9 de mayo de 2018

Más allá de los ojos anaranjados.


Las plantas azules continúan iluminando el túnel de forma tenue. No puedo más. Esta cueva solo tiene plantas azules e insectos tan grandes como mi cabeza, que iluminan de color verde. He visto alguno escurrirse por las paredes oscuras de la cueva y meterse en los recovecos. Atrás, he dejado de sentir vibraciones hace tiempo, pero la idea de que aparezca un gusano gigante que ilumine de color amarillo y me coma, o me aplaste en estas paredes, es lo que me hace seguir moviéndome. He tenido mucha suerte de encontrar una raíz seca y prácticamente partida en una de las paredes del principio. La madera seca, hueca y gris me sirve de apoyo, y es lo único que me impide caer al suelo y permanecer hasta morirme.
Hace mucho que no duermo, hace muchísimo que no como, y me siento dolorido. Las heridas ya han sanado en mi piel, hace tiempo, pero al principio eran grandes, e incluso me partí un brazo. Pero aquí sigo, camino hacia adelante, aún, con menos sangre, pero camino, y no pararé hasta que el asesino de mis amigos pague. Cuando me acuerdo, mis manos están aún en el barco de Jil, y al fondo, la bruma morada se traga todo aquello que una vez nos perteneció. Pero si hoy muero, si no como nada pronto, si no bebo agua, el culpable acabará saliéndose con la suya.
Acaricio con una mano las plantas azules que crecen en la pared, cada vez en mayor concentración, azules y brillantes como nada que haya visto antes. Su color me recuerda, más o menos, a la gema que Dante nos robó, aunque estas tienen una tonalidad más amarillenta. ¿Se podrán comer? No, ya está bien, he de dejar de pensar en eso.  Ese brillo no me inspira confianza, y solo lo usaré como último recurso. Pero puedo continuar.
El camino se bifurca, otra vez, y odio esto. Yo no quise meterme en esta cueva, me metieron, me metió Miedo y el gusano, incluso la montaña, y lo único que quiero es salir. ¿Entonces? ¿Derecha, o sigo recto? Miro hacia la derecha, un camino oscuro por el que no crecen las plantas azules, y eso me gusta, porque al principio tampoco crecían, pero me fijo mejor, y el camino parece que desciende. Está bien... seguiré recto.

Caminar se hace cada vez más difícil. Saco fuerzas de donde no me quedan, apoyado casi por completo en la vara de madera seca. Debería comer esas plantas, creo que es más importante no morir, ya tendré otra oportunidad más tarde... Entonces, una luz verde se mueve a mi derecha. De uno de los agujeros, un escarabajo enorme, más grande que mi cabeza, ha salido y ahora está junto a mí, a menos de dos metros. Está quieto, es grande, es luminoso. Está muy quieto. Quizá debiera, ¿podría hacerlo? Debo probar.
Saco la piedra afilada de mi bolsillo, y la encajo en la punta de la vara, pero no es suficiente, necesito una sujección. Espera... Apoyo la vara en mi pecho y me sostengo de pie, con esfuerzo por no moverme y tirar al suelo la vara, eso podría acabar con mis oportunidades. Deshago el nudo con el que apreté la hoja de helecho a mi espalda para que la mantuviera recta, y la miro, detenidamente. Ha resistido prácticamente entera a la caída de las rocas, parece una hoja resistente. Aguanto de pie tanto como puedo, intentando cortar una hebra fina de la hoja, pero mi pulso tiembla. Necesito ser paciente, el escarabajo sigue en esa pared, inmóvil. Cuando tengo la hebra, rodeo con ella la piedra y la vara, se me ha escurrido. Vuelvo a rodear la piedra y la vara, y cuando está muy tensa y parece que van a quedarse unidas, hago el nudo. No tiene ni siquiera por qué aguantar, me basta solo un lanzamiento.
Solo un lanzamiento. No te muevas, bicho. Mi brazo tiembla, y no llega tan alto como debería, pero debo usar todas mis fuerzas ahora, no puedo fallar. Me concentro. Todo parece ir bien. Me esfuerzo en no gemir mientras lanzo la vara con todas mis fuerzas, entonces oigo el crujir de su caparazón, un silbido agudo, la caída de su cuerpo en el suelo, y luego la vara, rodando. La piedra afilada aún permanece clavada en el cuerpo del bicho. Cuando la saco, noto que sus patas aún se retuercen.
Clavo la cuchilla en su cuerpo, otra vez, luego la clavo en la cabeza, vuelvo a sentir una de sus patas moverse, y clavo otra vez la piedra en su cuerpo, hasta que le atraviesa el vientre. Mi mano también se ha cortado con ella. Paro para respirar unos segundos, pero me puede el ansia. Hago palanca con la cuchilla y arranco la cabeza del cuerpo, luego arranco las patas con las manos. Con las fuerzas que me quedan, abro la coraza del bicho, y muestra sus tripas revueltas, de un color muy oscuro, repletas de un líquido viscoso. Hundo la cabeza dentro de ellas, y muerdo, trago sin masticar, también bebo cada sorbo de ese líquido, porque tiene agua. Está crudo, está frío y me sabe a tierra mojada, pero no hago caso. Juraría que una de las patas, lo que queda de ella, ha vuelto a moverse. Embadurno su coraza con la sangre de la herida que empieza a cicatrizar en mi mano.

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La historia de este libro, aunque no esté narrada con mucha gracia, está siendo muy interesante. Cualquier historia, por boba que fuera, me iba a parecer increíble, porque no tengo nada más que hacer, a parte de planear mi próxima huida... Aun así, si la historia boba me habla sobre la gema azul de Dante, mucho mejor. ¿Sabe Dante que estos libros estaban ahí, a mi disposición?

El padre, dios venerado de la tribu de enanos, decide viajar por todo el mundo con sus hijos, para descubrir sus secretos, para encontrar el sitio que ellos deben ocupar, y lo que es más importante... ¿Qué? Ah, vale. Y lo que es más importante, encontrar a Hennai. Pero, ¿por qué iba a encontrar a Hennai? ¿No entiende que murió? Murió al parir a los dos mellizos, entonces, ¿por qué iba a verla?
Y ahí va, en el barco, cruzando el mar otra vez con sus tres hijos. Ahora la mayor ya es mayor, y los hijos son jóvenes. Tampoco es el mismo barco con el que empezó a navegar, eso casi era una balsa, no. Los enanos le han construido otro, porque son grandes constructores, capaces de hacer grandes estructuras de piedra y hacer que pareciera como si la naturaleza las hubiera puesto ahí, y también dominan la madera, mejor incluso que el padre.
Recorren algunas zonas y catalogan algunas plantas y animales, algunos son peligrosos, e incluso a la mayor le ha picado una serpiente y se ha puesto muy mal, y el padre no está logrando curarla con los remedios que conoce. Sin embargo, un extraño pueblo de la jungla, con extrañas máscaras en la cabeza, salvan a su hija y les reciben. El padre les cuenta su historia, y ellos celebran, y la noche se ilumina de colores exóticos y de magia.
El padre les cuenta que ellos ven imágenes a través del gran ojo, y habla a ese pueblo sobre el mundo que hay más allá del cielo, y ellos, igual que los enanos, también les veneran.

Un momento... ¿Qué acabo de leer? El padre les cuenta que ellos ven imágenes a través del gran ojo. Más allá del cielo. ¡Me cago en la leche, el padre es una mente! Miro más allá del cielo, donde, en efecto, Mentes está durmiendo, pero incluso con los ojos cerrados puedo saber lo que está sintiendo. ¿Pero, cómo...? Creía que Erudito y Razón fueron las primeras mentes. Como son tan viejos...

El libro se retoma tiempo después, al parecer. La familia ha viajado también por el continente del norte, pero lo ha abandonado rápido, porque la tribu predominante es hostil. ¡Eh!, el continente del norte es el mío. Entonces... a ver, ¿por dónde iba? La familia vuelve con los enanos, y debe de haber pasado un tiempo, porque cuenta unos cuantos cambios. No los entiendo bien, habla de palabras que no conozco, pero sí ha dicho que las paredes de sus casas están repletas de pinturas y grabados, casi todos de los propios enanos recibiéndoles a ellos, a los dioses. El padre dice estar desquiciado, aunque su escritura sea monótona, porque no ha encontrado a Hennai en ninguna parte, ni tampoco un cometido para sus hijos. Por eso, ordena levantar a los enanos una gran torre en las afueras del pueblo, para poder verla de una vez por todas. Una gran torre de piedra.

Y la última página se acaba. ¿En serio se acaba aquí la historia? ¿Cómo pueden dejarme así? Miro alrededor, a las paredes, al suelo, al libro de nuevo. ¿Qué voy a hacer ahora? Necesito más información sobre lo que ocurre, debo volver a la biblioteca, pero tendré que hacerlo mañana, ya es tarde. De hecho, debería estar acostada hace bastante tiempo. Apago la vela, y me acuesto en la cama. Me tapo con la manta. ¿Podría salir ahora a la biblioteca? ¿Dante se enteraría? Prefiero no hacer nada sospechoso, que crea que estoy de su parte, y jugársela cuando por fin me fugue. Ni siquiera sé si fugarme es la mejor opción... Quiero liberar a Orfeo, ¿pero qué haríamos los dos en las Tierras Inexploradas?
Un aullido lastimero se escucha más allá de la puerta y las paredes. No es de ningún animal, al menos no de uno que yo conozca.

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Escucho un alarido al norte, proveniente de la Montaña Negra. Parece estar lejos, pero seguro que los aulladores nos están buscando. Su presencia me recuerda la marca morada que tengo en el brazo. Incluso ahora, con la oscuridad de la noche, puedo verla brillar de forma tenue. Las líneas rectas entrecruzadas me miran, de la misma forma que yo las miro a ellas. Sé que este nuevo tatuaje tiene alma, de la misma forma que sé que seguramente, todo lo que puedo ver yo puede verlo Miedo igualmente.
Cuando Repar apareció, Energía lo describió como un monstruo, una aberración de la que salían tentáculos morados, salían de su ojo mecánico, de su brazo y pierna cercenados. Tanto Repar como yo tenemos la misma marca... Entonces, ¿por qué yo no me he convertido? Sea como sea, Miedo me controla, hasta el punto en el que no sé si todo lo que hago en realidad es Miedo susurrándome todo lo que hacer. Ni siquiera sé si yo soy yo, e incluso las cosas que siempre he hecho, como limpiar la fruta antes de comerla, ahora es Miedo el que me dice que lo haga, para que tenga la falsa ilusión de ser yo mismo, o para que ahora me plantee quién soy.
No sé qué hacer.

No puedo quitarme de la cabeza la mirada violeta. Cómo me miró ella, cuando descubrió que le había mentido todo este tiempo. No es solo enfado, en esa mirada siento también el desengaño, la traición... y Mentes sabe que la he traicionado. Cuando apoyó la cabeza sobre mi pecho y comenzó a llorar, es algo que no le había visto hacer nunca. ¡Luchadora llorando...! Y llorando para mí, los dos a solas en el bosque.
Mentí. Fui un cobarde, y no la merezco. No sé por qué, desde que tengo la marca en el brazo, me he aproximado más a ella, y me he sentido cómodo con su presencia. Ha sido un error. Yo no puedo estar con ella... estamos malditos. La suerte quiere que nunca sea amigo de Luchadora, aunque Mentes sepa que siempre quise serlo.
Y Energía, también... con qué frialdad quiso mi destierro. No importa que tenga un cuerpo nuevo, para mí siempre será una máquina, haciendo cálculos lógicos como Razón en sus peores tiempos. Ella me animó a viajar, a encontrar mi lugar, y tan rápido cambia mi situación, cambia ella de parecer, y dice, ¿Eissen? ¿Ese hombre al que apoyé y di compañía todos estos años? Ya no importa, ahora solo es un escollo en nuestra misión. Seguramente le dé igual que seamos tan pocos, que necesitamos el apoyo de todos...

Un aullido rompe la noche de nuevo, y lo siento más cerca. No sé si se está acercando, pero la piel se me ha erizado y lo he sentido tan próximo como si fuera ahora a asomarse entre los troncos negros de los árboles. Todo lo que yo vea, Miedo lo ve conmigo. Todo lo que yo oiga, Miedo lo oirá.
Miro la fila oscura de cuerpos en el suelo, apenas iluminados por la luna. Luchadora y Energía están ahí, respirando en silencio, ajenas a los aullidos en la noche. Lo último que necesitan para rescatar a Madurez es a Miedo pisándolas los talones. Torturándolas con la visión de antiguas mentes deformadas, perdidas para siempre dentro de la mente colmena de Miedo. Quizá yo no me haya convertido, pero yo también me he perdido, y desde que tengo esta marca ni siquiera puedo ver lo que Mentes ve.

Lo último que necesitan es que yo esté con ellas.

Me levanto en el claro del bosque, me rasco la piel por los roces incómodos que me han dejado las hierbas, y miro los cuerpos durmientes de las mentes, que veo por última vez. Suspiro. Cuando me crearon, cuando me infiltré entre ellos para destruirlos desde dentro, tenía un propósito... luego, entendí que mi propósito era decidir mi propio destino junto a ellos, aunque nunca perteneciera a ellos. Pensé que el destino tenía reservado para mí algo grande, algo especial, pero ahora tengo la marca, y soy un obstáculo.
Camino hacia Aristóteles, tumbado junto al resto de caballos. Cuando me acerco, él se despierta, y relincha de forma incómoda. Me acerco para acariciarle mientras se levanta, le tranquilizo con susurros, soy yo, soy yo, y Aristóteles se calma. Ánima también muge de forma sosegada, pero no hace nada más. El bosque queda en silencio de nuevo.
Busco en las alforjas de Aristóteles la espada de Razón. Ahora que la tengo en mis manos con la mente despejada, descubro lo bien equilibrada que está. Ya sostuve esta espada, una vez... pero prefiero no pensar en ello. Me centro en el brillo de su metal, limpio y resplandeciente incluso cuando recibe la luz mínima. Su empuñadura dorada es sorprendentemente cómoda, aunque tenga por decoración un dragón alargado enroscado... cuya boca se abre, para dar paso a la hoja. Es una espada magnífica. Digna de ser vista y admirada, no guardada en un armario, pero no puedo culpar a nadie. Estuvo guardada por mi culpa. Y ahora, después de matar a Luchadora con ella, después de hacer que Razón la rechazara de puro asco, ahora, el destino cierra el círculo.

Miro a mi alrededor, concentrándome para permanecer calmado. Intento ver el lado positivo de acabar ahora, y me centro en el momento, en los árboles negros que me rodean, en la tenue luz de la luna menguante. Es una escena tranquila, bonita. Agarro la empuñadura con una mano, y con la otra el metal de la hoja. Cuando llegue el momento, respiraré, empujaré con ambas manos, y ya está. Coloco la punta del filo sobre mi corazón, y solo de sostenerse así ya me duele. Tendrá que ser rápido.
Dedico un último pensamiento para agradecer a todos los que han contribuido a que mi vida fuera feliz. Doy gracias a Servatrix, por cuidarme siempre como si fuera uno como ellos. Doy gracias a Energía, por decirme que podía ser más de lo que en realidad parecía, y por haber tenido fe en mí. También a Razón, por comprenderme, por perdonarme, por dejarme el caballo que me salvaría la vida, y morir en mi lugar. Gracias a Luchadora, por regalarme antes el momento más especial de mi vida.
Mi brazo derecho está comenzando a temblar, así que debo ser rápido. Solo será un empujón, y ya está, solo será un empujón. He de ser valiente. Pienso en las mentes, que ahora duermen, cómo se sentirán mañana cuando me vean tirado en la tierra, inerte.
He de ser valiente.
Abro los ojos un momento, y veo a Aristóteles mirándome, quieto. Serio. ¿Sabe acaso lo que pretendo hacer? ¿Qué se le estará pasando por la cabeza? No, he de ser valiente, he de empujar. Cierro los ojos y aprieto los dos brazos sobre el corazón. Los aprieto fuerte.
La espada cae al suelo y luego caigo yo, de rodillas. Solo hay unas gotas rojas en su filo. Empiezo a respirar de forma pesada y angustiada, e incluso dos lágrimas han salido de mis ojos. No he podido acabar, soy demasiado cobarde para eso. ¿A quién quiero engañar? ¿Cómo iba a ser yo capaz de hacer algo así, tan frío, tan responsable? Quizá haya sido Miedo. Quizá haya sido yo.

Miro a Aristóteles, que todavía me sigue mirando y con la misma quietud. Se gira para acercarse a mí, pero las correas se lo impiden, yo se las desato, él huele la herida en mi pecho, y luego me da con el morro en la nariz. No sé si lo ha hecho adrede.
Está claro que no soy capaz de hacer lo que hay que hacer, pero quizá sí haya una forma de quitarme de enmedio de todos modos. Recojo la espada de Razón, la coloco en la alforja junto a fruta para varios días, y me monto en él. Cuando me voy, Ánima muge repentinamente de dolor... Aristóteles debe de haberle pisado. Trato de silenciarle como puedo, e incluso detengo el caballo, para intentar escuchar algún ruido. Pero no oigo nada.
No hay caminos en este bosque, por eso tomo un rumbo aleatorio, no importa cuál, siempre que esté lejos de ellos. Aristóteles marcha de forma vaga por el bosque, seguramente aturdido aún por despertarle en plena noche, o quizá porque no está de acuerdo conmigo. Sea como sea, es mejor ir a paso lento, para no hacer demasiado ruido.

—¡Eh!

La voz, detrás de mí, me tensa el cuello, y un escalofrío recorre mi cuerpo. No me giro, para qué, si sé perfectamente quién ha hablado.

—¡Eissen! —susurra Duch—. ¿Qué haces?

Duch se frota los ojos apoyado en un árbol, con el cuerpo grande, de nuevo. Su pelo descontrolado brilla con la luz de la luna como si fuera una nebulosa en el espacio.

—Vuelve a dormir, Duch —digo.
—¿Qué estás haciendo?
—Me voy, ahora cállate, vas a acabar despertando a los demás.

Él se acerca varios pasos. Yo avanzo con Aristóteles la distancia acorde.

—¿Por qué te vas? —dice.
—Tengo la marca de Miedo.
—¿Y qué?
—¿Cómo que y qué? Es peligroso que esté cerca de vosotros.
—¡Pero no te vayas! —dice—. Lo hablamos todos por la mañana.
—Se acabó, Duch.
—Si sigues yéndote, despertaré al resto.

Había empezado a caminar con Aristóteles, pero me paro de nuevo.

—¿Se puede saber qué coño te pasa? —digo.
—No dejamos a nadie tirado. A nadie.
—Ya dejamos atrás a Repar.
—¡Y mira cómo acabó!

Vale, nombrar a Repar no ha sido lo más acertado. Parezco un novato hablando... aún estoy nervioso por lo de antes.

—Vale, Duch, despiértales si quieres. Yo correré de vosotros.

Me voy, esta vez al trote, y esta vez sin volverme a detener. Si quieren hacer una carrera, yo la correré, allá ellos. Es increíble que estén dispuestos a quedarse conmigo, pese a todo. Aunque Aristóteles pise ramas secas y hojarasca, continúo avanzando a buen ritmo por la oscuridad del bosque. No es fácil ver bien por dónde continuar, pero por suerte el terreno es llano, y los árboles podrían ocultar bien mi presencia. Puedo distinguir, por la humedad del ambiente, que hay agua cerca.
¿Entonces, qué hacer ahora? ¿Quemo mis días hasta que Miedo me mate o me transforme? ¿Me asiento igual que hizo Jacob en ese santuario de mala muerte? Incluso podría adoptar un tigre gigante, solo que no no podría adoptarlo como él, y al final me acabaría comiendo en cuanto tuviera hambre. Las posibilidades que se me abren son tan absurdas como aterradoras... pero ahora sí que debo ser valiente para afrontarlas. Es lo mínimo, después de ser cobarde para morir.

—¡Eissen! —grita Duch, desde lejos—. ¡Eissen!

Acelero el paso, así como se acelera el corazón en el pecho, como si estuviese huyendo de un monstruo. Atravieso una arboleda densa, y la luz prácticamente nula está haciendo que Aristóteles resbale con piedras sueltas y demás objetos. Debo aminorar, la marcha, o se hará daño... de todos modos, aquí estoy oculto.

—¡Eissen, coño! —grita Duch—. ¡Estoy yo solo! ¡No he llamado a nadie!

No me lo puedo creer. Detengo el caballo e intento escucharle. Se encuentra detrás de mí, un poco hacia la izquierda, puedo escuchar los pasos pesados de su montura. ¿Por qué está haciendo esto? Le llamo, oculto aún en la hojarasca, él me localiza e incluso puedo verle a lo lejos. Me busca con la mirada, me llama... parece estar solo. Pero podría estar Stille cerca, acechando.

—Prométeme que estás solo —digo.
—Lo prometo, capullo. Ahora ven, que no te veo.

Lleva en su espalda el gran martillo. En lugar de despertar a los demás, ha cogido su arma y se ha largado.

—¿Por qué vienes conmigo? —digo.
—No dejamos a nadie atrás. Si vas a largarte, no será solo.
—Duch, soy un peligro.
—Eres uno de los nuestros —dice.
—¿Uno de los tuyos? ¿Cuántas veces hemos hablado en todos estos años?
—¡Oh, disculpe! No sabía que se necesitara una reputación especial para no querer dejarte solo.

Uno de sus ojos parece anaranjado con el brillo de la luna. La otra mitad de su cara se encuentra en las sombras. Yo suspiro, molesto... esto no va a ser cómodo de contar.

—Duch, verás... —susurro—. No soy como vosotros. Para empezar, no soy una mente.
—Nos da igual.
—Maté a Luchadora.
—Hace veinte años.
—Escucha —pauso un segundo—. El Faro del oeste cayó por mi culpa. Tengo la marca de Miedo. Estábamos Fuego, Albino y yo y de pronto tuve la necesidad de apagar el Faro. No sé por qué, pero lo hice. Y lo mantuve apagado el tiempo suficiente para que Miedo llegara hasta a nosotros.
—¿Lo dices en serio? —dice.

Duch baja la cabeza, y ahora toda ella se encuentra negra, absorbida por la noche.

—Miedo me controló entonces —digo—. Y podría estar controlándome ahora. ¡Me está usando! ¡Ni siquiera sé si me está controlando ahora! No hay modo de saberlo.
—¿Por qué no nos lo dijiste antes?
—Porque... No quería estar solo.

Duch suspira. Todo su cuerpo grande, a lomos de su toro, es una imponente mancha negra que tapa la mitad de mi imagen. Solo los cuernos de Ánima resplandecen con el brillo lunar, salvo las sombras de las ramas. Duch va a... se está rascando la cabeza. Por un momento pensé que iba a coger su martillo.

—Lo tuyo es grave —dice—. Iré contigo.
—¿Qué?
—Para que no estés solo.
—Duch, me aíslo para morir.

Él ríe.

—¿Tú? —dice—. No serías capaz de matarte ni aunque te obligaran.
—Eso no lo sabes.
—Claro que lo sé, es muy propio de ti.

Espolea con suavidad a Ánima y comienza a caminar por el bosque, por un lugar diferente al tramo oscuro por el que intenté perderme antes. Oriento a Aristóteles en su trayectoria, y palmeo su cuello para que comience a caminar también. Puedo notar en la espalda de Duch una gran cicatriz en su espalda. En su punto más profundo, también brilla con un tenue color morado...

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Abro los ojos de pronto y desenfundo la espada la mitad de su recorrido. Miro frenéticamente a mi alrededor, pero no veo nada, solo a Energía, que está sentada cerca, mirando hacia la montaña negra más allá de los pinos. El corazón se me va a salir del pecho, parece que aún es pronto, pues apenas está saliendo el sol, pero sé que no volveré a dormir. No sé ni cómo llegué a hacerlo, porque aún tengo en mi cabeza todas las vivencias de ayer. Vuelvo a desenfundar la espada cuando pienso en Eissen, en la amenaza que ahora representa. El traidor.
No le veo en el claro. Cuento todos los que somos, miro a Social, que está teniendo un mal sueño. También falta Duch.

—No están, Luchadora —dice Energía.
—¿Quiénes?
—Eissen y Duch. Tampoco están sus caballos.

No entiendo qué está pasando. Camino lo más rápido que puedo sin hacer ruido para despertar al resto, y también cuento los caballos. Todos me miran, despiertos, salvo Lorraine, que resopla pesadamente. Sí. Faltan Aristóteles y Ánima.

—¿Qué ha pasado? —pregunto.
—Ahora mismo tengo el control de un zorro que cazaba por el bosque. He seguido las huellas hacia el este, pero si me alejo demasiado de este cuerpo, pierdo el control sobre el animal. De modo que les he perdido.
—¿No puedes poseer por completo al zorro?
—Esa práctica ha demostrado ser... no muy positiva para mi cuerpo actual.

Asiento despacio.

—¿Eissen se lo ha llevado? —pregunto.
—Vi a Duch levantarse y caminar en mitad de la noche, pero no le di importancia y seguí durmiendo, porque supuse que le urgía alguna necesidad básica. Cuando esta mañana he visto que no había regresado, le he buscado.
—¿Pero Eissen se lo puede haber llevado, o no?
—Podría, sí, también podría ser que no.
—¿Volverán?
—Luchadora, no poseo todas las respuestas. Desde ayer sé que, de hecho, poseo menos de las que creía.

Me siento a su lado. El cuerpo me duele por prácticamente todos los lados. Siento algunos golpes en piernas y brazos, pero la herida del pecho es la que más guerra está dando. Procuro pensar la decisión más justa a tomar ahora... porque si vamos a por Duch, Madurez perderá un tiempo que quizá no tenga. Pero sin la fuerza de Duch, no tenemos suficiente si las cosas se ponen feas.

—¿Qué debería hacer ahora, Energía?

Ella me mira. Después de pestañear, parece que su brillo es más fuerte, y más vapor aguamarina se escapa por sus comisuras.

—La opción más lógica, por supuesto.

Después de los ecos propios de su voz compleja, juraría que he escuchado la voz de Lisa tapada por la suya.

—Eso es lo que diría Razón —digo.
—No soy Razón, pero sí entiendo sobre ganancia y pérdida, Luchadora. Hemos perdido dos potenciales guerreros, pero hemos ganado movilidad, y, salvo Afrodita, todos los que estamos podemos ser sigilosos. Teniendo en cuenta que existe una gran probabilidad de que se hayan marchado voluntariamente, y otra gran probabilidad de que Duch se encuentre muerto o convertido a estas horas, y sumado a la probabilidad total de que Miedo nos estará buscando y estará cerca, solo veo una opción segura.

No puedo disimular la cara de asco que llevo poniendo desde hace segundos.

—¿Cómo puedes decir que Duch quizá esté muerto y quedarte como si nada? —digo.

Ella entierra la cabeza entre las rodillas. Se queda así, quieta.

—Por favor, no me malinterpretes, Luchadora. Me desgarra por dentro ver cómo cada vez somos menos. Hoy me encuentro más sensible de lo normal, me siento pequeña en un continente peligroso y desconocido, y siento que en cualquier momento yo podría ser la siguiente. Cuando un depredador mataba al animal que yo controlaba, no era más que una sorpresa, una molestia, pero yo volvía a casa y no pasaba nada, el mundo seguía igual. Hoy siento que, si un depredador me coge por sorpresa ahora, ya está. Se acabará todo.
—Bienvenida al mundo de los mortales —digo.
—Pero no puedo permitir que esos sentimientos me controlen a mí. Hay que resolver problemas rápidamente, para poder rescatar a Madurez e irnos a cualquier lugar seguro.

Tiene razón, no es momento para niñerías. Hay que avanzar, y hay que hacerlo ya. Nos han arrebatado a Repar, hemos perdido a Eissen, seguramente a Duch, pero tenemos que avanzar. Miedo nos rodea, pero no va a quitarnos más. Y si se interpone en nuestro camino, contestaremos.

—No sé qué haría sin ti —le digo.

Ella sonríe. Su sonrisa coincide con palabras más allá del cielo, con una mano que revuelve el hombro de Mentes hasta que lo despierta. Cuando se abre el ojo, su madre le entrega una carta. Son las nueve y media de la mañana. Despierta, hijo, dice la madre. Mentes le pregunta si ha leído la carta, pero no hace falta preguntar... el sobre está abierto, y el folio doblado se encuentra separado del sobre. Mentes grita a su madre, no debes leer mi correo, dice. Es importante, dice la madre, y Mentes dice que le deje despejarse, que no puede leer así. La madre cierra la puerta detrás de ella, Mentes se despereza y se levanta de forma pesada, corre las persianas.
Miro a mi derecha, donde Energía también está mirando afuera, absorta. Detrás de mí, las mentes se están despertando, tan desconcertadas como Mentes, allá arriba. Con la luz de la mañana, comienza a leer la carta. Es demasiado formal...
El nombre de María, el de Mentes, la fecha de su boda...
No. No, no.
La fecha de su separación, el día que... bueno, Julio de estar con nosotros.

—Una petición de divorcio —dice Energía.

Mentes grita. Aplasta el folio de papel entre sus manos, lo arruga, lo despedaza, lo lanza contra la pared. Golpea la cama con los puños cerrados y de rodillas, grita, agarra un cajón, lo desencaja del sitio y lo lanza contra el suelo, esparciendo toda la ropa por el parqué, la cama, el escritorio. Quiero controlarle, pero no puedo.
Detrás, Afrodita está haciendo ruidos extraños. Está convulsionando, tose, y esparce gotas de sangre por su camisa raída. ¡Afrodita!, grito, corro hasta ella y levanto su cabeza con delicadeza. Está pálida. Sus ojos son rojos, su lengua está manchada con las gotas rojas que luego salen. Desde su hombro derecho, líneas verdes se están volviendo más notorias y pronunciadas, e incluso algunas se nota que se encuentran dentro, lejos de la superficie.

—De lado, ponla de lado —dice Jacob.

Cuando lo hago, mientras Jacob coloca brazos y piernas en la postura de auxilio, Afrodita se queja por el dolor en su cadera. Le digo que aguante, que sea fuerte, que estoy con ella, mientras ella continúa haciendo muecas de un dolor que no quiero imaginar. Stille ya ha preparado la morfina.

—No quiero dormir —dice Afrodita, luego tose y mancha las manos de Stille—. No quiero dormir...
—Démosle solo para aliviar el dolor —digo.

Stille asiente. Su cara es de concentración. Sus manos tiemblan. Yo miro al resto.

—Preparaos para marcharnos, todos —digo—. Yo cuido de ella.

Todos comienzan a recoger, y mientras, yo acaricio la piel cetrina con cuidado. Escucho los gemidos de Lorraine, y a Jacob gritando. Levanto la cabeza e intento ver más allá de los árboles... No parece ser nada. No ha vuelto a gritar, nadie se ha preocupado. Vale...
Afrodita sigue tosiendo. Con una mano acaricio su nuca, con la otra agarro una de sus manos, apenas tiene fuerzas para cogerme. De pronto la aprieta, incluso levanta algo la cabeza, y me mira, muy seria.

—Hay algo que no te he contado —dice.

Apoya la nuca en la almohada improvisada, pero sigue mirándome muy fijamente. Retiro los pelos despeinados que cruzan su cara.

—¿A qué te refieres? —digo.
—Jacob. Hay algo que no te he contado.
—¿Qué?

Tose de forma violenta, yo la miro, acaricio su nuca, la animo. Cada vez que arquea su cuerpo, su cadera se mueve. Se prepara para hablar, y siento cómo le cuesta hacerlo.

—Éramos veinte, por lo menos. Defendíamos la Sala de los Recuerdos —tose—. Tu padre rodeó los cuatro edificios del antiguo palacio, y empezó a atacar.

Mi mente vuelve a aquellos tiempos, en los que Sever nos rodeó con su ejército de hombres blancos. La tierra era seca y cálida, entonces. Yo defendía el edificio principal, cuando la Sala de los Recuerdos cayó.

—Murieron más de diez en ese edificio, la mitad mientras huía. Yo les cubrí, pensé que lo conseguiría... pero me sorprendieron. —Vuelve a toser, fuerte, de pronto corta los estornudos, y con total parsimonia echa una gran bola roja de saliva—. Me clavaron una lanza en el pecho, y yo me sentí muerta... Pero yo sabía que no estaba muerta.

Vuelve a mirarme a los ojos con sus ojos claros, completamente seria.

—¿Y qué pasó? —digo.
—Vi a Jacob.

Recuerdo estar con Razón en aquel momento, y del resto de personas solo tengo imágenes difusas en mi cabeza... pero Jacob, por aquel entonces Humilde, se encontraba conmigo. Estoy segura.

—Eso no puede ser —digo.
—Ya lo sé. Pensaba que eran alucinaciones mías... Hasta que volvió de la muerte, igual que yo.
—Tú no moriste, Afrodita, estuviste en coma.

Ella vuelve a toser.

—Sé perfectamente cómo estuve. Yo morí ese día... pero el destino tenía otros planes. Vi a Jacob en el limbo.

Social camina hasta nosotras, con el bastón de Afrodita en la mano, ofreciéndoselo. Quiero saber más... ¿Por qué solo me lo ha dicho a mí? Niego con la cabeza a Social y le indico que se vaya, pero Afrodita pregunta qué quiere, y acepta el bastón. Social se queda con nosotras... Afrodita cierra los ojos.

—¿Dónde está Duch? —dice ella.

Yo cierro los ojos también. Más allá del cielo, Mentes llora desconsoladamente, encerrado en el baño. Algo tan estrecho y pequeño como un baño, eso necesito, para acurrucarme y parar de luchar de una vez por todas. Los demás lo han preparado todo para irnos, y pronto tendremos que ver cómo trasladar a Afrodita. No toco el rubí, pero sé de sobra que brilla.

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