25 de octubre de 2017

El trueno cae dos veces.


Es de día. ¿Cuánto he estado dormida? Dante ya no está, no hay nadie asomado a la ventana por la que entra luz, solo el enano, el gnomo en el centro, muevo la cabeza para alinear mis ojos con los suyos entre los barrotes. Me está mirando. El enano reacciona cuando me levanto, ¿cuánto lleva mirándome mientras duermo? Nos quedamos los dos así, mirándonos, hasta que él voltea la cabeza con un gruñido, y se va por la puerta por la que Dante me trajo por primera vez, grande, desde la que veo los rayos de sol entrar por los límites y, si me esfuerzo, distingo una parte de la pared de una montaña.
El hierro de los barrotes sigue casi tan frío como por la noche. Me duele la pierna, y la espalda, de estar tumbada en esta celda como si fuera un chucho inmundo que muerde. Más allá del mundo, Mentes sigue fingiendo que va a trabajar, pero no busca trabajo, solo pasea. ¡Tiene que darse prisa, o le pillarán! Pero por más que me esfuerzo, mi opinión no influye en él, la flecha en la esfera de mi collar no señala hacia mí ni una vez, ni siquiera cuando me esfuerzo, y ya han sido muchas veces. Una mente llamada Madurez que no influye en un cuarentón con esposa y un hijo, la vida no tiene sentido. ¿Para qué he sido creada entonces? ¿Para ser torturada?
Me siento muy sola en esta celda, lejos de Servatrix, de Luchadora, Afrodita, Repar, Narciso... Miro mi collar, y veo cómo la flecha apunta a un lugar fijo del cual no se mueve, ¡se ha movido! Pero muy, muy poco. Veo que la sombra que hace el gnomo a lo lejos va hacia la izquierda, así que el sol está a la derecha, y debe de ser por la mañana, porque escucho a lo lejos un grupo de motacillas cantar. No he olvidado cuando Erudito me llevó a conocer pájaros, hace tanto, cuando estaba bien... Entonces, si no me equivoco, las mentes están al noroeste, y están lejos, porque la flecha apenas se mueve un milímetro. Entonces, yo estoy al sureste... claro. Al sureste están las Tierras Inexploradas.

Al fin traen comida, ¡estoy hambrienta! A la noche, otra. Siempre es la misma: pollo hervido, insustancial, sin sabor y con poca carne. Posiblemente sean las motecillas que oigo trinar por las mañanas, espero que no. Hurgo en mi memoria para intentar recordar qué pájaro canta, a lo lejos, y no hago otra cosa, escucho pájaros, miro por la ventana un poco de mar, un poco de bosque púrpura, y un poco de montaña, púrpura también. Toco la pared ovalada hasta que choca con la esquina de mi celda. Miro el techo de la celda y cuento las manchas, y espero a que traigan la comida, y cambien el orinal. Al menos, siempre tengo la jarra de agua llena, siempre la cambia el enano, incluso cuando está por la mitad. El estómago me ruge, y acabo de cenar... Espera. Creo que noto un patrón también a la hora de cambiar ese estúpido orinal. Cuatro veces al día, si no me equivoco, lo pasa por esa gatera cerrada con llave bajo la puerta, por la que yo no podría caber, ya lo he medido. Pero puedo intentar algo.
A la mañana, me despiertan las cotorras, las motecillas y los... ¿cómo se llamaban? Lo tengo en la punta de la lengua. La pierna ya no se queja, pero la espalda apenas me ha dejado dormir. No importa cuánto me levante, cuánto me tumbe, haga lo que haga se acentúa más y más, yo miro el techo y cuento las manchas, pero siempre me pierdo al llegar a la mitad, tengo que memorizar el número. Ahí llega el gnomo. Sucio de hollín, con la cara asimétrica, los ojos pequeños y saltones, y la nariz grande y encorvada.

—Permíteme, señorita —dice.
—Tengo nombre.

Va a abrir la puertecilla con la mano derecha, por la que pasará el orinal, y tiene las llaves en la mano izquierda.

—Me llamo Madurez —sigo—. ¿Cómo te llamas tú?
—Mi nombre no importa, señorita.
—Llámame Madurez.

Su mano empieza a deslizarse como un tentáculo dentro de mi celda. Le he puesto la vasija lejos.

—¿Cómo te llamas tú? —le digo.
—Epón. —Se traba diciendo su propio nombre—. Epón, señori... Madur... no sé si debería llamarla por su...

Con el movimiento más rápido que puedo le agarro la muñeca que se ha colado dentro, y con todas mis fuerzas tiro de ella, el gnomo pierde el equilibrio y se golpea contra el barrote. Él tira hacia afuera para liberarse, y yo cargo otra vez para que vuelva a golpearse, y otra, y otra, él gruñe, yo sigo hasta que sus llaves caen al suelo, cuelo mi brazo entre los barrotes y las cojo, se me resbalan, él las coge también, y en el forcejeo acaban siendo mías.
El enano emite un lloriqueo y corre hacia la puerta de madera, seguro que para avisar a Dante, tengo que hacerlo rápido. Quiero colar la llave por la cerradura, pero no veo dónde está, y mis manos tiemblan. Cuando la encuentro, me cuenta saber hacia qué lado es la llave, vamos, vamos... Cuelo la llave, abro mi puerta y corro tanto como puedo hacia la puerta por la que Dante me llevó, al fin libre, ¡libre!
Tardo un poco en acostumbrarme a la luz. Veo las montañas en el horizonte, el bosque morado de la ventana extendiéndose por todos los alrededores, pero a cien metros por debajo, veo el mar a la izquierda, montañas y valles a la derecha, un río enorme que sale de allí y desemboca en el mar, veo la piedra del castillo a mis pies, sigue recto y luego nada. Medio óvalo, como si fuera una terraza, una pista de aterrizaje, una lengua, pero no hay escaleras, no hay nada por donde trepar, este camino no conduce a nada.
Cuando doy media vuelta, Dante está esperándome, al otro lado de la sala y junto a mi celda, serio, con los puños en la cintura. Siento un escalofrío por mi cuerpo.

Me han encerrado, y me he hecho daño cuando me han tirado, más que nada me duele haber perdido mi gran oportunidad. Me han obligado a sacar el brazo y me han puesto una pulsera de metal, que hace ruido cuando la choco contra el suelo o los barrotes. Me distrae hacer ritmos con ella, a veces imito que toco una batería, que Razón toca el bajo con un bigote de herradura muy poblado, Luchadora la guitarra, y la hace chirriar mucho, Relativimismo en los teclados mientras acaba de fumarse un peta, y lleva ese sombrero que llevan los jamaicanos que fuman petas. El horario de comidas y de cambios de orinal es el mismo. No me atrevo a mirar a Epón a los ojos después de haberle golpeado, y encima tengo que planificar otra huida...
A veces escucho voces apagadas, diferentes a las de Dante. Suspiro. No sé si contar manchas en el techo me está causando alucinaciones. Sé que a partir de esa raya son quince, pero eso es fácil, lo difícil es llegar hasta treinta y siete, ¡pero no me acuerdo dónde me quedé! Esto es de locos... aunque, siendo sincera, quitando la cama, no es algo diferente a lo que hacía en la casa, con las mentes. Hablo igualmente sola, me aburro sola, imagino cosas... Ojalá pueda volverlas a ver pronto. Ojalá también cabalgar con mi pequeño Tempos.
Para cenar, de nuevo el ave hervida como cada vez, no hay variedad, pero me muero de hambre. No sé si son ilusiones, pero diría que estoy encontrando sabor a esta carne, es muy sutil, pero algo tiene, sí, quizá me haya vuelto loca. En condiciones normales, no la comería, pero ahora la deseo, las partes con color más oscuro las como también, hurgo con la uña sucia en cualquier recoveco, y los huesos que antes no quería tocar con mis dientes ahora los araño con ellos tanto como puedo. Deshago con un movimiento toda la carne alrededor de un hueso afilado. El hueso. Lo miro fijamente, estrecho, redondo, cada vez más fino, poco a poco, hasta que acaba partido, acabado en punta. Mentes lo ha visto en sus películas. Quizá por la noche, cuando duerman Dante y Epón, pueda forzar la cerradura.
Se abre la puerta y aparece Dante, sonriente, guardo el hueso en la manga de mi muñeca en un acto reflejo. Su pincho me duele. Él, sin embargo, apenas me mira un segundo, con desdén, y se coloca en el centro de la sala. Tiene la gema azul entre las manos.

—¡Enano, recoge de una vez la comida de la niña! Vamos, chavalín, apresúrate.

Aparece un chico de piel mestiza y pelo negro y alborotado, joven. Guapo. Entra con timidez, apoyándose en la pared, observando la sala con curiosidad. Cuando me ve, se queda quieto, mirándome.

—No te preocupes por ella, chico —dice Dante.
—¡No estoy bien! —me apresuro a decir—. ¡Sácame de aquí, por favor, tienes que ayudarme!

El chico mira de un lado a otro, a Dante, a mí, con cara de confusión. Entra una chica mayor que él y le da un golpe en la espalda, tiene el pelo rojo, la piel también marrón.

—Ella es la mente prisionera, bobo. No le hagas caso.

Detrás de la zorra de la chica hay otro más, y deben de ser hermanos. Yo insisto en que me ayuden, pero Dante pega un bramido que me pone los pelos de punta, incluso me siento en el suelo. Dante levanta la gema, que ahora tiene un cuadrado negro metálico pegado, y los hermanos se colocan a su alrededor, cerca. Epón entra para retirarme el plato, abre la cerradura de la gatera con seguridad, porque está Dante. Asqueroso gnomo cobarde. Mientras, el hombre pone la gema en la guarda azulada de su espada, la piedra flota en ella, su gabardina de cuero blanco se empieza a agitar, su espada se ilumina. Los chicos se echan hacia atrás. El aire golpea en mi cara con mucha fuerza, un destello blanco rodea a la espada, luego a Dante, sus ojos se iluminan y de él sale un rayo blanco que golpea contra el techo, incluso empieza a crujir.
Los niños están pegados a la misma pared que yo, miran el techo, y si se viene abajo, yo no puedo escapar. Todo se detiene, de pronto, y Dante se arrodilla en el suelo, muy cansado, respirando muy fuerte. La gema está en el suelo.

—Orfeo —dice—, tienes que decirme cómo dejar de proyectar el rayo blanco. Las mentes nos descubrirán.

Nadie contesta, solo se escucha a Dante, que gime de vez en cuando mientras respira.

—¡Orfeo, tonto, contéstale! —dice la chica.
—¡Es que no sé! No debería poder contenerse toda esa energía.
—Tranquila, Lisa, deja que el chico respire. Entonces —dice Dante—, ¿no es algo que tenga que ver con tu diseño?
—No. Creo.

Empieza a reír Dante, muy grave.

—Entonces vas a ver cómo sí que puede contenerse esta energía.

Arrodillado como está, vuelve a meter la gema en el filo de energía de la espada, se vuelve a iluminar, vuelve a iluminarse él y la energía blanca vuelve a golpear el techo. La propia energía que maneja le está haciendo levitar, y más allá del aura blanca, puedo ver sus ojos abrir y cerrarse, pero no escucho nada salvo el viento que me da en la cara. Sujeto con fuerza el hueso de pollo, aún en mi manga. Dante grita, y el techo comienza a resquebrajarse, los chicos están asustados, salvo Lisa, que solo mira el techo, alerta, con cara de enfadada. El viento, poco a poco, para. La luz blanca, también.
De pie, Dante coge la gema azul y se la guarda en el bolsillo, pero a su alrededor sigue teniendo un halo blanco, que de vez en cuando, pega algún fogonazo pequeño hacia arriba. Despacio, sale por el portón que lleva a la terraza por la cual me intenté escapar, levanta la espada blanca, y se queda quieto. Un pulso sale de ella hacia arriba, nada más. Segundos después, veo el cielo negro hacerse blanco por un segundo.

—¡Es mío!

Dante grita y ríe, mientras entra de nuevo, caminando lentamente, con la luz aún a su alrededor que se está apagando poco a poco.

—¡Es mío! Y solo he rascado la superficie. Chicos, no tenéis ni idea de la cantidad de conocimiento que tenía la mente vieja. Y no tenéis ni idea de lo profunda y antigua que es la llave —se acerca hacia ellos, con un cariño que no parece natural—. Les vengaremos. A vuestra madre, y a vuestro padre, a los dos por igual. Cuando volváis a casa, él estará orgulloso.
—Entonces vamos ya a matar a las mentes —dice Lisa.
—No.

Dante se echa hacia atrás el pelo, que ha caído con toda la energía. Me incorporo por puro instinto. No pienso dejar que hagan nada de eso.

—¡Basta, Lisa! —dice Orfeo—. Fue una enfermedad la que se llevó a madre, no las mentes.
—¡Ellas se negaron a ayudarla! —dice el segundo chico.
—¡El trato era nuestros servicios a cambio de las mentes y de Miedo! —grita Lisa por encima de todos, dirigiéndose hacia Dante—. Si no mueren las mentes, no hay ayuda.
—Las mentes morirán. —Dante mueve los brazos como si fuera indiscutible—. Pero ni hoy, ni mañana. Necesito más tiempo para dominar la llave mejorada. Y necesito que os preparéis para lo que está por venir, ¡en lugar de revelar detalles importantes de nuestro plan a un prisionero de guerra!

Agito los barrotes por puro instinto, bueno, lo intento. Los dos chicos abandonan la sala acto seguido, pero ella se queda. Su pelo rojo brilla con la luna. Unos gemidos en la lejanía, aullidos, ¿qué es eso? No lo había escuchado nunca.

—Aulladores —dice Lisa.
—¿Aulladores? —digo.
—¿Qué hacen tan cerca?—dice Dante.

Dante se asoma por la ventana, tapando la parte de bosque y de montaña que ya me sé de memoria. Cuando se va, noto algo raro en el bosque, está brillando. Sus hojas púrpura emiten luz, cada vez más, y algunos árboles de la montaña, cuando me fijo, cogen brillo hasta igualar a los de la llanura. Es una imagen preciosa, ojalá pudiera verla.
Si aguanta unas horas, la veré, porque voy a escaparme.

—Deberíamos encender antorchas alrededor del edificio —dice Lisa.
—Quizá. Ve a tu cuarto, ya es tarde. Yo tengo que meditar.

Ella se va, él se va a la terraza, se sienta, y así se queda, iluminado por la luz blanca. De la poca montaña que puedo ver a través del portón, sus árboles se han encendido poco a poco hasta formar una luz apacible, que contrasta con los gemidos que escucho a lo lejos. Algunos parecen de verdadera agonía. Esta, definitivamente, no es mi tierra. Dante sigue sentado, iluminado, el hueso de pollo sigue en mi manga, la noche es fría, él no duerme. Me arropo con la manta, pero el metal helado y la corriente de aire pueden conmigo, no puedo dormir, tampoco puedo escapar. Debo irme de aquí y llegar a casa antes de que Dante y esos chicos decidan atacar a las mentes.

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Anoche desperté porque noté que algo no iba bien. Así me quedé, sentada en una de las sillas del comedor de la casa, impidiéndome volver a dormir, paseé para despejarme. Energía, mientras, me habló desde su cilindro, dijo que también había sentido algo. Y ahora, en el desayuno, veo que el resto también. Mentes se ha levantado, ha llevado a Julio al colegio, le ha contado chistes y él se ha reído con esa risa tan graciosa, y luego ha vuelto a casa corriendo para buscar trabajo antes de que María llegue del colegio.
Está muy animado.

—¿Quién tiene el control? —pregunta Razón.

Contestan los cubiertos chocando contra los platos.

—Yo no —dice Social.
—¿Cómo que no? ¿Quién lo tiene? ¿Dante?
—Cabe la posibilidad de que Servatrix lo tenga y no haya oído tu pregunta, Razón, pues se está dando una ducha —dice Energía—. Servatrix, ¿tienes el control?

Pausa.

—Dice que no.
—¡Lo tiene Dante! —Defensor da un puñetazo en la mesa—. Energía, ¿quién es el más apropiado para arrebatárselo en estos momentos?

Las ondas aguamarinas de Energía se van desvaneciendo conforme todos las miramos. Surgen de pronto.

—Stille es la indicada, Defensor.

Todos la miramos, ella aún tiene comida en la boca. La mastica apresurada, y comienza a concentrarse. En momentos como estos necesitamos el collar de Madurez, que nos indique claramente quién maneja a Mentes, pero tenemos que conformarnos con el pulgar arriba de la mujer. Pero se sigue concentrando, y no dice nada.

—¿Quieres que te ayude? —dice Susurro.

Stille la mira negando con la cabeza, como si fuera tonta. Susurro bufa y mira para otro lado. Qué desagradable es, por más que Susurro tenga una energía contraria... Un cuerpo diminuto se desliza hacia Stille desde el techo, humeando aguamarina.

—Que nadie se asuste, la araña está bajo mi control —dice Energía—. Voy a transmitirte mi fuerza a través de ella.

Un destello verdoso enciende al insecto en las manos de Stille, que recibe el impulso. Sus venas son ahora del color verde, y desde sus manos escucho a crujiente. Aún me pregunto si ha funcionado, cuando Stille niega, furiosa.

—Oh, he achicharrado a la araña para nada. Pobrecita —dice Energía.
—Vale, voy a probar yo —dice Relativismo.

Todos prueban suerte, a veces pisándose unos a otros. Cuando me preguntan, lo intento, pero es inútil, es como si hubiera dejado de saber hacerlo. Puedo ver lo que hace Mentes, pero nada más. Defensor está dando puñetazos a la mesa, Stille se concentra más por su cuenta, Narciso se lleva las manos a la cabeza, Repar trata de tranquilizarnos, Afrodita se ha ido y Duch, enano y raquítico, nos dice que ha aporreado en la puerta del baño y Servatrix le ha dicho que tampoco puede. Susurro mira a una y otra parte, como yo.

—Defensor.
—¿Qué, Energía?
—Permiso para mandar una partida de aves que localicen a Dante en todas direcciones.
—Por supuesto.
—Defensor, me refiero a todas las direcciones. También la isla de Inconsciente.

Él calla. Coge aire, mientras mira a ninguna parte.

—Hazlo.

Nunca habíamos sobrevolado esa isla antes, tampoco nos había pasado esto antes. Nadie va a hacer sus tareas, el ganado da igual, los cultivos dan igual, si no podemos tener el control. Toda la mañana intentándolo, toda la mañana de fracasos, ¿qué ha hecho ese hombre?

—¡Tengo que meditar! —grita Relativismo, y sube las escaleras.

Ningún resultado. Mentes, allá arriba, sigue animado, canturreando, recorriendo la ciudad en sus horas de supuesto trabajo, buscando un lugar que aún acepte los currículums físicos, pero no es él, es como si se hubiera levantado siendo otro. Yo no soy ese Mentes que canturrea como si no pasara nada, como si no hubiese problema. Se lo contaré a María después de su cumpleaños, dice Mentes, entre canción y canción, ¿para sí mismo? No. Es un mensaje de Dante, Stille se levanta con ojos furiosos y nos gesticula su preocupación, porque solo quedan tres días para el cumpleaños.
Comemos cualquier cosa que encontramos en la despensa, o que sobrase de otro día, porque ninguno quiere cocinar. Relativismo se ha negado a bajar, según he abierto su puerta ha gritado, tengo que meditar, y le he dejado hacer lo suyo. Después, cada uno ha ido a hacer sus tareas porque no había más remedio, y en el comedor solo estamos Social, Afrodita, Energía y yo.
Escucho unos sonidos en el sótano, supongo que será Razón, acomodándose ahora que será el nuevo estratega, ya que Eissen se ha ido. No sé si es el mejor momento para achucharle por estar tan distante... pero al menos quiero darle mi apoyo. Seguro que le ayuda.
Cuando bajo, no encuentro a Razón, solo está Servatrix, colocando unas cajas.

—Hola, cariño —dice, con voz temblorosa.
—Oye, ¿estás bien?
—No estoy bien, mi amor, no estoy nada bien. ¿Por qué todo esto? Ya tengo una edad, no estoy para estos trotes.
—No digas eso, tienes menos arrugas que yo. —No ríe, y no me extraña, no soy buena animando—. Escuché un poco de lo que le dijiste a Repar hace unos días.
—¿Qué? Ah... sí, supongo que sé a lo que te refieres.
—Lo que quiero decir es que si necesitas contarme cualquier cosa, desahogarte... puedes contar conmigo.

Ella sonríe con calidez, se acerca a mí y acaricia mi mejilla con su mano blanca y fría.

—Siempre has sido la mente más bella de todo el mundo —dice.

Yo río.

—Esa es Afrodita. Nadie puede superarla.
—No me refería solo al físico, cariño. Eres preciosa.
—No lo soy, soy una aberración, o eso dice Miedo.
—¿Y vas a hacer caso a lo que diga alguien que quiere hacerte daño?
—Objetivamente, soy un zombi.

Me señalo con énfasis en la frente, y cuando me doy cuenta, estoy apretándolo de nuevo y haciéndome daño. Ella suspira, y sigue colocando sus cajas en los armarios.

—Pues entonces, cariño, eres el zombi más precioso del mundo, si es lo que te vale. ¿Cuándo aceptarás que ese rubí es parte de ti?
—¿Estás loca? Este rubí es parte de mi padre, no es parte de mí.
—Como sea.

La veo, haciendo sus cosas, recobrando poco a poco la preocupación. Sus ojos verdes se van apagando como velas ahogadas. Y yo tampoco estoy muy bien ahora, ya estamos pasando suficientes problemas como para recordar los que arrastramos. Suspiro, pienso en cualquier tema válido del que hablar. La consola de control de Energía está apagada.

—Ahora que su misión no tiene sentido, podríamos decirle a Eissen que vuelva —digo—. ¿Cómo lo hacemos? Si tuviéramos el control de Mentes, podríamos hacerle cantar nuestra canción de volver a casa.
—Bueno, verás, no —dice—. Él es que está...
—Eissen realiza un viaje completamente distinto al que te conté —dice Energía—. Te mentí, os mentí. Eissen intenta buscar su lugar en el mundo.

¿Su lugar en el mundo? ¿Nada más?

—Se supone que era un secreto que le guardábamos —dice Servatrix.
—Yo también te he hecho guardar secretos, y al final hemos sido traicionados —dice Energía—. Obtuve muestras de sangre de Eissen y de Dante, y por el momento, tengo claro que no son mentes al uso.
—Explícate —digo.
—Dante es una mente, tiene todo lo que una mente debería tener, pero al mismo tiempo, su composición sanguínea difiere de una mente normal. Es más simple, y al mismo tiempo, más profunda. Y hay más. Estoy investigando la relación que tiene con su espada, y se remonta a su genética. Dante tiene poderes que desconocemos.
—¿Cuáles?
—Los estoy estudiando.

El hecho de que haya mezclado a Dante y a Eissen en la misma frase, antes, no me huele nada bien.

—¿Y qué relación tienen Dante y Eissen? —digo.
—Ninguna, Luchadora —dice Energía.
—¿Entonces? ¿Qué pasa con su sangre?
—Es todo lo contrario. Se nota que no ha sido creado por la misma mano que el resto, una estructura innecesariamente compleja, pero refinada. Sin embargo, aunque no puedo afirmarlo, no puedo negar que sea una mente.

Seguirá estudiando y analizando, dice, y estoy impaciente por saber los resultados. Le he pedido que comunique en la cena a todos el verdadero propósito de Eissen, no porque sea relevante, sino porque tenía razón, los secretos nos han llevado a donde estamos. Mentes camina de una forma que no sienta que deba hacerlo, estoy observando a un humano que no me representa, ¡habiendo sido diseñada para que sí lo hiciera!
¿Así se siente Eissen?
Arriba, Social y Afrodita siguen hablando. Ella dice que se rasgó la túnica en el volcán, él le dice que la cambie por otra ropa nueva, ella dice que no, que no le quedan tantas túnicas, y que la mujer de Jil seguro que no querría hacerle más. Él le comenta que quiere retomar su combate con vara de bambú, porque si Dante puede convertir su espada en rifle, él quiere estar preparado en ambos escenarios. La conversación sigue, y sigue, mientras me concentro inútilmente en recuperar el control de Dante, hasta que algo llama mi atención.
Afrodita llama a Social, que se ha quedado quieto de pronto. Está en babia, con la mirada perdida, sentado en una silla. Se le ha caído la vara de bambú de las manos. Afrodita le llama cada vez más fuerte, pero él no reacciona, yo hago unos gestos con el brazo hacia donde mira.

—Erudito —dice, susurrando.
—Sí, ¿qué pasa? —dice ella.
—Erudito ha muerto.
—Sí, y es una pena.
—No, no lo entiendes. Ha muerto. ¡Ha muerto! ¡Ha muerto!

Sigue gritando la misma frase una y otra vez, con las manos en alto cerca de la cara. Se cae de la silla, y sigue gritando desde el suelo, Afrodita le coge, entre las dos le levantamos, pero no se sostiene de pie, ella me mira.

—Llama a las mentes, ¡rápido!

Vienen rápido porque estaban dejando ya sus tareas para ir a cenar. Nos reunimos todos alrededor de Afrodita y Social, que ya no grita, pero sigue con la mirada perdida.

—Mientras no estabais ha dicho que no puede soportarlo.
—¿Soportar el qué? —dice Razón.
—Que Erudito ya no esté.
—Eso no tiene sentido, ha estado bien estos días.
—No lo sé —dice ella.

Dejamos a Social en su cuarto para que descansara. De vuelta a casa, Mentes no ha saludado al conductor de autobús que le recoge cada tarde. No ha querido hablar con un compañero suyo del instituto, que hace por lo menos cinco años que no ve, pero eran muy amigos. En casa, no tiene ganas de participar en lo que ocurre en la casa. Solo quiere meditar. A la hora de la cena, Relativismo ha vuelto a gritar que tiene que meditar según le avisábamos. Hemos intentado sacarle de la cama en la que está tumbado, pero solo grita lo mismo una y otra vez, no importa lo que le digamos. Le hemos dejado la comida en su habitación, ni siquiera sé si se ha dado cuenta. Social sigue catatónico. A Servatrix le da un ataque de ansiedad en plena cena, y Mentes no quiere acostar al niño, simplemente se ha negado, pero es el día que le toca a él. María está molesta.
Defensor ha roto un plato fregando, y ha roto otro más cuando lo ha tirado al suelo. El perdón no basta, por eso le ayudo a recogerlo. Me dice Repar, mientras pule el cristal de Energía, que Afrodita está gritando y llorando, cerca de la playa, porque no puede arreglarlo con María. Mentes, simplemente, no habla, solo ve la tele, hasta que debe ser que le ha entrado sueño, y se acuesta sin mediar palabra. Cuando abro la puerta principal hacia el jardín, escucho los gritos desde aquí. Veo a Afrodita, iluminada por las antorchas al límite de la playa, arrodillada. Quiero hablar con ella, dice, suplicando. Déjame hablar con ella. Por favor. Por favor.

Servatrix me despierta por la mañana, sentada en la silla del comedor, y le pido perdón. Ella insiste en que no me levante, que ella prepara mi desayuno. Normalmente insistiría en que no, pero anoche estuvo muy mal. De hecho, por la cantidad de cosas que se le están cayendo al suelo, diría que no está muy bien. Se sienta a mi lado, aunque no sea su sitio, y se limita a comer sin parar, mucho más dulce del que acostumbra.
Social sigue en la cama. Cuando han ido a despertarle, ha seguido murmurando lo mismo que ayer. Relativismo sigue pidiendo meditar, y no ha tocado la cena de ayer. Afrodita suspira, hundiendo una y otra vez la madalena en la leche, con sus pelos castaños rizados más revueltos que de costumbre. Hay siete sillas vacías en la mesa.

La dinámica no mejora durante el día, y llega el siguiente. Mañana es el día del cumpleaños de María, un día especial, que ha organizado Dante dejando de lado a Duch, y algunas cosas no están a su gusto. Ha logrado volver a ser grande y estar tranquilo de nuevo, pero no se le ve animado en absoluto. Afrodita está mejor porque a María se le ha pasado el enfado, y Dante está haciéndole de rabiar sobre su cumpleaños. Siento a María animada, y yo, mientras le haga pasar un buen día, me da igual no tener el control, la verdad...
He visitado a Social una vez, y ahí está Servatrix, con la que habla de forma irregular y aparatosa. ¿Qué ha podido pasar para que Social haya estado tan mal durante dos días, y Relativismo aún no haya probado bocado? ¿Así gestionan las crisis?
El barco de Jil Ehrad aparece en el horizonte, por la tarde. ¿Qué quiere ahora, ese traidor? Le recibimos Defensor, Razón y yo, como solíamos hacer, y al bajar, nadie baja más con él. Se ajusta sus ropas de pieles mientras se acerca, pero está muy serio.

—Mentes, no hay tiempo que perder, traigo un mensaje muy importante.
—¿Cómo no? —digo—. El recadero, siempre puntual.
—Déjale hablar —dice Defensor.
—Mejor que hablemos dentro —dice Jil.

Por su cara, no es una buena noticia, nunca había visto a Jil así. Está pálido, para ser de color, tiene rastro de barba, y camina bastante más rápido que los dos hombres, por lo que tiene que pararse cada poco. Cuando nos sentamos, coge aire.

—Mentes, normalmente espero a zarpar por la mañana, pero esta vez he navegado desde ayer por la tarde en un mar agitado. Están ocurriendo cosas muy extrañas en el mundo.
—Explícate, Jil —le dice Defensor.
—Mis hijos han desaparecido. ¿Sabéis dónde están?
—¿Tus hijos? ¿Te refieres a Lisa y los dos chiquillos? ¿No están contigo?
—Hace días que no, y no sé qué ha pasado, no sé a dónde han ido, he hablado con un esbirro de Miedo y me ha dicho que él no los tiene.
—Aquí no están, Jil. Te lo prometo —dice Defensor.
—Vale... vale. Está bien. Si los encontráis, por favor, me tomaré como un favor especial que me hacéis el devolvérmelos, o decirme dónde están.
—Tienes mi palabra, Jil.

La imagen de traidor que tiene Jil para mí quiere romperse por la de un padre angustiado. Casi lo consigue, pero sin duda hay que encontrarlos, al igual que Madurez. Un momento...

—Bien. Gracias, Defensor —dice Jil—. Ayer recibí una visita. De un ser que no había visto en mi vida, en mi vida.
—¿Un ser? ¿Un monstruo?
—No era un monstruo, era una máquina. De más de dos metros de alto. Verde y gris, con voz de mujer.

Mi cabeza vuelve a la conversación.

—¿Un esbirro nuevo de Miedo?
—No. No tenía nada que ver con Miedo. Se hace llamar uno de Los Creadores.
—¿Qué te dijo?
—Me dijo que debía daros un mensaje. Quieren a Dante, y si no lo entregáis, tomarán medidas.

Defensor, Razón y yo cruzamos miradas. Miedo, Dante, ¿y ahora quién? Razón mira a Jil, claramente desbordado, Defensor aprieta el puño, y yo no pienso recibir amenazas de nadie.

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