normal. Miro a la líder.

—¿Sois amigos de las mentes, entonces?
—Uut amiga mentes, mentes amiga Uut. Nosotras pueblo fuerte, adorar a Gran Cham, adorar a las Pleas.
—¿Por qué?
—Gran Cham es la más allá del cielo. Nosotras adorar a Gran Cham.
—¿Y a los Pleas? ¿Por qué?
—Ellas ser guardianas de Gran Cham, cumplir su voluntad. Matan guías cuando no le gusta. Ellas matan guías, tú no matan. Tú ser Unucba Nachuza.
—¿Y eso... qué es?
—No ser decir con tu lengua. Las más altas que las que deben matadas.
—¿Los que son más... vivos? —digo—. ¿Fuertes?
—¡Fuertes! ¿Fuertes qué es?, ¡pero gusta! Fuertes palabra bonita. Tú fuertes. Muertas malas como arañas, deben muertas, merecen muertas.
—Eh... eso no es verdad. Muertos amigos.
—Muertas arañas —dice.
—Los muertos son amigos.

Ella me mira con cara de enfado otra vez, y yo comienzo a marearme, apenas puedo mirarla.

—¡No! —grita Eissen—. ¡Muertos malos, muertos arañas!
—Ella dice muertas amigas —dice la líder, señalándome.
—Ella tiene hambre, tiene sed, está delirando. —Hace gestos según habla—. Cuando coma, ella dice muertos malos como arañas.
—Eissen... —digo—. ¿qué dices? Honra su memoria.

Déjame hablar a mí, dice él muy bajo, sin mover la mandíbula, y me agarra del brazo. Lo cierto es que estoy perdiendo las fuerzas. Él comienza a hablar con ella, y habla de lo débiles que eran los muertos, ella dice que nosotros somos los fuertes, los Unucba Nachuza, los elegidos por las Pleas. Hablan dos, tres, cuatro veces de lo mismo, y ella no parece aburrirse. Mientras, todos los habitantes celebran, y el resto de mentes han bajado ya de sus caballos porque los nativos van a llevarse a las monturas a algún lugar. Han desenganchado a Afrodita de Ánima, y dos soldados sujetan el cuerpo de Repar, asombrados por estar vivo solo con medio cuerpo, miran y señalan sus fisuras metálicas.

—¡Tú comer, tú beber, tú dormir! Mentes amigas de Uut.
—¿Y tú cómo te llamas?
—Yo Imica, fuerte de las Uut, hija de fuerte Onubagan, ahora más allá del cielo con Gran Cham. —Se dirige a los suyos—. ¡Uut! ¡Naquín uu mató!

Nos pide que la acompañemos a la choza grande, mientras, ella se adelanta con dos soldados.

—¿Por qué has mentido a Imica, Eissen? Nosotros honramos a nuestros muertos.
—Si ella dice que los muertos merecieron morir, habríais discutido.
—Sí.
—¿Y si nos hubieran matado?

Me detengo en mitad del claro. Los demás nos alcanzan y continúan caminando.

—Hubiéramos muerto diciendo la verdad. O hubieran muerto ellos.

Él hace un barrido con las dos manos, como si le hubiese enviado un mal olor.

—Deja de buscar enemigos por todas partes, Luchadora. A veces es mejor una mentira piadosa que un enemigo. Y ahora necesitamos aliados.
—Lo dirás por experiencia, después de todo lo que nos mentiste, ¿verdad?

Su rostro ahora es serio. Se me queda mirando, hasta que da media vuelta y entra en el choza. Me llaman desde dentro. Quizá ahora me haya pasado con él.

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