1 de noviembre de 2017

¿Dónde están nuestras medallas?


Defensor tiene el puño apretado, y va a golpear la mesa, pero se frena a mitad de trayecto. Respira muy profundamente, y echa atrás su melena negra. Cuando descansa el brazo en la mesa, parece un tronco de piel robusta sin cicatrices. Mira a Jil fijamente.

—¿Es una amenaza? —dice.
—Tal y como le dije a tu compañera en su día, el mensajero no tiene nada que ver con el mensaje.
—No me refiero a eso. Me refiero a si esa máquina, con voz de mujer, nos está amenazando a nosotros.
—Está amenazando a Dante, sin duda, y a vosotros si no le entregáis. El por qué, lo desconozco. Hablad con él.

—No podemos hablar con Dante.

Miro a Razón, que sigue con los ojos perdidos en alguna parte, con su melena rosada y blanquecina despeinada, pensando en a saber qué cosas, mientras Defensor y yo tratamos de dar sentido a esa máquina verde y gris de más de dos metros de alto.

—¿Cómo es que no podéis? —dice Jil—. Bueno, no importa, no me incumbe. Como ya digo, es la primera vez que veía un ser semejante. No sé por qué no os transmitieron directamente el mensaje, supongo que mi fama de mensajero es, tristemente, universal. —Se queda quieto y en silencio, un rato—. En realidad... hay algo.
—¿Algo? —digo.
—Sí. Los pueblos que habitan las tierras de Ashotán Óniros tienen una cultura en común, una especie de religión, en la que adoran a tres dioses que parecen máquinas. Esa religión dice que estas máquinas controlan todo lo que somos y hacemos, como si pudieran decidir cada cosa que hacemos cada uno de nosotros, o como si ya lo hubieran decidido hace tiempo.
—Vaya tontería —digo, con un bufido.

Si hay pueblos en esa tierra desconocida, todos se han drogado con la misma sustancia. Nadie controla mi destino. Defensor se gira para mirarme.

—No será tanta tontería cuando a Jil le ha visitado una maldita máquina de tres metros de alto.
—No era tan alta —dice Jil.
—Por mí como si mide veinte —dice Defensor—. No sabemos qué quiere, solo que nos está amenazando.
—Tan todopoderosa no será —dice Razón—, cuando le ha encargado un mensaje, en lugar de hablar con Dante ella misma.
—En eso estamos de acuerdo —digo—, y es lo que trataba de decir.
—Es un enemigo desconocido —dice Defensor—. Necesitamos toda la información que podamos obtener, aunque sea de culturas absurdas.
—No sé más sobre Los Creadores —dice Jil—. Me temo que no puedo seros de más ayuda. Mucha suerte con esto, nuestras relaciones se han enfriado con los años, pero creo que en estos tiempos difíciles debemos apoyarnos entre nosotros.
—Eres un esbirro de Miedo, Jil —le digo.
—¿Ah sí? ¿Un esbirro de Miedo diría lo que acabo de decir?

Se levanta mientras me mira con esa cara, yo bufo, que no intente fingir que le indigna lo que le digo, da la mano a los dos hombres, dice los nombres de sus hijos, Lisa, Yod, Orfeo, y se marcha. Los Creadores... un nombre pretencioso donde los haya. Cuando los hombres se sientan de nuevo, Razón dice que los tres niños de Jil están con Dante.

—Los tiene presos —dice.
—¿Cómo lo sabes? —digo.
—Dante secuestró a Madurez, la más joven, como rehén. Puede que haya hecho lo mismo con los de Jil.
—Pero Jil no lo sabe.
—No sé, puede que les esté usando como generador de energía, o algo que tenga que ver con ser joven y tener vitalidad.
—No sé, Razón, el experto eres tú —dice Defensor—. Pero no me gusta nada lo que dices.
—Hay que encontrar a Dante como sea —digo—. No sé qué está haciendo, pero necesitamos el control de Mentes cuanto antes, y ahora, además, esto.
—Energía está buscándole —dice Defensor.
—Hay algo que no me cuadra en todo esto —dice Razón.

Nos explica que, si la gema que robó Dante sirve para matar a Miedo, este y los supuestos Creadores deberían ir en un mismo equipo, pero al mismo tiempo, no relaciona todo esto con que nosotros no podamos controlar a Mentes. Como sea, dejaremos que reflexione sobre ello.
La noticia de Los Creadores sorprende a las mentes, y nada más pueden hacer salvo sorprenderse. Social apenas puede mantener una conversación, Relativismo baja para comer en silencio, ignorando cualquier pregunta que le hacemos, y sube a su habitación para meditar de nuevo. A Mentes se le ve más ensimismado, pero no como si Relativismo realmente tuviera el control. Servatrix apenas puede atender las cosas que le digo, Afrodita se limita a doblar una horquilla y escuchar el sonido metálico que hace cuando vuelve a su posición. Defensor le hace una contestación muy fea a Repar, y se disculpa de malas maneras mientras se va. Escuchamos los chillidos de la Señorita Lorraine al despertarse, y luego la puerta del establo.

—¿Quién hace hoy las guardias por el camino del este? —dice Narciso.
—Ya las hago yo —digo—. Descansad.

En el establo, están abiertas tanto las puertas de la Señorita Lorraine como la puerta principal. Hércules gruñe contento cuando me ve, yo le acaricio despacio por el cuello. Es un caballo fuerte. Nunca, nunca me ha decepcionado, nunca ha desfallecido, y aquella vez en la costa este, cuando los gólem de roca me acorralaron contra el acantilado, Hércules se abrió paso y me rescató, ni siquiera fue herido. Le daría un beso, antes de montarme, pero un guerrero no recibe besos, solo medallas. Solo misiones cumplidas.
Al final, Susurro ha decidido acompañarme. Monta a su Fulgor, el caballo más blanco del establo, y paseamos juntas hacia el este, dejando la casa a la izquierda, luego la pequeña pradera, y más tarde la jungla, antes de acabarse al romper contra la costa de tierra y piedras. Hablamos de bobadas, del tiempo, de la situación, de cómo reaccionan, ella critica a algunas mentes en complicidad, pero yo no quiero jugar a ese juego. Las gaviotas vuelan muy cerca de nosotros, sin ojos aguamarina. Al final, le pregunto cómo está.

—Bueno, bien.
—¿Bien?
—No, la verdad, bien no.
—¿Regular?
—Tampoco, peor, supongo.

Qué graciosa, yo río, ella me mira, y por la distancia, casi no distingo sus iris del blanco de sus ojos. Una ráfaga de aire mueve su melena y me mete los pelos en la boca.

—¿Por qué te ríes?
—Por nada, no importa. ¿Dante no era amigo tuyo?
—Sí.

Ha tardado en contestar. Su mirada baja hasta la crin blanca de su caballo, la siento frágil, vulnerable. ¿Sabe ella lo bien que patea culos cuando actúa como si fuera de papel? No me gusta su comportamiento, pero no se lo discutiré hoy, todos estamos teniendo unos días malos.

—Oye, ya sabes que no quiero verte triste, y sabes que se me da muy mal animar.
—Lo siento, es solo que sí, era amigo mío, y no entiendo nada de lo que ha pasado.
—No quiero que te disculpes, solo digo que no quiero que eso te preocupe.
—Casi le digo que sí, ¿sabes?

Susurro aprieta los labios, y aprieta tan fuerte las riendas que ha parado al caballo.

—Pues tonta tú. —Le digo, y ella me mira, con ojos como platos—. Yo le hubiera dicho que sí, hubiera reivindicado mi posición, y después no me sentiría mal.
—Si le hubiera dicho que sí, me hubiera ido con un monstruo.
—Dante no se habría ido sin la gema y sin el diccionario del viejo, ¿tú le hubieses seguido después de lo que hizo?
—No lo había pensado así —dice.
—Pues entonces.
—Parecía otro. El Dante encantador que conocí, respecto al Dante frío que vimos esa mañana.
—Sí, un Dante encantador... pero a ti no te encantaba, ¿verdad?

Le miro, con ojos pícaros. Ella se hace la tonta.

—No sé de qué hablas.
—Claro que sí. Dante te ponía ojitos, ¿me dirás que no lo sabías?
—Basta, no me anima pensar eso, ¿sabes?
—Ya dije que no se me da bien animar.
—Se te da fatal.
—¡Ja!

Me alegro de que Susurro no le dijera que sí, en el fondo. De nuevo, cuando vemos el gran puente que une nuestras tierras con las Tierras Inexploradas, damos media vuelta y volvemos. En el establo, las puertas de la Señorita Lorraine están cerradas, y en la casa, todo sigue igual, así que me alegro de haberme ido. Siento mucha impotencia por no poder hacer sentir mejor a todos. Mentes sigue igual, mirando la televisión, acostándose temprano. María le pregunta qué pasa, hoy apenas ha querido estar con Julio. Mentes, Dante, le dice que está todo bien, que no tiene buen cuerpo, solo eso, y Afrodita dice que María no le ha creído, pero Mentes duerme plácidamente. Y con él, dormimos todos.

Unos ruidos me despiertan en mitad de la oscuridad del comedor, por instinto me levanto y desenvaino la espada negra. Energía, de ser una fina línea vertical en su caparazón cristalino, ahora es un mar de ondas. No hay nadie en el comedor, no ha entrado nadie.

—Luchadora, en el jardín.

Bordeo rápido la gran mesa y abro la puerta principal, en el jardín hay fuego. Corro hasta las brasas, apenas copos de ceniza negra iluminados por llamas moribundas en forma de líneas, en mitad del césped. No veo a nadie alrededor, ningún humanoide, ningún robot. Si hay algo, Energía me lo dirá. Si es un animal salvaje, lo controlará. Pero aquí ha habido alguien, que ha distribuido esas brasas formando un dibujo, dibujo que ya hemos visto más veces pintado en los robots de Miedo, ocho líneas rectas señalando los puntos cardinales, y cada extremo acabada en forma de horca.
Agarro mi espada con las dos manos y grito a Energía que dé la voz de alarma, corro hacia la playa para coger una de las antorchas que el viento no ha apagado, pero están todas apagadas, todas, a lo largo de toda la playa. El brillo de la luna en la hierba húmeda no revela enemigos, solo pueden ocultarse en un lugar, así que entro dentro de la frondosa jungla.
El barro cubre mis botas por completo. Mi pelo se ha enredado con varias ramas que ahora están cortadas en el suelo. Escucho los rumores de animales despertados por mis pasos toscos. No veo a nadie en un rato, y al final, vuelvo a la casa derrotada, sin presa ninguna, y en la casa tampoco tienen respuestas, solo han iluminado el jardín mientras Repar reaviva las antorchas. Junto al dibujo de líneas rectas, ahora veo varios pájaros muertos a su alrededor, cuervos, alondras, gorriones, y no me equivocaría si digo que son los pájaros que Energía envió para buscar a Dante en la Isla de Inconsciente.

—No lo entiendo —dice Energía—. Esos pájaros atravesaron la bruma, las rocas partidas que rodean la isla y descansaron en un árbol muerto que encontraron. Estaban descansando, y de pronto, están aquí. Lo siento. Os ayudaré a recogerlos.

Un desorden de brillos aguamarina ilumina las brasas que rodea. Y de forma torpe, trastabillada, los cadáveres se levantan, humeando sus ojos el verde de Energía, y echan a volar, hasta que se estrellan todos contra el mismo trozo de tierra, y así quedan, amontonados unos encima de otros mientras los brillos desaparecen. Asqueroso.

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Dante no se ha movido desde hace días. Sé que ha estado comiendo porque Epón le ha traído comida, pero no se ha levantado del suelo de la terraza, no ha dejado de iluminarse del aura blanca. A veces pienso que si me escapara ahora, no se daría cuenta, pero no quiero arriesgarme, quiero que esta vez nada falle. Hace días que no veo a Lisa y al otro chico, pero sí he visto a Orfeo, que se asomó curioso para ver qué hacíamos, y se fue. Lisa es una loca, debo impedir que mate a las mentes, y si sigo aquí encerrada no voy a poder avisarles, pero si Dante sigue meditando, no puedo irme. ¡Tonta! ¿Cómo no se me ocurrió antes?

—¡Dante, mongolo! —Intento sonar lo más irritante posible—. ¿Esperas matar a las mentes así sentado? ¡Menudo tonto! ¡No abrirías la puerta y ya estarías muerto de intentar hacerles algo! ¡Feo, subnormal!

El brillo blanco desaparece de pronto, y me siento en la jaula de puro instinto, me cubro con la manta que me dio. No quiero que me la quite, hace mucho frío. Muy despacio, ladea su cabeza a un lado. Al otro. Y estira los brazos, y su clac lo escucho desde aquí. Se levanta, no quiero que vaya a por mí, no ha sido tan buena idea, da media vuelta con la gema en una mano y por donde se coge la espada en la otra, y no para de mirarme, viene hacia aquí, quizá me haya pasado. Cuando llega hasta los barrotes, se agacha, está muy cerca, y sus ojos me están mirando.

—Chiquilla tonta... —Chasquea la lengua, mientras va diciendo no con la cabeza—. Siempre me pregunté si tu función era en realidad ser insoportable, si me estaba equivocando. —Señala su ojo—. ¿Acaso crees que me enfrentaría a las mentes yo solo con tres críos que apenas saben pelear?
—Di... dijiste que sí.
—No. No voy a matar a las mentes. Las necesito.
—Lisa te dijo...
—Me importa una mierda lo que diga una chiquilla, sea Lisa, o seas tú —dice—. Yo a quien quiero de verdad es a Orfeo, el único que aprendió decentemente el legado de su padre. En fin. —Se levanta, y se sacude el polvo de la ropa delante de mí—. Pasa una buena noche, yo ya necesito dormir.

Cuando cierra la puerta, se hace el silencio. Es mi oportunidad. No te precipites, Madurez, vamos a hacerlo bien. Hay que contar una hora desde ahora. Si un minuto tiene sesenta... sesenta... tres mil seiscientos tengo que contar. Uno, dos, tres, cuatro... la tripa me suena muchísimo, y me caigo de sueño... ocho, nueve, diez... ¿En serio tengo que contar tanto? Mejor canto una canción.

—Sueño en invierno que es primavera... —susurro—. Las flores se abren en la pradera... Y brilla el sol, en el jardín, el viento esparce olor a jazmín...

Escucho ruidos apagados en el piso de abajo, a través de la ventana.

—Porque brilla el sol, en el jardín, porque es primavera y cantas junto a mí.

¿Me estarán buscando? ¿Me echarán de menos? Servatrix cantaba conmigo esta canción antes de dormirme, hace ya mucho tiempo... Ojalá le hubiera dicho antes de irme algo, cualquier cosa de agradecimiento, no sé. Nunca le he dicho nada.

—Sueño en invierno que es primavera... —repito—. Por favor, dormíos, que tengo que huir... Con este hueso, me escaparé, y cuando me vaya, por culo os daré...

Saco el hueso de la manga de la chaqueta, por fin, la muñeca me duele un montón cuando lo hago. Busco el agujero de la cerradura con la punta afilada, lo meto dentro, y me aseguro de que nadie esté subiendo las escaleras. No puedo cagarla, tengo que ir poco a poco sin partir el hueso, pero nunca he hecho esto antes. Trato de empujarlo, poco a poco, intentando desde muchos ángulos, y lo intento, otra vez, otra, otra. Minutos intentando siquiera empezar, pero no sé, no sé si tengo que apretar, no quiero romperlo. Empiezo a perder la paciencia, seguro que este hueso no vale. He estado esperando días y días sin pensar en otra alternativa y ahora no va a funcionar...
Cuando aprieto algo más, la cosa no va a mejor. De pronto, la cerradura cede algo, y de los nervios, retrocedo. ¡Tonta, tonta, lo había conseguido! Ahora voy a tardar una eternidad en volverlo a conseguir. Intento imitar lo último que he estado haciendo, y no mucho más tarde, lo consigo. Vale, hay que seguir. Poco a poco, el hueso se cuela más y más adentro, pero cada vez es más difícil moverlo, y me duele la muñeca. ¡Deja de quejarte! Puedo hacerlo. No tengo fuerzas para seguir probando, así que empiezo a empujar cada vez más fuerte. Con un clic final, sé que he llegado al fondo... creo. Rodarla me cuesta, hago mucha fuerza, pero la puerta acaba abriendo.
Respiro fuerte, no sé si de satisfacción, de dolor, o de qué, pero no hay tiempo. Creo que todos duermen, debo ir con mucho silencio.

Abro la puerta muy poco a poco, pero estoy haciendo algunos ruidos. El pomo chirría cuando lo giro, y la cerradura no sale bien del agujero, y da tirones. Cuando empujo la puerta, la madera se queja, y cada pequeño ruido es una cuchillada para mí. Retrocedo y cojo el hueso, por si tengo que huir y meterme corriendo en la celda de nuevo, bajo las escaleras, muy poco a poco. El hueso de mi tobillo ha sonado una vez. No más, por favor, busco una postura nueva para bajar con tal de que no suene, aunque tarde mucho en bajar un solo escalón. No escucho absolutamente nada en la casa, y odio tener que bajar todas estas escaleras, pero no me queda más remedio. ¿Y si Dante me está esperando?
Cuando llego al piso de abajo, parece que ha pasado una eternidad, lo menos he dado dos vueltas con las escaleras en caracol. Supongo que la planta en la que estoy será más o menos igual de grande que en la que estaba presa, pero solo veo un pasillo enano con las puertas hacia los dormitorios. Escucho ronquidos. Vale, vamos, esta es la prueba definitiva... tengo que palpar la puerta que va hacia abajo, y por dios, aquí si que no quiero ruidos. Se encuentra junto a la mía, y por suerte las paredes son de piedra templada y las puertas son de madera fría, porque si no en la vida la hubiera encontrado.
Esta es más fácil que la otra, y hace menos ruido. Vamos, yo puedo, yo puedo. La abro lo justo para que yo pueda colarme por ella, y así me cuelo, poco a poco. Cuando busco el escalón hacia abajo con el pie, me resbalo, me agarro de la madera y emite un sonoro crujido. Me quedo paralizada, quieta, con una pierna aún por pasar.
Los ronquidos varían, paran, y vuelven a continuar. Respiro largo y tendido, intentando que mi corazón se calme. Pero oigo ruidos, pasos. De la habitación de enfrente. Paso la puerta y retrocedo varios escalones cuando escucho el crujido de la puerta que hay enfrente al abrirse, oculta por la mía a medio cerrar. No sé quién es, pero debo bajar, debo bajar, y bajo rápido haciendo el menor ruido posible, pero mi tobillo derecho a crujido dos veces, no puedo permitirme ser descubierta. Desciendo rápido hasta un piso más abajo, una gran sala sin paredes donde la luz de la luna se cuela por sus ventanas. Veo una mesa con sillas, veo una hoguera con chimenea de la que solo quedan cenizas. Al fondo, luces de vela iluminan una sala, podría haber alguien... pero no se escuchan ruidos. Agarro el pomo de la siguiente puerta para seguir hacia abajo, pero está cerrado con llave. Mierda, no puedo abrirla rápido si va a ser con el hueso, tardaré demasiado, tiene que haber una llave por aquí.

Miro con la poquísima luz por la sala, busco un brillo metálico, entonces un sonido me pone alerta. Son pisadas, que bajan. Por la escalera.
No hay tiempo, tengo que ocultarme, ¿la chimenea? No, por dios, ¿bajo la mesa?, demasiado cerca de la puerta. La sala con velas del fondo parece un almacén... Llego rápido, es una cocina, bordeo la mesa del cocinero y veo al fondo una persiana de tela tapando un agujero, y no me lo pienso. La puerta se ha abierto. Me hago un hueco entre los sacos de patatas, logro meterme dentro del agujero, saco el hueso y lo cojo como si fuera un cuchillo. Desde donde estoy, tendría que entrar dentro de la cocina para poder ver mi escondite, dejo una pequeña rendija desde la que poder ver, Lisa entra en la cocina. Esa zorra. Cojo aire y lo aguanto, si Dante no me persigue, puede que escape de aquí, pero necesito esa llave. Ella inspecciona la sala, estantería a estantería, y con cautela se acerca hasta las velas. Está demasiado cerca, mejor será no seguir viendo, así que no veo cómo apaga las velas y camina por la habitación, hasta que se va por fin. Cuando ella suba, tengo que encontrar corriendo esas llaves o nada de esto habrá valido la pena. La sala está sumida en la oscuridad, buen sitio. Algo ha caído muy cerca de mí, mierda, son dos patatas que se han salido del saco. Me quedo quieta, esperando a que esa tipa cierre la puerta y me deje en paz... entonces, escucho el quejido del metal de la parte de arriba de la persiana siendo arrastrado, y una mano fría en mi tobillo. Sin saber qué pasa, lanzo una patada al aire y golpeo un cuerpo que cae y choca contra la mesa del cocinero. Salgo corriendo de ahí, pero Lisa me agarra de un brazo, de la espalda, yo forcejeo, busco su cuerpo y clavo con todas mis fuerzas el hueso, ella grita y me empuja lejos, contra una estantería de la que caen muchas cosas sobre mí. Me arrastro bajo la mesa, en un lugar donde la luna no se cuela por la puerta, necesito esa llave, ya, no puedo pensar, no sé dónde está ella, que le den, salgo corriendo hasta la mesa y la hoguera, miro por la ventana pero aún estoy a mucha altura.
La luna ilumina a Lisa entrando en el comedor, agarrándose el brazo izquierdo, con un cuchillo en la mano, hasta que llega al otro lado de la mesa, si ella avanza por un lado, yo por el otro. Así es la primera vez, hacia la izquierda. Me hace un amago hacia la derecha, pero sigue hacia la izquierda, arrastro una silla para entorpecerla pero me come terreno igual, así no voy a ir a ninguna parte así que salto, y encima de la mesa salto otra vez hacia ella con mi pierna apuntando a su cabeza.
Me duele. He debido de golpear la cabeza contra el suelo y no me he parado el golpe, no me lo esperaba. Me ha agarrado de la pierna y me ha lanzado como si no fuese nada. Me agarra y yo forcejeo, pero me siento impotente y sin fuerzas. Los peldaños ascienden en oscuridad, y cuando abro los ojos, estoy de nuevo en la celda y la nuca me duele. También mi cadera.

Veo a Dante subir, diciendo algo a Lisa, que no para de mirarme, con el pelo rojo brillando a la luz de la ventana más alejada. Su mirada es de furia. Dante ríe, no sé por qué pero ríe, era mi oportunidad de escapar, pero esa puerta cerrada... Lisa se acerca y habla, golpea los barrotes de la celda, pero no me estoy fijando en qué dice exactamente.

—¿Estás sorda o qué? —logro entender que dice.
—¿Qué?
—¿En qué pensabas, niñata?

Digo algo sobre por qué me he intentado escapar, pero no sé qué exactamente. Dante me mira, apoyado en la pared, a lo lejos. El blanco de su chaqueta también brilla mucho. Lisa sigue hablándome. Tengo que ponerlos en contra, es mi única oportunidad.

—Oye, Lisa... Lisa —digo.
—¡Contesta a lo que te digo!
—Dante quiere traicionarte, Lisa. No quiere matar a las mentes. Me lo ha dicho.

Dante ríe a pleno pulmón. Ella se acerca, cuela el brazo con el cuchillo entre los barrotes, y comienza a moverlo de arriba a abajo, yo retrocedo por puro instinto hasta la esquina, ¿está loca?

—¡Eh! —grita Dante—. ¿Qué haces? ¡La necesito viva!
—¡No iba a matarla!
—Me da igual, no la cortes.
—Esta zorra está mintiendo para provocarme —dice.

¿Esta zorra? ¿Pero qué se habrá creído esa mulata pelosangre? Me da igual que sea mayor que yo, pienso estrangularla mientras duerme. Dante sonríe.

—Lo sé, ¿cómo tienes el brazo?
—Me duele, pero solo necesito una venda.
—Dile al enano que te cure, abajo. Toma la llave.

Saca un manojo de llaves del bolsillo, le indica cuál es, una gris vieja y oxidada, y la chica se marcha. La llave...
Se arrodilla, hasta quedar a mi altura, muy cerca de mí, riendo.

—¡Vaya con la pequeñaja! No me dejas dormir ni una hora. Me gusta. Hagamos un trato, tú y yo. Si no tratas de escaparte hasta que vuelva a buscarte, te enseñaré algo.

No recuerdo ni que Dante se haya ido de la habitación, cuando abro los ojos, está ahí otra vez, pero en lugar de ser de noche, es de día. Distingo el cantar de las motecillas y de las cotorras, un despertar parecido al de la casa, el cual me hace sentir que no estoy tan lejos. También, entre otros pájaros, hay uno que sé que me enseñó Erudito a diferenciarlo, pero no recuerdo ese nombre, sé que es varonil, de alguien bien educado. Hay, sin embargo, otros cantos que no conocía, aunque ya, a estas alturas, son como de la familia. Dante abre la puerta, no entiendo bien lo que pasa, y me dice que salga fuera.
Mientras me levanto, noto cómo me duele la cadera, la espalda, el cuello una barbaridad, y la cabeza va a explotarme. Tengo un chichón, de hecho. Le pregunto por qué me saca de la celda.

—Tienes lo que hay que tener, jovencita. Me gustan las personas con carácter, que se hacen valer. Ya que has demostrado que esta celda es poco para ti, voy a dejarte salir para que te des un baño.

¿Habla en serio? Llevo mucho sin lavarme, creo que tanto que ni lo necesito, pero es raro. ¿Me recompensa por tratar de escaparme? Debe de estar loco. Siempre me pareció un rarito, y además de secuestrador, es masoquista. Él baja primero por las escaleras, pasamos los cuartos, pasamos el comedor, y abre la puerta, sin necesidad de llave, que lleva más abajo. Es una sala más grande, con una alfombra grande en medio, una lámpara de velas en lo alto, ahora apagadas, y la puerta principal a lo lejos, blanca y cegadora por la luz que entra del sol. Me fijo en que las ventanas son diferentes a las del último piso, tienen un portón de madera para cerrarlas y que no entre el aire. Hay un tabique recto y una puerta enfrente, en la que Epón me está esperando. Otro enano, que no es Epón, cruza el lugar ignorándome y entra en una puerta que lleva aún más abajo.

—Bueno, muchacha, debo dejarte, Lisa y Yod me están esperando fuera. Cuando me vaya, la puerta principal y las ventanas quedarán herméticamente cerradas, así que ni intentes escapar. De hecho, me alegra que intentes huir estando yo aquí, pero si lo intentas cuando no estoy... me voy a enfadar —me mira—. Mucho.
—¿A dónde vas?
—Bueno, vamos a dejarnos ver cerca de la casa de las mentes, para que nos descubran. Quiero que vean algo.
—Como les hagas daño, te mataré —digo.

Él ríe a carcajada limpia, tan fuerte que asusta a Epón.

—En fin —dice—. Epón, te quedas al cargo de la niña, cuando sea hora de comer haces que abandone el baño y suba de nuevo a su celda. ¿Está la ropa limpia preparada?
—Sí, señor.
—Nos vemos por la tarde.

Según él se va, dos enanos se levantan desde un rincón que no había visto, y cierran la puerta, y van hacia las ventanas. Epón me pide que pase con él a la pequeña sala, en la que hay una bañera cargada de agua, meto la mano y está caliente. Calor... El enano señala el espejo, el lavabo, el váter, un taburete, y encima de él, toallas limpias y secas, y unas telas negras.

—Cuando acabes, ponte esta ropa y tira las que llevas a esa esquina para que pueda lavarlas luego.
—Espera, no quiero ponerme otra ropa.
—Te protegerá mejor del frío. Las temperaturas van a bajar.

El enano se va, agarra el pomo poniéndose de puntillas y comienza a cerrar la puerta.

—Espera, Epón. —Él se para—. Siento haberte golpeado, el otro día.

Se queda quieto, sin decir nada, y luego continúa cerrando la puerta hasta dejarme sola en el lugar. Cuando entro en la bañera, parece que el calor va a derretirme, me cuesta tanto acostumbrarme que me duele. Hay una ventana cerrada, encima de la bañera, que abro y resulta que no está tan hermética como me esperaba, pero cuando me asomo, me saluda una caída de decenas de metros, nada que ver con la tierra a ras del suelo que se eleva metros lejos de mi alcance. Suspiro, y hago cálculos. La tela que hay en esta sala no es suficiente para hacer una liana.
Escucho el piar de una motecilla muy cerca, lo vuelvo a escuchar aún más cerca y aparece de pronto en la ventana, me da un susto que casi me caigo hacia atrás, el pájaro se posa en el umbral. Sus ojos... ¡son aguamarina! El pájaro, blanco y negro, pequeño, se me queda mirando, y luego canta muy de seguido, muchas veces, con el humo verdoso saliendo de sus ojos. Revuelve sus alas, las aletea con fuerza sin llegar a volar, mueve el cuello, yo acerco mis manos al pajarillo y este se estrella contra ellas, acariciándolas. Aletea otra vez, y vuelve a piar, y sus ojos verdes se deshacen. El pájaro, con los ojos oscuros, huye de mí de un salto de puro susto.
Ahora saben dónde estoy.

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Hora del desayuno para las mentes, Energía nos despierta a todos. Me levanto de la silla del comedor y crujo la espalda, que la tengo hecha polvo. Me ciño el cinturón con la espada negra, que se ha torcido durante la hora que habré dormido después del símbolo y los pájaros muertos. Fue Razón el que se ofreció a montar guardia y limpiarlo, abro la puerta, y de hecho, está acabando.

—Hola, Pin —digo.
—¿Pin?
—Sí, tú eres Pin —señalo su pelo rosa—, y yo soy Pon —señalo mi pelo azul.
—Por dios, qué malo.
—Qué dices, es buenísimo.
—Para nada, eres la peor haciendo chistes —dice—, además, Pin es la chica.
—Qué va, Pon era la chica.

Razón sonríe, clavando la pala en la tierra después de haber enterrado a los pájaros y alisar el terreno. El viento sopla fuerte, frío, miro las telas con las que él se expone al invierno que ya llega. Las antorchas en la costa aún brillan después de que Repar las encendiera, y llega hasta aquí el olor del ganado de Duch. Hoy es el cumpleaños de María... y seguimos sin tener el control de nuestro propio Mentes.

—Deberías limpiarte las botas antes de entrar, señorita.
—Y tú deberías abrigarte un poco. Dime, ¿has hecho algún avance con Los Creadores?
—Ayer estuve buscando alguna referencia entre los libros de Erudito, incluso en el almacén, y lo único que encontré es que son reales, cosa que ya sabemos, por Jil. No sé cuánto poder tienen, ni qué intenciones, ni qué función en el mundo. Es como si fueran invisibles. Erudito mencionó, en una de sus páginas, que la existencia de unos seres que guiaran nuestras acciones para darnos un sentido... ¿cómo dijo? Sentido unificado, me parece, dijo que tiene mucho sentido.
—Menuda bobada. Nada tiene el poder de un dios, es simplemente absurdo.
—No sé —dice—. No sé qué ha hecho Dante para cabrearles, pero también nos ha cabreado a nosotros, así que podrían estar de nuestro lado.
—Ya, diciéndonos que habrá consecuencias si no le decimos dónde está, no me lo trago.
—Sea como sea, necesitamos a Dante.
—Y a Madurez —le digo—. Nos necesita. Y mientras, ese Miedo sigue molestando.
—Los próximos días van a ser delicados. Vamos a tener que saber manejarlos.
—¡Todos al comedor! —grita Energía.

Relativismo no ha bajado, come lo justo y solo medita, posiblemente por culpa de Dante. Servatrix ha bajado a Social, se le ve débil y cetrino, apenas puede hablar y casi no quiere comer, y Susurro y Stille parece que han vuelto a discutir. Energía habla.

—He encontrado a Madurez. —Nuestra reacción es la que cabe esperar—. Está en una torre, en el sur de las Tierras Desconocidas, al final de un bosque púrpura.
—¿Está Dante con ella? —dice Defensor.
—Dante y otros seres que desconozco. Está muy delgada, pero parece que está bien.
—Por dios, tenemos que sacarla —dice Servatrix.
—Tengo un plan para ello —dice Energía—. Es complicado, pe... esperad.

Sus ondas se reducen a cero, una vertical pura en el recipiente de cristal. Todos nos miramos, emocionados. Me han entrado ganas de comer, porque pronto comeré junto a la pequeña, porque está bien, porque hemos encontrado a Dante, y vamos a por él.

—Dante se está moviendo.

Entre sus silencios, todos hablamos, opinamos, comemos, hasta Social parece tener más hambre.

—Dante está muy cerca, con dos personas más que parecen dos de los hijos de Jil.

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¿El Faro se ve lejano, o se ve cercano? No sabría decir desde aquí, no tengo una referencia clara de árboles a sus pies o algo parecido, solo la apertura del claro en el bosque desde la que miro. Es alto, eso sin duda, y grande, y se ve mucho más cerca que hace dos días. Albino está callado, como desde que salimos de la cueva, de mal humor, y solo habla para quejarse, como anoche con los mosquitos, menuda noche me ha dado. Muerde la carne de zorro sin ganas, con más paciencia que yo, que lo he dejado a mitad porque es duro e incomestible. Sé que hubo una vez en la que Optimismo era alegre, vivaracho, realmente era un foco de esperanza y de energía positiva, de hecho yo le llegué a conocer así. Era igual de joven que ahora, con el pelo negro, y la piel algo más oscura.
Me preguntaría qué le pasó, si no lo supiera, en el fondo. La guerra le pasó. La masacre que sufrimos, hace tantos años, la muerte de Luchadora, la muerte de la madre de Madurez. El ataque de los gólems, el volcán, el otro volcán, terremotos, tornados... bueno. En realidad, los desastres naturales son comprensibles, siempre lo han sido. El problema está cuando aparece un humanoide, como cualquiera de nosotros, que parece ser una mente pero no lo es, sino mucho más poderoso, nos destroza y nos tortura, y no para hasta morir él o morir nosotros. Eso es antinatural, eso lo crean el resto de humanos, la sociedad, con sus actos crueles.
Siempre me identifiqué con Social y sus juegos de malabares a la hora de tratar a la gente, pero cada vez más me he ido distanciando y he cogido asco a ese mundo, aunque cada vez me sienta más como antes, más fuera de las mentes y todo lo que las relaciona, como si mi verdadero yo me llamase y me dijera, ve hacia el Faro, el Faro tiene la respuesta. Aun así, lo que siento por Albino ya es verdadera curiosidad.

—Oye, Albino.
—Qué.
—Últimamente estás de peor humor que de costumbre.
—¿Me tengo que reír?
—¿Qué tal contarme qué te pasa?
—Paso. No eres una mente.

El comentario duele, por lo gratuito, más que por su verdad.

—Mira, no, no lo soy. Pero, aunque no nos llevemos bien, reconozco que, en el fondo, me importas.

Mi instinto lleva días deseando que se caiga por un precipio y muera en el acto, pero es divertido cómo cuento la mentira y él se la cree, me hace pensar, de algún modo, que tengo control sobre él, que, aunque yo no tenga una maza, puedo dominarle. Él bufa, no sé si por orgullo o por pereza, pero va a hablar, se le nota. Coge su arma, y tras calcular, la lanza con fuerza sin separar el trasero del suelo, el arma dibuja un arco y se clava en el tronco de un árbol a seis o siete metros, y sus astillas salen disparadas con fuerza.

—No tengo control sobre Mentes.
—¿Qué?
—Hace días que no puedo controlarle, por más que me esfuerce. Sé que algo de influencia tengo, pero no es directa, soy incapaz de hacer que diga lo que digo.
—Quizá te estés haciendo mayor.
—Me preocupa que sea mi piel blanca.

Albino mira hacia arriba, seguramente viendo lo que Mentes ve ahora mismo, y me sorprende que haya bajado su guardia así, y me esté contando algo importante. Según habla, la cara de enfado se le va borrando.

—¿Por qué? ¿Qué le pasa a tu piel blanca?
—Me pregunto si mi verdadero yo es diferente a mi yo albino, si mi verdadero yo está muriéndose y mi yo albino, por poder regenerarse, se está haciendo el control, y quitándome el poder de mente.

Uf, mal asunto si es así... Siempre vi su albinismo como una ventaja, por eso de regenerarse y permanecer siempre joven, nunca como una enfermedad. Tengo curiosidad por saber qué le pasa a Mentes ahora mismo, la falta de información me quita poder, aunque tendré que cederle a él algo de información, también.

—Puede que no sea tu piel blanca, sino estas montañas. Desde que estoy aquí, no puedo ni ver lo que ve Mentes.
—Puede.
—¿Qué está haciendo ahora? ¿Llevar a Julio al colegio?
—Hoy es fin de semana. Pero está jugando con él.
—¿Y qué le dice?
—Le pregunta qué es la palabra paralelo.

Me imagino a Julio jugando, mientras escucha la televisión de fondo, oírlo y preguntarle a Mentes qué es paralelo. Seguramente esté jugando con sus muñecos de Total Dinosaur Action, le encantan. O los City Dolphins, mitad delfines, con piernas de humano. Siempre le gustaron esa clase de aberraciones...

—¿Y han decidido explicárselo o decirle el clásico ya te lo explicaré cuando seas mayor? —pregunto.
—Han probado lo primero, pero lo estaban diciendo demasiado técnico, así que Julio se ha perdido y le han dicho lo segundo.
—Me hace mucha gracia que pregunte tantas cosas. Está aprendiendo muy rápido.
—Julio es un crack —dice, y parece mentira, sonriendo—. Es muy listo, pero lo que más me gusta de él es que es un aventurero de primera, es muy valiente. Mi sueño es poder enseñarle todo lo que sé y que llegue muy lejos.
—Seguro que lo consigues. Veo cómo tratas a Madurez, la tienes a raya.
—No la llevo a raya, ese es vuestro problema —dice—. Madurez es como Julio será dentro de unos años, no hay que luchar contra su fuerza mal empleada, solo hay que enseñarle a reconducirla.
—Sea como sea, los niños se te dan bien.

En el fondo, esto sí es verdad, y lo he dicho sintiéndolo realmente, cosa rara en los últimos días. No sé qué me pasa, que estoy tan frío.

—Mira, Eisencito, cuando encuentres tu sitio en el mundo, seguramente hagas el bien, no te lo niego. Quizá me llame Optimismo, pero olvidar no es lo mío. No me tengas en cuenta que te trate peor que los demás, no es algo que pueda controlar.

Asiento con la cabeza. Pronto tocará recoger el campamento, montarnos en Aristóteles y Nadiesda y poner rumbo al Faro. ¿Cuánto dijo que quedaba de trayecto, un día o dos? Quizá hasta podamos entrar esta noche. Es difícil no tener en cuenta los cortes y malas contestaciones del Albino, pero, ya que me dice esto y sé que le cuesta, haré lo posible. El día es frío, me revitaliza, y el sol ilumina el camino. Sigo, aun así, queriéndole tirar por un precipicio.

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