22 de noviembre de 2017

Nada.


No veo nada por culpa de la niebla negra, nos ha alcanzado pero bien. La cosa está fea para sobrevivir, pero hay que hacerlo, debemos avisar a todo el mundo de que el Faro ha caído. Veo a Eissen con los dos caballos, corro hacia Nadiesda, y de pronto estoy en el suelo, y de pronto me arrastran volviendo sobre mis pasos contra mi voluntad. Un tentáculo me ha agarrado, trato de zafarme, pero me he golpeado la cabeza, no veo nada, y no sé dónde estoy... siento mareo. Por un momento, veo el sol, estoy más allá de la bruma, y por los ruidos sé que el Faro está siendo derruido. El tentáculo me agarra con fuerza y me baja a mucha velocidad, hacia el mar, y mientras siento un empequeñecimiento en el pecho, me preparo para un buen golpe.
En el agua, el tentáculo sigue tirando hacia abajo, porque quiere ahogarme, pero me encuentro cabeza arriba, ahora sé dónde estoy, saco mi maza y comienzo a golpear. No es fácil hacerlo, dentro del agua, pero noto que el tentáculo se está partiendo.
El tentáculo se rompe, me libro del nudo que aún tenía, quiero nadar corriendo hacia la superficie para coger aire, pero otro tentáculo me agarra del brazo izquierdo, otro de la pierna derecha. El pecho comienza a hacerme daño, por el aire, así que debo ser fuerte, parto un tentáculo, el del brazo se niega a partirse, es demasiado elástico, y cuando lo consigo, otro lo ha agarrado en su lugar. La niebla negra cubre el sol sobre mí, y no se ve nada. Golpeo el tentáculo y parece que este me ha soltado solo, corro hacia la superficie y cojo aire, tragando agua, me da igual, entonces otro tentáculo me agarra de la cadera y me hunde para adentro de nuevo.
Este es gordo, es fuerte. Comienza a agitarme, de un lado para otro, y yo intento golpearle con la maza, pero no puedo. Cuando lo consigo, no le hago ni un rasguño. El tentáculo, que sale de la niebla en la superficie, empuja hacia abajo, muy abajo de la superficie. No veo nada, pero siento el tacto viscoso, lo golpeo, lo muerdo, y finalmente me suelta. No veo el sol por ninguna parte. No sé hacia qué dirección está la superficie.
Nado por instinto hacia un lugar, con la maza en una mano que me impide coger el impulso que quisiera. No aguanto más sin aire, cuando la piel del agua me sorprende y mi cabeza puede volver a coger aliento entre la bruma oscura. Lo veo perfectamente, el tentáculo gordo, de nuevo, carga contra mí y lo veo cuando es demasiado tarde, me coge por el pecho y me hunde, bien profundo, hasta que espalda y nuca golpean rocas del acantilado. Noto que el tentáculo se está convirtiendo en algo más viscoso y frío de lo habitual. De él noto salir decenas de fibras, comienzan a amarrarme los brazos y las piernas, y unas de ellas han comenzado a introducirse por mi boca, y quieren también por mis ojos.
Noto que mi maza está absolutamente rodeada por el tentáculo, y no puedo moverla. No quiero hacer eso, no me queda más remedio. Gracias, Erudito, por este último regalo tuyo. Me ha salvado la vida. Con esfuerzo, activo el mecanismo de la maza, e incluso llego a escuchar el golpe seco justo antes de la explosión.
Cojo aire de forma desesperada. Al lugar donde estoy no llega la niebla, veo el sol, veo la niebla y los tentáculos a un centenar de metros, y muy cerca, un pedazo de madera de una cama, seguramente, que debe de haber salido despedido. Me agarro a él. Me duele el cuerpo, sangro, pero me da igual, porque pronto se cerrará la herida. El estruendo, poco a poco, deja de sonar, y me acuerdo de Nadiesda. Cierro los ojos.

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Escucho un par de gritos desde lo más profundo de la jungla, gritos de animales. Gritos... La luz de las llamas ilumina las piedras enterradas casi por completo en la tierra. Por ella circulan las hormigas, en hilera, cerca de mis talones, pegadas al tronco caído, duro, incómodo. Me recoloco, encima de él, porque la misma postura durante minutos me está haciendo daño. El calor del fuego se mezcla con el río que susurra muy cerca de nosotros, también con el vapor de la jungla. Es de noche, pero no siento frío alguno. Una gota de sudor resbala de la punta de la nariz y se estrella en una pidra que asoma en la tierra húmeda. Lejos, escucho el rumor de algunas aves antes de ir a dormir, seguramente todas juntas en el mismo árbol.
Levanto algo la cabeza para ver a los que me rodean. Social está sentado a mi izquierda, en una piedra, tan inmóvil que parece una figura de cera... ni siquiera parpadea. Afrodita descansa a sus pies, cerca de la hoguera, dormida o inconsciente. Repar descansa a mi lado, sentado en el suelo, con la espalda apoyada en el tronco sobre el que me siento, palpando con su brazo de carne su hombro metálico, palpando los restos de lo que fue su brazo metálico... tanto su muslo como su brazo tienen la parte final quemada, cercenada con un corte limpio, un rayo blanco de esa máquina azul.
Puedo verle en mi mente, disparando aún como hizo en la casa, clavar su único ojo azul en los míos, caminar hacia mí, y tengo que concentrarme en todo lo que me rodea para que la visión deje de cobrar vida y yo pueda sobrevivir.

La Señorita Lorraine respira muy profundamente cerca del campamento, dormida. Tuve que arrastrar a Repar hasta ella, evaluó su herida, luego yo la lavé, y él la cosió con la punta de un aloe y fibra de abacá como hilo. Yo no sabría reconocer ninguna de esas plantas, pero en cuanto las nombró, Energía las encontró rápido, las trajo y poseyó a la jabata para que no saliera corriendo. Antes de arrastrarle, Repar evaluó a Afrodita... La cadera rota, madre mía. Sus ojos cerrados, su respiración, parece tan tranquila, tan apacible... pero dentro debe estar sufriendo una profunda agonía. No volverá a caminar. Acabo de estremecerme por el aire frío. Cuando no sopla, hace calor, y ahora, vuelve a ser invierno. No tenemos ni una sola manta o abrigo, pero si lo tuviera, se lo daría a Afrodita. Duch no ha estado presente desde el momento en el que detuvimos los caballos, guarecidos por la jungla. Stille tampoco. Energía lleva tiempo haciendo guardia.
Siento dolor por todo el cuerpo. Entumecimiento, y mareo.

—¿Cuándo vamos a hablar de lo que ha ocurrido? —digo.

Social ni se ha inmutado, mirando como está a las llamas, absolutamente inmóvil. Me vuelvo hacia Repar, no hay nadie más que pueda escucharme.

—Repar.
—No.
—Necesitamos contrastar nuestros puntos de vista.
—No hay nada que contrastar, lo sabes perfectamente.
—No sé qué ha sido de Narciso.
—Narciso también. Junto a todos los demás.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo vi.

Social sigue absorto, mirando a las llamas, en la misma exacta posición desde que llegamos a este sitio... veo que parpadea una vez. Repar, por su parte, mira hacia otro lado, bufa. Da golpes con su brazo en la tierra. Puedo oírlos, pero, al no darle la luz de la hoguera, su piel oscura convierte su brazo en invisible para mí. Sé que está incómodo, pero debo seguir intentándolo.

—¿Crees que nos han seguido?
—¡Basta!

Me mira con intensidad, muy enfadado, apretando la mandíbula, y señala su brazo metálico cortado con un gesto violento.

—¿Me ves con pinta de que me importe una mierda que nos sigan? —Señala a Social—. ¿Le ves a él con pinta de que le importe? Que le den, que le den a todo. Me da igual.

Él calla, yo también. Ánima muge, detrás de la fila de árboles y junto al río. Suspiro... y me levanto. No tengo nada que hacer aquí. Necesito respirar.

—Oye... lo siento —dice.
—Da igual. ¿Te importa que dé una vuelta?
—No.

Me voy, siguiendo el río corriente arriba, lo necesario para que nadie pueda verme. Siento malestar en la tripa, en el pecho por la herida, y unos tentáculos invisibles tratando de poseerme desde la maldición roja en mi frente. Donde estoy, el río fluye muy tranquilo, y rebota con fragilidad cristalina el reflejo de la luna, que sigue rojiza desde que dejamos atrás a Los Creadores. Puedo ver sus tres figuras a contraluz, en pleno día, aunque no haya aquí más que sombras y noche. Escucho ulular a unos pájaros, algo lejos. Las imágenes grabadas en mi mente parecen un mal sueño del que no puedo despertar, así que agarro la tierra que empapa el agua, formada por miles de piedras pequeñas e irregulares, y aprieto con fuerza. Cuando las dejo caer, parece que horado con miles de balines la piel del agua. La piel. Balines.
Hundo la cabeza en el agua y grito todo lo fuerte que puedo, todo, todo lo que me permite el aire. Me parece insuficiente, y grito otra vez. Grito una tercera, más bajo. Vomito en el agua del río, bilis, porque hace más de un día que no como nada. Duele en el diafragma, y parece que lo poco que hay no quiere dejar de salir. Siento el agua filtrarse a través de mis botas y mojar mis pies.
Las últimas palabras de Razón fueron para mí. Desde que era una niña le llamé viejo, me burlaba de él, ¿y ahora qué? Nunca imaginé un mundo en el que Razón no existiera. Y no recuerdo sus palabras, no las recuerdo por mucho que lo intento... Me dedicó su últimas palabras y ni siquiera las escuché.

Me doy asco. Golpeo mi reflejo en el agua, me levanto, desenfundo mi espada y lo corto en dos. No lloro, los guerreros no lloran, los guerreros no reciben premios, solo medallas al trabajo cumplido. Solo batallas. Solo aguantan, día tras día y hasta el día siguiente, para poder seguir peleando. Pero sí cierro los ojos, y dedico a los caídos un espacio de respeto en este santuario de plata. Guardo cada instante suyo en mi memoria, todas sus enseñanzas, para que vivan en mí a partir de ahora.
Escucho algo en la otra orilla. No es un animal, es un cuerpo negro encima de una roca. Stille. Está sentada, muy quieta, con su máscara de boca puesta, y su media melena negra despeinada, hacia abajo. ¿Ha estado ahí todo este tiempo? Me habrá visto. Vaya...
Cruzo despacio el río tranquilo, su frío no alcanza mis rodillas.

—Hola —digo.

Ha girado un poco la cabeza hacia mí, pero no ha hecho más. La media melena oculta parte de su cara, su traje negro se ha roto en su hombro, y en ese lugar, tiene una herida con forma alargada, con forma de proyectil. Está mirando algo metálico, algo que parece dorado. Un collar abierto, en cuyo interior hay una foto, la cara de Susurro, muy sonriente.

—Lo siento —digo—. Lo siento mucho.

Ella cierra los ojos, lentamente, hasta que los aprieta con mucha fuerza. Se gira hacia mí, saca su sai, y lo apunta hacia su garganta. Cuando me mira, clava sus ojos negros, profundos, en los míos. No entiendo bien lo que intenta decirme. Con un espasmo en el brazo, Stille tienta a clavarse la punta del puñal en su garganta. Por Mentes... ¿lo va a hacer, en serio?

—Stille. Stille, ¿qué haces?

Pese al temblor en sus ojos, el resto de su cuerpo permanece tranquilo, preciso e impasible, tentando una segunda vez a matarse con su propia arma. Sin más, me enseña el collar con la otra mano, lo aleja y acerca para que me fije en el rostro de la mujer, tan joven. Yo la vi correr hacia Stille cuando su vida peligró. No pude protegerla... no pude proteger a nadie, pero ella sí lo hizo. Trato de ordenar las ideas en mi cabeza todo lo posible.

—Bien. Stille, si vas a morir porque Susurro ha muerto, debes saber una cosa... dos cosas. Si lo haces por Mentes, es mejor que no comparta sus problemas, y que se lo guarde todo para él, a que no haya nadie que filtre lo que cuenta.

Stille aprieta labios y mandíbula, se endereza, respira profundo, se prepara para acabar con su vida. Una lágrima comienza a caer por su mejilla.

—Si lo haces por Susurro, si vas a morir por eso, deshonrarás lo que hizo. Si ella cambió su vida por la tuya, debes preservarla todo lo que puedas, porque tu vida ahora es su último regalo.

La oigo espirar con fuerza, abriendo la nariz, su labio inferior tiembla, también sus brazos. El sai golpea las piedras de la orilla del río, Stille tira a la tierra su máscara de boca, se estremece y rompe a llorar, se hace un ovillo y oscila encima de la roca. No se oye en la jungla más ruido que el de su respiración y el rumor del río. Verla tan pequeña y frágil me recuerda a aquella vez, cuando no era más que una niña, en la que quiso saltar una grieta y cayó dentro, y quedó atrapada ahí durante horas... hasta que la encontramos. No había vuelto a ver su rostro pálido desde aquella vez... Corro hasta su lado y la abrazo con fuerza, la siento vibrar en mi pecho, ella abre sus brazos y me aprieta también contra ella. Escucho, una y otra vez, la inconstancia de su respiración constante, sus lágrimas frías en mi cuello, la presión de sus manos en mi espalda.
En su casa. En el hospital. En el parque. En el velatorio. Familiares y amigos, todos saturan la esquina en la que Mentes se sienta, para darle el pésame, para preguntar qué pueden hacer por él. Mentes no puede mirarles a los ojos, solo niega constantemente con la cabeza. María llora desconsoladamente, al otro lado de la habitación. No se han dicho palabra. El llanto de María no es el único que se escucha, la atmósfera en el ambiente es amarga, deprimente, fétida. Hay que irse a casa, volverá por la mañana. Pero Mentes no va a su casa, no, esta noche se vuelve con su madre, va a dormir en casa de su madre. Veo a María mirar de soslayo, yéndose sola a casa, sola, cabizbaja, llorando al hombro de una amiga mientras las dos caminan. Ve con ella, Mentes, por favor. Haz lo correcto. Ve con ella. Pero no... Mentes se va, sin una lágrima en su cara, se va, con el cargo en nuestras conciencias, en las de aquellos que quedamos vivos.
Me sorprendo gimiendo y tensando las comisuras de la boca. De mis ojos salen lágrimas, y no puedo detenerlas. Pronto, de sentir a Stille vibrar en mi pecho, he pasado a vibrar con ella en un mismo latido, cada una agarrando la espalda de la otra, dejando yo mis lágrimas frías en su cuello. Ya no está, Stille, le digo, entonces ella me aprieta mucho más. Ya no está.
Ya no está.

Cuando volvemos, todos nos ven llegar a las dos, cada una agarrando el hombro de la otra, con la cara seca, y los pies mojados. Que no vean que hemos sido frágiles. Duch ya ha vuelto, ha vuelto a ser grande, así que ya está más tranquilo, y su melena está muy despeinada. Energía también está, comiendo los restos de un ave. Quedan dos junto al fuego, para Stille y para mí. Afrodita sigue inconsciente, y Repar está junto a ella, tumbado en el suelo de espaldas a nosotras. Veo un pendón metálico colgar de lo que antes era un brazo suyo. Las dos nos sentamos, juntas, y comenzamos a comer en silencio, al lado de Social, que ha dejado a medias su comida, y sigue mirando el fuego.

—Esperad —dice Duch, se levanta y coge nuestra comida—. Tenéis que destriparlas. Energía las ha cocinado con vísceras y todo.
—¿Esto que sabe asqueroso son vísceras? —pregunta ella.
—No te las comas, qué asco.
—Ya decía yo. Comer es tan difícil...

Duch lanza las tripas lejos, nos devuelve los pájaros y pide perdón por no haberlo hecho antes. Le digo que no importa, y empezamos a devorar, las dos. La carne es elástica, difícil de morder, muy blanda. Incluso sin vísceras, sabe a carne podrida, pero el hambre que tengo hace que eso me dé igual, y a mis ojos, esta carne es un alimento de lujo. Mi única compañía durante estos minutos es el chisporrotear de la hoguera, a la que Energía acaba de alimentar con una rama partida, siento el calor en mis pies fríos y húmedos. Por primera vez, pienso en Los Creadores, sin que su imagen me atormente tanto que no pueda seguir pensando en ellos. Siguen siendo monstruos, segadores de civilizaciones, civilizaciones... Aquel dibujo grabado en la roca no lo hizo ninguna de las mentes que he conocido. ¿Quién dibujó eso, entonces? ¿A quién más mataron?
Sea como sea, nosotros siete seguimos vivos, y debemos luchar por que siga siendo así. Me ofrezco voluntaria en voz alta de cubrir el próximo turno de vigilancia, pero antes debo hacer algo. Buscar alternativas.

—¿Qué vamos a hacer ahora?

Como pasan los segundos y nadie responde, repito la pregunta, con algo más de intensidad. Pero nadie mueve un músculo, ni siquiera Stille.

—¿Chicos?
—No lo sé —dice Repar—. Me da igual.
—Nuestras opciones son limitadas, Luchadora —dice Energía—. Si continuamos hacia el este, y Los Creadores están haciendo un barrido exhaustivo, nos encontrarían tan pronto como llegasen. Dar media vuelta y encarar hacia el oeste es profundamente arriesgado, y tan solo nos otorgaría unas semanas más de vida, a lo sumo.
—Podemos ir hacia el norte —dice Duch.
—Podemos, Duch, otra cosa es que sobrevivamos —dice Energía—. Pronto será invierno. Tampoco es fácil calcular cuando no conocemos al enemigo de absolutamente nada. No sabemos si puede volar, si tiene transporte, no conocemos sus limitaciones, ni siquiera que las posean, no sabemos siquiera si nos siguen dando caza. Podrían ser dioses todopoderosos  y haber planeado esto desde el principio.
—Los dioses todopoderosos no existen —digo.
—Sin intención ninguna de ofender, Luchadora, pero las probabilidades de que un dios todopoderoso exista siempre serán una entre dos, se aporten las pruebas que se aporten.
—¿Estás queriendo decir que te rindes? —Me levanto, alzo las manos—. Si Los Creadores fueran dioses, habríamos perdido desde el principio. Y yo me niego a perder.
—¿Huir no es en sí una derrota, Luchadora?
—¡No!

Me alejo unos pasos del campamento, con los brazos cruzados y bien pegados al cuerpo. Detesto esa actitud derrotista. Estamos huyendo, nos han ganado una batalla, nos han hecho mucho daño, pero pienso volver y vengar uno a uno a cada uno de mis compañeros. Los Creadores serán destruidos... pero sola no puedo hacerlo. Necesito a alguien que me apoye, que me comprenda.

—Podemos ir a las Tierras Inexploradas —dice Social.

Cuando acaba de hablar, vuelve a perderse en la infinitud de las llamas. Su luz dibuja sombras que le hacen parecer un cadáver, por la palidez de la piel.

—Nuestro barco se encuentra en el muelle, junto a la casa. Es arriesgado robarlo —dice Duch.

Stille indica, mediante gestos, que al este se encuentra el gran puente que une la isla con las Tierras Inexploradas.

—Y yo sería lo primero que vigilaría, de ser esas estúpidas máquinas, ya había pensado en ello.
—No les insultes, Duch, por favor —dice Energía—. Podrían estar escuchándote, y si las enfadas, podrían acabar el trabajo.
—Es verdad, perdón.
—¡No! ¡No es verdad! —Corro a donde ellos de nuevo, a hablarles sobre cosas que luego ignorarán—. Si pudieran escucharte, también sabrían dónde está Dante, y no lo saben, por eso nos atacaron, porque piensan que estamos de su lado. Eso me lo dijo Razón. La solución más viable, en lugar de huir, es ir por Dante, apresarlo, y entregarlo.
—Ya lo intentamos una vez, Luchadora, y no pudimos —dice Energía.
—Ahora somos más.
—La última vez fuimos descubiertos, y si ahora vuelve a ocurrir, Madurez morirá y todo lo que hemos perdido habrá sido en balde.
—Esta vez lo haremos bien.
—No tengo la plena certeza de que conozca todos los poderes de Dante.
—Pues los averiguaremos.
—Ni conocemos las Tierras Inexploradas, cosa que él sí.
—¿Quieres parar?

Cuando miro a Energía, ella me devuelve la mirada. Poco a poco, el brillo aguamarina en sus ojos se hace más estrecho, y su cara ahora es de pena. Cierra los ojos, cortando el paso al humo verde que se desliza a través de los mechones rojos que caen en su cara, baja la cabeza y la aproxima a la hoguera.

—Lo siento, Luchadora. No me siento optimista respecto a nuestras posibilidades... pero tampoco quiero entorpecerte.
—Perdón a ti también, por haberte gritado.

Me acerco a ella, toco su cuerpo, y está caliente, más allá de la mitad alumbrada por el fuego. Noto su corazón agitarse dentro, igual que Stille, igual que cualquier otro.

—Nuestra única opción entonces es ese puente —dice Duch—. Sea como sea, creo que debemos intentar ir hacia el sur.
—No es la única —digo—. Tenemos un barco, oculto.

Todos se giran hacia mí extrañados, incluido Repar, y Social ha levantado las cejas. Les explico a todos que Razón, hace muchos años, ordenó construir a Erudito un barco en una cueva de un acantilado en el este, próximo al puente. Ese barco se usaría como medida de contingencia, únicamente en los momentos graves, y este claramente es uno de ellos. Les cuento también que Razón pensó en otro barco en el oeste, pero no se llegó a materializar. Cuando me preguntan por qué sé sobre la existencia de ese barco y ellos no, les digo la verdad. Solo Razón, Erudito, Servatrix y yo sabíamos esas cosas. Stille se levanta, claramente molesta, empieza a hacer gestos complejos que en los que no me fijo porque los demás me están hablando.

—¿Y por qué solo lo sabíais vosotros? —dice Repar—. ¿Y si no llegas a estar aquí?
—Ni siquiera yo lo sabía, Luchadora —dice Energía—. ¿Por qué?
—Vosotros cuatro siempre tuvisteis un rollito muy raro —dice Duch.
—¿Queréis dejarme respirar? —les digo.

A un lado del campamento se escucha el sonido de una tela rasgándose, todos desplegamos las armas y nos quedamos petrificados, mirando. De color gris, con un tono algo rojo, como la luna que brilla ahora en el cielo, aparece el avatar de Desánimo, después de años sin presentarse ante nosotros. No ha cambiado nada respecto a la última vez.

—No solo eso. Una y otra vez habéis caído en los mismos errores —dice.

Guardo la espada negra en su funda, con el corazón aún golpeando fuerte en el pecho. Cuando me giro de nuevo, Desánimo me está mirando y apuntando con el dedo, tan cerca que atraviesa mi carne con su índice. No siento nada cuando lo hace.

—Siempre ha sido igual. Razón y Erudito, los dos cánceres de Mentes, siempre guardando secretos, siempre considerándose superiores.
—Vuelve a insultar a mi amigo y te juro que me las apañaré para cortarte en dos.
—Yo soy la luna, no puedes cortarme.
—Entonces vuelve a insultar a mi amigo y te volaré en pedazos.

Desánimo no contesta, solo enseña los dientes, con asco.

—Razón y Erudito guardando secretos. —Se gira hacia los demás, levanta los brazos—. ¡Y Servatrix y Luchadora pendientes de protegerlos!
—¡Me pidieron silencio respecto a este barco! ¿Qué iba a hacer?

Stille hace con sus manos el gesto de romper, y luego el de hablar. Contárnoslo, dice Repar. Desánimo, enfadado, me da la espalda y se dirige aún más hacia los demás. No le tengo ningún miedo... no toleraré más insultos.

—Miedo ha destruido el Faro del Oeste.

El Faro, pero... en su amenaza, Miedo dijo que atacaría desde el este. No me lo puedo creer... ¿cómo he sido tan idiota? Los demás apenas han hablado, ya se deben esperar cualquier cosa.

—Ha destruido el Faro, ha matado a Fuego y ha dejado a Optimismo a la deriva en el mar. Eissen logró sobrevivir, marcha hacia la casa, y detrás de él, la niebla negra le persigue. Pero lo peor... ¡es que Fuego no pudo salvarse por culpa de Razón y Erudito! Esos malnacidos crearon un sello que solo ellos podían abrir, de nuevo, sin consultarlo, de nuevo, solo para ellos.

La casa, derrumbada, el Faro, destruido, la niebla, que invade nuestra isla. Todo es una pesadilla.

—Disculpa, Desánimo —dice Energía—. No soy Razón, pero aun así hay algo que me descuadra. ¿Sabías la existencia de ese sello?
—Sí.
—¿Y por qué no nos lo comunicaste tú mismo? Porque me consta que desde que Fuego fue encerrado, no volviste a presentarte ante nosotros.
—Eso no es lo importante.
—Yo creo que es igualmente relevante. Es lo que dije hace unos días. Todos aquí hemos guardado secretos. ¿Me equivoco? —Me mira, luego a Duch, a Repar—. ¿Me equivoco?

Mira a Stille, que baja la cabeza.

—Yo no —dice Repar.
—¿Alguien más, a parte de Repar?

Todos callamos. Desde luego, he guardado secretos... aunque no me acordaba de ese barco. Si no me acuerdo, ¿cómo voy a compartirlo?

—Todos hemos hecho aquí las cosas mal. Tú también, Desánimo. —Él la mira, serio—. Todos. Y han pagado muchos por nuestros errores. Muchos.

Juraría que, por un momento, Energía ha contenido sus ganas de llorar, pero continúa hablando.

—A partir de ahora, debemos ser transparentes. Es eso, o la extinción. Vamos a capturar a Dante, y lo haremos todos juntos, como un equipo.
—No contéis conmigo, lo siento —dice Desánimo. —Condenasteis a mi amigo. Además, desde que Dante tomó el control, no tengo ni ojos ni oídos en las Tierras Inexploradas. Me marcho.
—Espera, Desánimo. Al menos dinos si Los Creadores nos persiguen.

El hombre se cruza de brazos. Puedo ver la hoguera a través de su figura.

—No. Desaparecieron a través de la costa, hasta que les ocultó el mar, en cuanto huisteis.

Y, con el ruido de la tela rasgada, Desánimo se evapora. Nos quedamos más tranquilos, pero estamos igualmente agotados. No hará falta que haga guardia... Yo voto por sacar el barco y viajar a las Tierras Inexploradas esta misma noche. El resto vota descansar. En realidad, deseaba que dijeran eso, para poder dormir un poco.

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Epón trae pañuelos limpios, e intento darle las gracias, pero no puedo hablar. No puedo. No me quedan lágrimas para llorar, no me queda garganta para gritar, pero sigo llorando, sigo gimiendo y moqueando, toso, casi me ahogo. Cada vez que tengo un momento para descansar, vuelvo a pensar en él, en que no hay vuelta atrás, que esto no es ni un sueño ni un juego en el que puedas rectificar. Ya está, está hecho, de pronto estar encerrada es el menor de los problemas. Mi collar sigue apuntando a Dante, como lo lleva haciendo desde hace días, y a él es al único que puedo echar las culpas. Cuando no lloro, tirito.
La puerta del último piso vuelve a abrirse, y veo a Dante, camina hasta llegar hasta la puerta de la celda, y la abre. Yo no me muevo, sigo llorando. Él se agacha, y me mira. Su cara es seria, pero se encuentra completamente descuadrada. Sus ojos están más abiertos de lo normal, y bajo ellos hay una marca de ojeras que no había visto antes.

—Ven.
—¿Qué quieres?

No sé si me ha entendido. Ni siquiera yo me he entendido, no se me entiende, no estoy para hablar, quiero que ese idiota me deje en paz, suya es la culpa, suya. No quiero verle.

—He preparado un baño caliente y he ordenado que cocinen sopa para ti. Es una noche fría, y estás débil.
—Déjame.
—No creo que duermas esta noche. Al menos estarás caliente.

Me siento muy humillada por todo lo que me está haciendo, sobre todo por ser su esclava, haberme intentado escapar y no haberlo conseguido. Ni siquiera le he matado, y si lo hubiera hecho, todo iría mucho mejor, aunque yo hubiese muerto, da igual. Da igual. Pero necesito ese baño, y la sopa, mis manos están tan heladas como el metal de la jaula. Mis labios están ásperos y cortados, y duele.
Él me ayuda a levantarme, coge la manta y la coloca sobre los hombros, baja junto a mí las escaleras. No sé por qué me trata bien, pero no pienso preguntarle, no quiero hablarle. Cuando llegamos abajo del todo, ha pasado un rato. Epón me espera en la puerta del baño, como la última vez, la abre para mí, y la cierra cuando paso. Hay mucho vapor. La ventana no solo está cerrada, sino que tiene una tela gruesa sobre ella atada a la pared con clavos... ¿Por qué tantos detalles? El agua está tan caliente que me hace daño. Pero poco a poco, me voy acostumbrando, pero el calor no va a hacer que pare de llorar. Esta agua es una completa maravilla... maravilla que yo puedo disfrutar, y el no. Él no. Yo le vi nacer. Yo le vi crecer. Yo estaba pendiente cuando caminó por primera vez. Hundo la cabeza en el agua, deseo que las cosas hubieran sido diferentes, fantaseo con que puedo retroceder en el tiempo y cambiar las cosas. Pero no, no van a cambiar, Madurez, acostúmbrate a la vida. Es horrible. Es lo que te toca.
No quiero dejar el baño nunca, pero el agua ya no está tan caliente como antes. ¿Esa ropa ahí plegada es la mía? Sí, es la que usaba en la casa, ahora está lavada y planchada. ¡Planchada! ¿Cómo estarán las mentes? Espero que estén muy bien, y se abracen y consuelen mucho, oh, joder... ya me ha vuelto a entrar...
Cuando salgo, es muy tarde, mucho más de lo normal, Epón me espera igualmente. En la planta de arriba, en la que Lisa me atrapó, otro enano que no es Epón pero es igual de feo, me sirve un plato de sopa, y Dante me está mirando, luego le dan otro plato a él. Yo como la sopa caliente como si fuera la joya más valiosa del mundo y las joyas pudieran comerse, y Dante me está mirando todo el rato, me está incomodando, le odio, le odio para siempre.

—Quiero pedirte perdón por lo que ha pasado —dice.

Yo le miro, él por supuesto me sigue mirando, y vuelvo a la sopa. No sé qué decirle.

—Me siento realmente responsable. No sé si soy el responsable, pero así lo siento. No podía saber que lo estabas pasando así de mal y no hacer nada, por eso todo esto.
—¿Atacaste a las mentes? —le digo, pero con voz muy ronca.
—¿Cómo?
—¿Atacaste a las mentes?
—No. Ellas nos atacaron, y mataron a Yod y a Lisa.
—Me alegro.
—No es verdad —dice.

Le miro a los ojos, y siento dentro una especie de odio, valor, no sé decirlo, que se mezclan con toda la tristeza y crean una pasta espesa y negra, esa pasta me molesta en el pecho y tripa. Me duele la cabeza, además, pero yo le contengo la mirada, con odio, o valor, o lo que sea.

—Deja de fingir que eres menos de lo que realmente eres —dice.
—Y tú deja de matar a niños de cuatro años.

Solo escucho el golpe de la cuchara contra mis dientes. Me estoy poniendo nerviosa.

—Eso ha dolido —dice.
—Pues te jodes.
—Lo entiendo. ¿Quieres que me vaya?
—Me da igual.

Dante se levanta, con el plato de sopa sin tocar. Cierra la puerta que lleva hacia abajo, y abre la que va hacia arriba.

—Te he preparado un cuarto en la planta de arriba, no hace falta que duermas más en esa jaula. Es la de Yod, enfrente de la de Orfeo. Apaga la luz de las velas antes de subir.

Estoy sola. Se me agolpan los pensamientos. Pienso en que no voy a pasar frío esta noche, en las muertes de esos dos chicos, hijos de Jil, que sé que hablaba con nosotros de vez en cuando, en colarme a hurtadillas en el cuarto de Dante y degollarle con un cuchillo de la cocina. Muchas cosas en las que pensar, pero no quiero cagarla. Haga lo que haga, quiero hacerlo bien. Apuro el plato de sopa, cogiéndolo con las manos y levantándolo hasta mi cara. ¿Todo esto lo ha hecho porque se siente culpable? ¿O tiene intenciones ocultas? Qué estupidez, es Dante, siempre tiene intenciones ocultas. Si no, no hubiera organizado todo esto.
Miedo, Mal... ¿Tan peligrosos son? Razón, Servatrix, y el resto de mentes, no le daban mucha importancia. Siempre decían que después de matar a un tal Sever, todo fue a mejor y reinó la felicidad en el mundo... hasta que vino Dante y lo arruinó todo.
Me pregunto cómo estarán ahora mismo. Me apetece mucho abrazarles, sobre todo a Servatrix.

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