9 de noviembre de 2017

Error, error.


Todos corren a sus cuartos para prepararse. La comida que queda descansa en la mesa, mientras arriba escucho decenas de pasos y ruidos, arrastrones y caídas de objetos metálicos. Todos se visten apropiadamente para la batalla, cogen sus armas, sus herramientas. Mientras, yo, por mi parte, acabo lo que me queda de desayuno, porque estoy preparada, y llevo preparada desde hace días para este momento.
Repar no sabe hacer ni siquiera unos huevos fritos decentes, pero hay que reconocerlo, el beicon lo hace como nadie, sin siquiera usar aceite. Lo mezclo con pan, con parte del huevo roto, y lo saboreo despacio entre pisadas y portazos. Social, que está frente a mí, mira a su alrededor como si quisiera importarle lo que ocurre, pero no lo consiguiese en absoluto. Le ofrezco parte de mi bocadillo, y después de no enterarse la primera vez, y tras pensárselo unos segundos, dice que no, mirándome sin mirar.
El gusto a parrilla baja lentamente por mi garganta; el sonido del cuero de mis botas, frotándose despacio para rascar el barro seco, se suma a los ruidos de las prisas del piso de arriba, carga el comedor de los nervios antes de una batalla, y despierta el olor de la tierra fértil y húmeda. Me sorprendo pensando en nada, tan solo en mi alrededor, tan solo en Dante, que finalmente se ha asentado con Lisa y Yod en el norte de la jungla, relativamente cerca de la casa, mientras arriba, Mentes, que en realidad es Dante, acaba de ultimar los preparativos para el cumpleaños de María. De momento, ya la ha felicitado, hace rato, y le ha dado muchos besos y su regalo, y ahora se preparan para una comida en un restaurante que a María le gusta, con sus amigos y algunas compañeras de trabajo. Mientras tanto, todos marcharemos por la jungla y le rodearemos, le tomaremos como prisionero para entregarlo a Los Creadores y liberaremos los niños... aunque Energía dice que los niños ya son libres.
Defensor entra de lado por la puerta, cargando en la espalda su enorme escudo pesado, un escudo gris, rectangular, grueso. Se ha puesto la camiseta de tirantes negra, lo que quiere decir que va en serio, y se acaba de abrochar los mitones de cuero, tensando la cuerda con los dientes.

—¿Se ha movido? —le dice a Energía.
—No, Defensor. Los tres están cavando cerca de una pared de roca.
—Cuando capturemos a Dante —digo—, indícanos dónde está la torre de Madurez, e iremos a por ella.
—Se hará —dice Energía.
—Oye —le digo a Defensor—, ¿le falta mucho al resto? Tenemos que irnos.

Saber que voy a luchar me da hambre. Parto el pan con la mano, lo abro y meto más beicon, y más huevo. Por otro lado, si tardan en prepararse, Dante podría moverse.

—No, esperad —dice Energía—. Estoy muy cerca de terminar el análisis de la sangre de Dante.

Los bocados convierten una y otra vez la comida en algo más y más pequeño, según todos van uno a uno bajando. Narciso se ha hecho una coleta, y Stille ha convertido su melena negra en dos moños, las dos cruzamos miradas, mientras acaba de colocarse la máscara de boca. La tela negra de su ropa está llena de remendones, igual que el cuero de mi armadura. Servatrix es la última, y dice que Relativismo sigue en cama, meditando, sin querer hablar con nadie. Pese a que estamos listos, y hemos repasado el plan, no podemos irnos sin el consentimiento de Energía. La falta de actividad comienza a afectarme, quiero caminar ya mismo hacia la jungla, y vengar el secuestro de Madurez.

—Mentes, debéis saber esto. —Energía por fin rompe su silencio y atrae la atención de todos—. He averiguado que Dante es una mente muy, muy antigua, cuyo propósito no es claro, y sus funciones interfieren en varias de las mentes aquí presentes.
—¿Cómo que una mente antigua? —dice Razón.
—Pocos años más antigua, pero años muy relevantes. En comparación con nosotros, es... milenaria.
—Eso no tiene sentido.
—Lo sé, Razón, pero es lo que indica su genoma. Hay más. Todos sabéis que tiene un estrecho vínculo con su espada, y que puede leer la esencia de los objetos que esta toca, pero no es lo único. Si mi teoría es cierta, Dante debería ser capaz de leernos a nosotros utilizando solo su vista.

Leernos, utilizando solo su vista... Cuando me doy cuenta, la sala lleva unos segundos callada, asimilando como yo lo que Energía trata de decirnos. Sus implicaciones.

—¿Qué significa leernos? —dice Razón.
—Los alcances de dicha aplicación son desconocidos. Teniendo en cuenta la ya mencionada posibilidad de que me equivoque, lo que trato de decir es que podría comprender la esencia individual de una mente al tener contacto visual con ella, en otras palabras, cruzar miradas.
—Entonces —dice Defensor—, ¿Dante sabe, por ejemplo, mis fortalezas y debilidades, solo con habernos mirado alguna vez a los ojos?
—Es lo que trato de decir, Defensor, sí.
—Y se lo tenía callado...

Marcho al establo y acaricio a Hércules, mientras pienso en eso. Recuerdo haber mirado a los ojos a Dante más de una vez, yo suelo mirar a los ojos, pero, bien pensado, Dante siempre miraba a los ojos. Siempre. Intento recordar alguna vez que cerrara los ojos, o desviara la mirada más allá de un gesto, pero siempre tuvo el pulso firme en ese sentido. Menudo capullo... si Energía tiene razón, ¿nos ha estado mintiendo sobre él todos estos años? Lo aceptamos, lo considerábamos uno más, y tiene mil años. Stille monta a Sombra, el más oscuro de los caballos, y Defensor está abriendo la puerta de la Señorita Lorraine, que ya empieza a chillar y golpear las paredes, como cada vez que despierta de su sueño. El olor a cerrado de la sala, no sé por qué, me está mareando un poco.
Razón y Afrodita nos despiden. Razón coordinará en la sala de control junto a Energía, Relativismo y Social no están para batallar, Servatrix se quedará para cuidar de Social, y Afrodita vigilará la casa para que Miedo no vuelva a atacar la casa. Así que solo siete monturas salen a la pradera y giran directas a la fronda.
En fila de a uno, a través del barro y las ramas, avanzamos. Stille lidera con Sombra, sin hacer un sonido solo, y el respirar profundo de la Señorita Lorraine cierra el paso detrás de mí, y me da más miedo que pueda herir el trasero de mi caballo con sus colmillos que las serpientes y arañas que cuelgan de los árboles, y los mosquitos que pueblan los lodazales. Nos acompañan un centenar de aves invisibles, la mayoría cantos monótonos y cautelosos, rotos por graznidos irritantes parecidos a los de los cuervos. El cielo, cuando se abre paso entre el ramaje, está muy gris, y estoy segura de que pronto caerá la lluvia y el camino se encenagará, y caminar por él se hará más difícil. El norte de la jungla aún está lejos, al menos a dos horas de camino, camino a paso lento rodeado de árboles de tronco tan grueso como una de nuestras habitaciones, tan altos como veinte casas nuestras puestas una encima de la otra, tan frondosos que su color se ve desde la ventana de mi habitación, y tapa las montañas altas del norte. Una charca revela los colores amarillos, naranjas y morados de las ranas que han salido al exterior. Un mono se ha dejado ver, colgado de liana en liana por encima de nosotros. Nunca había visto uno... son muy raros, y difíciles de encontrar.
De vez en cuando, Energía susurra a Defensor a través del walkie, la mayoría detalles intrascendentales, como que Yod está descansando de cavar, o que acaba de desperezarse. En un momento dado, le pide contar un chiste.

—No tengo mucho humor para chistes —dice Defensor.
—Comprendo, solo será uno, para practicar.

Defensor suspira.

—Gracias —dice Energía—. Esa mujer parece un papagayo.
—¿Qué?
—La mujer del restaurante, la de la mesa de la derecha. Tiene la nariz ganchuda, tiene el pelo teñido y está, bajo los estándares modernos, entrecomillo, rellenita. —Noto un silencio un tanto incómodo—. ¿Te ha hecho gracia?
—No... no —Defensor suspira aún más profundamente—. Si tienes que explicar un chiste, entonces no es bueno.
—Tomo nota para la segunda vez. Seguiré investigando al respecto.

El terreno comienza a elevarse, al mismo tiempo que en los pies de la elevación surgen grietas profundas que se convierten en una red de cuevas. Una vez estuvimos aquí, explorando esas cuevas. Odio las cuevas. Según subimos, esquivamos las ramas a nuestra derecha de las copas de árboles medianos, y me fijo con curiosidad en el camino, en el que veo que los árboles de esta elevación son más pequeños y débiles comparados con los de ahí abajo.
Arriba, Mentes habla de forma distendida con María, una conversación dirigida absolutamente por Dante. Se nota que no es Mentes, se nota que no es él, y los demás creo que lo notan. Una frase, sin embargo, llama nuestra atención y hace que todos los caballos se detengan. El mejor amigo de Mentes lo ha dicho, se le ha escapado. ¿Qué tal tu búsqueda de trabajo?, ha dicho. Se ha hecho el silencio en la mesa, en la jungla ha empezado a llover con el rugido de un trueno. María ha dicho un sonoro ¿qué?, y el resto de comensales a bajado la mirada. Se destapa el pastel. Mentes está despedido, lo lleva estando una semana, ha estado fingiendo y María lo sabe, pero calla y habla de otro tema, pero Dante enfoca a su cara, y María está enfadada, está muy enfadada, se nota, lo notan. Lo notamos.
Un segundo rugido parte el cielo, pero no es un trueno, es otra cosa. Nosotros sabemos perfectamente lo que ocurre cuando María se enfada con nosotros, sabemos que la ansiedad es un volcán... sabemos que la vergüenza, la culpa, es un huracán. Las nubes grises del cielo se deforman y estrían, tomando forma en el suroeste. Stille llega hasta atrás junto a Defensor y a mí desde la cabeza, y hace un gesto a todas las mentes para que formemos en círculo, ahora que hay espacio, los siete formamos, los siete nos miramos. El ciclón se escucha cerca de aquí, cerca de la casa.

—¿Qué hacemos ahora? —dice Susurro.
—No pienso dejar escapar a Dante —digo.
—La prioridad es la casa, el mundo y su seguridad —dice Defensor.
—¡No podemos dejar escapar a Dante! —digo.
—¿Y qué hacemos? Si vamos a por Dante, el huracán seguramente destruya la casa o los alrededores.
—¡Si no vamos, Los Creadores vendrán! No hemos visto a Dante en una semana, es nuestra oportunidad.

Observo las caras de los otros cinco, cabizbajas y pensativas. Repar está haciendo su tic de mandíbula, otra vez, y Duch comienza a respirar más y más rápido, y su cuerpo musculoso se vuelve pequeño, raquítico, y con él, su toro robusto se está convirtiendo en vaquilla. La lluvia comienza a calarnos y a embarrar el camino.

—Tenemos que separarnos —dice Narciso.
—¿Estás loco? —dice Defensor—. Seríamos pocos contra Dante, y pocos para detener el huracán.
—Yo no pienso moverme de aquí —digo.
—Yo no pienso poner en peligro al resto de mentes por una decisión egoísta —me dice Repar.
—¿Egoísta? ¡Tenemos que capturar a Dante, y está a menos de veinte minutos!
—¡Baja la voz! —susurra Duch, muy fuerte.
—Tenemos que ir a por el huracán —dice Defensor.
—Pues id sin mí —digo.

Stille me señala e indica locura. Defensor encara hacia mí a la Señorita Lorraine, y su colmillo está muy cerca de la cabeza de mi Hércules. Más allá de nosotros, el susurro amenazante del tornado nos advierte más allá de las copas altas de los árboles.

—Vamos todos —dice Defensor.
—Yo me quedo con Luchadora.

Fulgor da un paso hacia delante, y su crin blanca brilla con la caída del rayo. El trueno se escucha después, cuando Susurro estira la espalda, deja que veamos su melena negra pegarse en su piel pálida de la que resbala la lluvia.

—Escucha —dice Duch, arrimándose demasiado a Susurro, con enfado, y un cuerpo poco intimidatorio—, tenemos que ir juntos.
—¡Dante también tiene que pagar! —dice ella.
—Dante debe ser detenido, Los Creadores lo requieren. Todos lo sabéis —digo.
—¡Ni siquiera sabemos si esos Creadores existen! —grita Defensor—. Y tú, Luchadora, eres casualmente la que menos cree en ellos.
—¿Y si me equivoco?

Mi motivo no es entregarle, mi motivo es la cabeza separada de su cuerpo, esa satisfacción, pero lo oculto tanto como el mal cuerpo que siento encima del caballo debido al rubí.

—Dos es un suicidio para enfrentarse contra Dante —dice Repar—, sobre todo si lo que ha dicho Energía es cierto.

Después, solo caen las gotas, solo circula el riachuelo por mitad del camino, las hojas grandes de los árboles más altos dejan caer el agua cada rato como si fueran cubos de otra época. La Señorita Lorraine mueve la cabeza de forma violenta y casi me tira de la montura.

—Dos no... pero con tres hay alguna opción —dice Defensor—. Escuchad. Stille, Repar, Duch, Narciso. Id a detener ese huracán... yo iré con ellas a por Dante.
—No hace falta que vayas si no quieres —digo.
—Si vais a ir no os puedo detener. Que al menos, no muráis.

Stille niega con la cabeza mirándonos a mí y a Susurro, azota a su caballo y echa a correr como una exhalación camino abajo apenas haciendo ruido, Susurro se la queda mirando, seria. Repar y Narciso la siguen, mirando atrás antes de encarar el camino, finalmente, va Duch, al que Defensor tira el walkie y le nombra responsable. Los tres nos quedamos quietos y en silencio, a merced de la lluvia y del viento frío. Susurro aún mira a los que ya se han ido.

—Ahora estamos completamente solos —dice Defensor—. Sin comunicación para pedir ayuda. Sin garantías.

Hércules abre ahora el paso, luchando contra la tierra resbaladiza y el aguacero que cae cada vez con mayor intensidad, tan ruidoso que apenas se escuchan los truenos. Ante tan fuerte lluvia, cualquier grito se perdería como una gota más entre el océano. Ya hemos visto la posición de Dante en el ordenador de Energía antes de salir de casa, pero ahora es un lagarto de ojos aguamarina el que nos recibe en mitad del camino, y nos guía a través del terreno elevado, a pocos metros de las copas más frondosas y altas de los árboles. A veces, tengo que cortar ramas enverdecidas por el liquen, o lianas, atenta siempre a los animales, atenta aún más a figuras humanas, lo poco que deja ver la lluvia intensa más allá de unos cuantos metros. Arriba, Mentes actúa como si no pasara nada, como si María no se encontrase fría y distante el día de su cumpleaños. Detrás de Fulgor escucho a la Señorita Lorraine gimiendo, jadea con mucha fuerza, dando pasos irregulares, me giro y Defensor está teniendo problemas para controlarla.

—Lo que nos faltaba, ahora tiene hambre. Tengo que detenerme.

Defensor se baja de la Señorita Lorraine y tira fuerte de sus riendas, pero ella no atiende a razones. Nos explica que si la ata, se liberará y hará ruido en el proceso, si la deja libre, a saber dónde la encontramos. Sin embargo, de pronto abre los ojos al máximo con un intenso brillo aguamarina, dos antorchas humeantes, y se tumba quieta en el suelo. Los ojos dejan de brillar por un momento, la jabalina echa a correr por el camino, el brillo vuelve y cae al suelo de nuevo. Los tres entendemos el mensaje, Energía no podrá controlarla por mucho tiempo.
Estamos ya realmente cerca, escucho un metal golpeando la piedra a lo lejos, siguiendo el camino que tuerce a la izquierda, bordeando una elevación rocosa repleta de musgo. Allí están. El camino continúa, estrecho, con una pared de piedra a la izquierda que crece cada vez más, y a la derecha, unos metros de arbustos y algunos árboles, que acaban en un profundo acantilado que cae hasta unirse a una gran grieta que acaba ahí, una grieta que ni la luz de los rayos ilumina su fondo. Dante y los dos chavales están en una pequeña plaza en la que acaba el camino, donde la pared de piedra logra su máxima altitud e incluso rebasa la altura del resto de árboles, lo menos siete metros de pared. Miro el camino de arbustos, y hay una pequeña posibilidad de que podamos emboscar por él.

—Susurro... escala la pared. ¿Podrás sorprenderles desde arriba?
—Por supuesto.

Comienza a subir la roca con sumo silencio, mientras Defensor y yo nos tumbamos y comenzamos a arrastrarnos por el fango, ocultos por las ramas frondosas de los matorrales, una cuesta empinada y resbaladiza hacia la derecha que acaba en una caída interminable. Avanzamos metro a metro con lentitud, asegurándonos de no dar un paso en falso. Los golpes de metal en la roca se escuchan cada vez con más claridad entre el torrente de agua.

—Lisa, ¿cuándo vas a parar de golpear el metal con la roca? Lo vas a deformar.

Noto las puntas frías de mi pelo embarrado pegándose en mi piel. Con cuidado para no hundir demasiado el brazo en el fango resbaladizo, agarrada siempre al tallo de un matorral, avanzo poco a poco, mientras Susurro sube la roca y ya debe de haber acabado. Por mi parte ya he acabado, veo sus pies entre las ramas de los arbustos que se hunden en la tierra. Yod ha vuelto a coger una pala y cava junto a su hermana, mientras que Dante, que parece estar oteando el horizonte, da golpes repetidos con la suya en la tierra del camino. Cuando vuelva a cavar, atacaremos. Susurro sabe ya qué hacer, y Defensor, al estar detrás de mí, asumo que me seguirá la corriente. Valoro todas las opciones. Atravesar a Dante por la espalda en un lugar no letal, como el gemelo o el estómago, es deshonroso, pero necesario. Podría llamar a su caballo, y por lo que ha dicho Energía, resulta que sí que podía teletransportarse con él, así que debería ser amordazado. Si me descubre o los niños se entrometen, Defensor debería aplacarles, y Susurro, dejarle inconsciente. Si se complica más que esto, improvisaremos, como hemos hecho casi siempre.
Un chillido agudo y estridente rompe las barreras de la tormenta y llega hasta aquí... la jabalina. La estúpida inoportuna Señorita Lorraine. Me quedo quieta, a la espera de una reacción por parte de Dante, lista ya para levantarme, llevarme por medio las ramas que se interpongan y cargar.

—No te preocupes, Luchadora —dice él, calmado—. Sabía que estabais ahí sin ese chillido, podéis salir. Nada de movimientos bruscos.

Mediría el grado de desastre con la fuerza con la que aprieto ahora los dientes. Delante de mí, Dante permanece erguido y quieto, con su espada convertida en rifle, apuntando a mi cabeza, hace un gesto para que salgamos, yo rompo el ramaje mientras Lisa y Yod cogen dos armas y se ponen en posición de ataque, tensos. Defensor se coloca a mi lado.

—¿Se puede saber qué hacéis, niños? —digo.
—Aquí hago yo las preguntas, si no te importa, querida —Dante retrocede dos pasos, apuntando a los dos—. ¿Y el resto?
—No hay resto. Están donde el huracán.
—Muy oportuno, por cierto —dice—. No lo tenía planeado. Bien... —se dirige a los niños—. ¿Quién quiere ser el primero en tirar a una mente por el precipicio?

Los niños gritan y levantan la mano, contentos, felices. ¿Este odio se lo ha enseñado Jil? En la pequeña plaza donde estamos, no hay nada salvo dos sacos cubiertos de agua y lodo. Dante está cerca de la pared, pero no lo suficiente... hay que arrastrarlo ahí. Avanzo dos pasos, los niños me apuntan con una lanza él y una espada doble ella, y Dante retrocede otros dos pasos hacia la roca. Bien...

—Dante, por favor, escúchanos. No hemos venido a pelear. Jil vino con un mensaje.
—Claro, chica, no queréis pelear, tengo el control sobre Mentes y he logrado someter a Relativismo y Social a mi voluntad. Para nada querréis venganza.
—Jil vino con un mensaje.
—Me importa una mierda tu mensaje, ni lo digas. Ahora Yod os atará con estas cuerdas, y si os movéis, os mataré.

Me doy cuenta de que en la roca junto a nosotros hay escritos unos dibujos.

—¿Qué son estos dibujos?

Yod se acerca a Defensor y comienza a atar sus muñecas... se le ve muy asustado. Dante, atrás, sonríe.

—Me alegro de que lo preguntes, bonita —se aproxima a la pared, y le da golpes con la mano abierta—. Esta preciosidad es mi regalo de compensación por lo que he hecho.

Como si la gravedad la lanzara contra el suelo al doble de velocidad de la normal, Susurro aterriza sobre el cuerpo de Dante y lo estrella contra el barro, da una voltereta, coge la espada blanca de él que se ha caído al suelo, y la lanza hacia la grieta. Defensor rompe las cuerdas como si fueran papel, agarra al chico y lo lanza contra Lisa, que esquiva el cuerpo y corre hacia mí con un grito cuando iba a agarrar a Dante. Me placa y caemos al suelo, ella se pone encima de mí, yo logro encajarle la rodilla en el abdomen y la empujo hacia un lado. Dante, que ya se ha levantado, forcejea con Susurro, la desequilibra y le da un puñetazo que la tira al suelo. No es lo que yo quería, pero si debo luchar contra él, lo haré, desenvaino la espada y va un tajo directo al cuello, conté con que lo esquivaría y apunto a su estómago, él vuelve a esquivarlo y veo sin entender cómo su espada blanca asciende hasta su mano y contraataca. Intercambiamos dos estocadas, en un forcejeo agarra mi muñeca y clava mi espada en la roca, me da una patada y me envía lejos.
Defensor bloquea con su escudo los ataques de Yod y Lisa. Levantarse es difícil por el barro, y Dante, que desatasca la espada negra apoyando su pie en la roca, carga hacia mí con las dos. Un látigo rodea su cuello, y Susurro tira de él hacia atrás, dejándole arqueado y sin poder avanzar. Antes de que yo pueda golpearle, corta el látigo con las dos espadas y debo tirarme para que mi propio acero no me corte. Lisa entonces me agarra y me lanza lejos, al final de la plaza, hacia el acantilado, donde no hay arbustos en los que agarrarse antes de la caída. La chica desde luego pega estocadas mortales desde arriba, y no lo hace nada mal, pero solo es una chiquilla. Retrocede un paso, pero seguiré en el suelo, esperando a que vuelva a venir para aprovecharme de su impulso y lanzarla yo a tierra, y cuando ella cae, busco el cuchillo en la funda de mi pierna, una inútil navaja que solo vale para afilar madera y desollar pieles, y me levanto. Defensor está acorralando a Yod contra el acantilado, también, para que deje de molestar. Y Susurro planta cara como puede a un Dante que puede herirla en cualquier momento. Él tira al suelo la espada negra.

—¡Apártate, por favor! —dice él—. No quiero hacerte daño.
—¡Eso es problema tuyo, monstruo!
—Si me escuchases solo un momento, me comprenderías.

Debemos reducir a esos críos cuanto antes. Si no fueran los niños de Jil, ya habría matado dos veces a la pelirroja, pero tendré que ingeniármelas para reducirla con un cuchillo, quizá sería mejor sin nada. Ella lanza buenos cortes, tiene un brazo fuerte y educado, lo suficiente para saber que Jil la ha enseñado a pelear. Cuando gira la espada doble sin parar, balanceándola a un lado y a otro, no puedo más que retroceder, con la mirada fija en Susurro, que forcejea como puede contra Dante, solo con su látigo partido, él no la hiere porque aún no quiere. El arco de ella es inútil para esta ocasión. Busco el momento para desarmar a la jovencita, pero me lo está poniendo muy difícil.

—Lisa, para de atacarnos, estás cometiendo un error —digo.
—El error lo hicisteis vosotros cuando dejasteis morir a mi madre.

La mujer de Jil... no lo sabía. ¿Cómo pudo ser?

—No sabemos nada de esto, jovencita. Tu padre no nos dijo nada.

Veo en sus ojos de furia que quizá, si sigo hablando, pueda detener el combate por las buenas. Bajo los brazos, y le digo que si hubiese sido por nosotros, su madre hubiera tenido todos los cuidados a nuestro alcance, nunca la hubiéramos dejado morir. Su espada doble comienza a girar más y más lento, hasta pararse. En su postura veo tensión, pero, sorprendentemente, la veo abierta a mis palabras, ella se echa atrás el pelo rojo, empapado por la lluvia torrencial que nos separa. Aguanta, Susurro. Voy a acabar esta lucha estúpida.
Yod salta alto, dispuesto a atravesar inútilmente con su lanza el grueso escudo de Defensor, y él, gritando que pare de una vez, lo golpea con el escudo con él aún en el aire, el chico sale despedido hacia el precipicio, de forma alarmante, y hago el ademán de correr hacia él cuando veo que por fin se detiene en la roca, y solo pende en el aire el cuerpo hasta sus rodillas. Defensor baja el escudo, con el susto también en el cuerpo, y Lisa le pregunta por su estado, sin saber si acercarse. Por suerte, el muchacho grita que está bien, agarra su lanza y comienza a levantarse. Cuando ya está de pie, las rocas bajo él se fragmentan y ceden, caen, y Yod cae con ellas, su mano llega a la roca, pero su mano agarra con fuerza la lanza y solo puede coger una cosa. Donde antes había un joven, ahora está el aire y la grieta en el filo del precipicio. Me asomo al vacío, implorando un saliente, un escalón en la roca, solo llego a tiempo para ver un cuerpo delgado entre los árboles a merced de la caída estrellarse contra el final de la tierra y seguir cayendo, engullido por la oscuridad de la profunda grieta que divide esa zona de la jungla. Un rayo ilumina el cielo, y distingo el brillo de la sangre en la roca, antes de desaparecer, engullida por las tinieblas.
No sé qué decir. Defensor ha tirado el escudo, y está arrodillado, contempla la escena desde el mismo lugar en el que el joven cayó. Lisa no dice nada. Se levanta, despacio, mirando hacia abajo, con la espalda tensa, y el cuello encorvado.
Era un niño. Por Mentes, era un niño.

—Lisa... lo siento mucho. Yo...

Se gira hacia mí con un gran grito entre los dientes, una mueca de ira pura, se abalanza hacia mí con un salto y sé que va a matarme si no lo impido con todas mis fuerzas. Esquivo una horizontal, una vertical, horizontal, oblicua, una patada me derriba y un golpe vertical va a directo a mi cabeza, la armadura del antebrazo resiste, pero las gotas de sangre ya salpican mis ojos. Levanta la espada, otra patada me tumba, un puñetazo, y de una estocada el filo va directo a mi pecho, yo agarro sus brazos en pleno golpe y solo me ha clavado unos centímetros, forcejeo contra ella, golpeo su filo, le arrebato la espada y la lanzo a mi derecha, pero ella no se detiene. Agarra mi muñeca derecha, anula mi izquierda con la rodilla y comienza a dirigir mi cuchillo de forma lenta pero segura hacia mi garganta. Trato de soltarlo, pero no puedo. Opongo toda la resistencia que puedo, lanzando el brazo hacia arriba, hacia el cielo si hace falta, miro a sus ojos, y sus ojos miran los míos, su pelo rojo sangre cae como un velo que elimina la lluvia y el resto de cosas, y solo estamos ella y yo, apenas a centímetros la una de la otra, solo nuestras respiraciones. Noto ya el frío del metal en mi garganta, y debo tirar de experiencia ya, si no quiero ser el siguiente cadáver. Compruebo, con la velocidad del que la necesita, todas las partes de mi cuerpo. Mis piernas están libres, pero no llegan a ella.
Alzo ambas piernas, caen con fuerza en el suelo, elevan algo el tronco, y acierto un cabezazo en su nariz mientras noto hundirse el cuchillo en mi cuello. Mi brazo derecho se libera, golpea con fuerza debajo de su hombro y ella pierde toda la fuerza, con un grito de agonía libero el metal de mi piel y a ella la echo lejos, y cae al suelo, junto a mí.
Evalúo los daños mientras me levanto, preparada para la siguiente embestida o para neutralizarla, pero ella sigue en el suelo, agarrándose el cuello. Sin más que pueda oír que un pitido, mi respiración y la densa tormenta, de fondo, me acerco a ella para noquearla de un puñetazo. Son rojas sus palmas. Es rojo su cuello, difuminado por las gotas que caen. La tierra bajo ella es roja, también, y me acerco más para mirar. Su cuello tiene un corte. Sin dar crédito, miro el filo del cuchillo, con la punta carmesí como el rubí de mi frente. Ella me mira, con los ojos del desesperado y del confuso, con una mano tapa su herida y extiende la otra hacia mí. Intenta hablar, pero no puede, gotas de sangre se escapan de las comisuras de sus labios.

—No puede ser... ¡no puede ser! Aguanta, por lo que más quieras, aguanta.

Busco alrededor algo que pueda tapar sus heridas, los sacos están más allá de Dante, que está de pie con la chaqueta llena de barro, mirando ahora hacia mí. Susurro está cerca de él, junto a la roca, en el suelo. Presiono la herida de la muchacha con una mano y con la otra elevo su nuca, mirando sus ojos marrones, la mando callar, quiero que deje de forzarse. Le tiembla el labio inferior, un mechón de su pelo parte su cara y desde cada lado, sus ojos me miran fijamente. Tose. La sangre sale igualmente por más que yo aprieto y tiñe el suelo y mis manos. Las suyas tiemblan.

—¡Servatrix! —grito con todas mis fuerzas, con voz ronca—. ¡Servatrix, ayúdame!

No puedo hacer más que ver los ojos de la muchacha, cómo va perdiendo el enfoque, cómo sus facciones se relajan, su mano baja, se posa sobre la mía, y deja de temblar. La lluvia hace que su cuerpo esté frío, parte en dos el cielo con un rayo, y el trueno que le sigue grita con la fuerza de los dioses. Poco a poco, apoyo su nuca en el suelo, su cabeza queda ladeada, mirando al precipicio con los ojos abiertos. Lisa.

—¿Qué habéis hecho, animales?

Dante se encuentra de pie, cerca de mí, lo ha observado todo. Dirige la espada hacia nosotros, miro a Defensor, que aún sigue arrodillado, absorto en el vacío. Dante se acerca y le grita, y él se levanta, desconcertado, coge el escudo y lo levanta contra él. Veo que Susurro también se está incorporando, algo aturdida, dejando en el suelo el arco colgado en su espalda.

—¿Por qué los habéis matado? —grita, fuera de sí—. ¡Eran inocentes!
—Ha sido sin querer, Dante —digo—. Ha sido sin querer.

Él nos mira, asintiendo despacio con mirada de desprecio, de pronto golpea a Defensor con su espada, no le hace nada en el brazo, él reacciona y carga contra él con el escudo, pero Dante se tira al suelo, se incorpora pronto y le da un golpe, tres, en tres partes del pecho. Con un cuarto golpe en la cara, Defensor cae a plomo en el barro, como si fuera una roca muerta, me acerco a él para ver si está bien, pero un golpe me lanza hacia atrás. Dante, con su espada convertida en rifle, me ha disparado. Compruebo mi cuerpo, pero no tengo nada, no me ha atravesado, pero duele, mucho. Él se aproxima, agarra mi cabeza desde atrás y presiona el rubí contra mi frente, con fuerza.

—Matáis a los dos hermanos, y me parece justo —dice—. Yo maté a Erudito con mi espada, lentamente, y convertí a Madurez en una mujer... a la fuerza.

Además del dolor, una extraña sensación como si fueran tentáculos en mi cuerpo, surge de mi frente y me arrebata la fuerza, acelera mis pulsaciones e impide que me mueva. La niña, la pequeña... Me vuelvo más y más débil conforme crecen mis ganas de matar, y no puedo detenerlas, quisiera controlarme pero es imposible. Dante se levanta y se dirige hacia Susurro, que ha cogido mi espada negra, y la apunta contra él.

—Querida, no hubiera hecho lo que he hecho si no fuera por el bien del mundo.
—¿Qué más da lo que hagas por el mundo, si tus formas son violentas? —dice ella.

Noto a Defensor respirar desde aquí. La lluvia aminora, los truenos cesan por momentos, y aunque apenas veo el cielo con los árboles, juraría que el huracán ha desaparecido.

—¡Dante!

Grito, juntando todas las fuerzas que me quedan. Él se gira, curioso, confiado.

—Necesitamos que vengas con nosotros —digo—. Los Creadores te buscan.
—¿Y?
—Si no te entregas, nos harán daño.

Se está haciendo el pensativo, mirando hacia arriba, frotándose la barbilla, ignorando a Susurro, que le apunta con mi arma. Pero yo ya sé qué va a responder.

—Me da a mí que os las vais a apañar sin mí. —Señala a Susurro—. Yo me marcho con esta mujercita.

Con un grito, Susurro comienza a atacarle, esta vez con un arma cuerpo a cuerpo, y Dante responde a sus ataques, acero blanco contra acero negro. Dante le gana terreno sobradamente, Susurro ha levantado el puño, y la presión en el aire está cambiando, a menos. Por Mentes, lo va a hacer.
La luz en el mundo, ya de por sí gris y apagada, se vuelve menos brillante. El aire comienza a escasear en mis pulmones, y por más que abro la nariz y abarco todo lo que puedo, no es suficiente. Mentes ahora no comentará sus problemas, porque Susurro ha cerrado sus canales. Dante hace amagos de desfallecer. Susurro, débil, aún tiene fuerzas para luchar. Y blande otra estocada.
Ambos contrincantes combaten igualados, forcejean, se lanzan lejos, en un intercambio simple, pero efectivo. Susurro golpea la pierna de Dante, va a herirle, pero él usa la otra pierna para golpear sus rodillas y desequilibrarla, separa la espada negra de su mano, y la lanza lejos.

—¿Acaso crees que todo mi poder procede del exterior, eh? —Dante, despeinado, coloca sus piernas encima de su cuerpo tumbado, con la espada en alto—. ¡Tú te irás conmigo, o morirás! ¡Elige!
—Elijo la muerte, imbécil —dice Susurro, escupiendo.
—Sí, antes la muerte, me gusta. Sin duda te has ganado la atención que he tenido por ti.

El cuerpo de Lisa aparece desde detrás, está caminando, acaba de coger su espada doble y se dirige hacia Dante.

—Sea pues.

Él alza la espada, pero tal y como va a bajarla, se gira sorprendido hacia su derecha y detiene la estocada que Lisa acaba de dirigirle. Ambos forcejean, Dante mira a la chica sin dar crédito alguno, y con las espadas en alto, una contra la otra y haciendo fuerza, comienzan a moverse, se alejan de Susurro, se giran y veo el rostro de Lisa. Su pelo rojo, tapando gran parte, un humo verdoso escapando entre los mechones. Un brillo aguamarina cubriendo por completo los ojos de la chica, con la herida en el cuello aún reciente.

—¡Se acabó, Dante!

Energía grita con fuerza desde el interior del cuerpo sin vida de la muchacha, con una gran mueca de rabia y esfuerzo dibujada en su cara. Él separa la espada y la golpea, y ella detiene todos sus golpes, y cada vez que intenta engañarla o amagarla, el truco no funciona, y ella gana cada vez más y más terreno, hasta aproximarlo a nosotros y al abismo. Debo intentar moverme. Pero es imposible.

—Pero... ¿cómo? —grita él, claramente sorprendido.
—Es fácil, Dante. —Le ataca y acerca mucho su espada al cuello de él—. Yo no tengo pupilas.

Es la primera vez que me parece verle asustado. Él iguala las estocadas de Lisa, pero no las supera.

—Está bien. Si os acercáis a diez kilómetros de Madurez, si me entregáis a quien sea... ella muere.

Dante le da una patada, ella retrocede y él corre hacia el abismo, ella extiende la mano hacia él y Dante se arrodilla, lanza estocadas al aire, se retuerce, finalmente se levanta mientras grita y se lanza al vacío, mientras silba.

—Energía...

No puedo decir más, pero piensa huir en su caballo. Ella camina hasta el borde del abismo y espera, se escucha el chasquido que anuncia la llegada de Pegaso. Tras un segundo chasquido, veo a Dante huir con Pegaso entre árboles y rocas, junto a la grieta por la que Yod desapareció. El caballo empieza a retorcerse, y veo cómo Energía, con una mueca de dolor, extiende su brazo hacia él. Pegaso brinca, se retuerce, y un chasquido a mi derecha lo teletransporta hasta nuestra posición. El cuerpo sin vida de Lisa se desploma en el suelo, y Pegaso relincha y abre la boca con ojos verdes. Dante, arriba, solo procura no caerse del caballo.

—¡Vamos, Pegaso! —dice.

No puedo moverme para interceptarle, Susurro se levanta, pero Dante vuelve a tirarla antes de que pueda cogerle.

—¡Vamos, campeón!

El destello aguamarina se desvanece, la montura entra en shock, Dante nos mira, jadeando, y con un chasquido, desaparecen.
El cuerpo de Lisa se levanta de nuevo, poco a poco, se queda un rato de pie, toca varias partes de su cuerpo, toca su cuello, del que aún sale sangre, crea una especie de membrana verde dentro de él, y con eso frena la hemorragia. Se acerca hasta mí, tocando mi rubí con sus dedos fríos.

—Vi a Madurez una vez Dante se había marchado hacia este punto. No hubo caso alguno de abuso físico.

Dice eso con la voz de la propia Energía, pese a estar en otro cuerpo, y con calma ella camina hasta Defensor, hablándole y moviendo su cabeza hasta que despierta de nuevo. Poco a poco me siento mejor, al menos físicamente, y el aire vuelve de nuevo conforme Susurro abre sus canales, y así se ilumina más el brillo del sol en el cielo. La lluvia prácticamente ha desaparecido. El corte de mi brazo no es muy profundo, ni tampoco el de mi cuello. Las heridas en mi pecho, la de la espada de Lisa y la del fusil de Dante, me preocupan más, pero no acabarán conmigo. Camino a duras penas hasta Susurro, que me pide perdón por haber fallado, yo sonrío y acaricio su mejilla, le doy un beso en la frente.
Miro la pared de piedra, en la que varias líneas de color gris claro forman unos dibujos.

Veo tres máquinas, grandes, frente a mí. No parecen de forma humana, y solo tienen un ojo. Bajo ellas, socavados por la tierra que Dante y los chicos han estado desenterrando, hay un pueblo de gente diminuta, que huye, veo fuego, veo casas en llamas, veo gente muerta.
Máquinas. Los Creadores.

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