21 de diciembre de 2017

Veneno en Ror Ató.


Pese a que Epón no para de pedirme que vuelva, sigo bajando las escaleras que llevan al sótano. Nunca he estado aquí... lo más lejos que he estado de ser libre ha sido cuando me apoyé en la puerta principal abierta y estiré el brazo hacia afuera, hasta que lo iluminó el sol hasta el codo. Podría decir que, por unos segundos, la mitad de mi brazo fue libre. Y nunca había estado más abajo que en el propio vestíbulo. Pero yo quiero ir más hacia abajo, quiero ver cómo es ese lugar del que salen los enanos, y ya llevo un buen rato bajando las escaleras de caracol, escucho ruidos cada vez más claros, y un aire más respirado.

—Por favor, señorita... No puede estar aquí, debe volver arriba inmediatamente.
—Me llamo Madurez, Epón, no señorita.
—Pero Madurez, señorita, por favor... hágame caso.
—Bueeeeno. —Enfatizo bastante en el tono condescendiente, pero sigo bajando las escaleras—. Si me cuentas lo que hay ahí dentro, paro de bajar.
—No estoy autorizado a decirle nada sobre...
—Vale, pues bajo.

La puerta que hay al final, iluminada por la antorcha que hay al lado, es diferente al resto. En las plantas superiores he visto puertas de madera, madera gruesa, pero madera. Esta, sin embargo, es de piedra, aún más gruesa, muy pesada, apenas cede por más que la empujo con todas mis fuerzas. Los agarradores están muy abajo, pensados para los enanos que he visto entrar y salir de vez en cuando. Según la primera luz ya se filtra a través de la rendija que cada vez se amplía más, siento un calor que se filtra por ella y golpea mi nariz, y mis ojos. Es un aire denso y sucio, apestoso, huele a carbón.
No abro las puertas del todo, según puedo colarme en la sala, lo hago, casi resoplando. ¡Qué calor hace aquí! El lugar está bastante oscurecido, tan solo lo ilumina la luz naranja del fuego, de cientos de fuegos, mejor dicho. Una escalera me llevaría hasta la planta del sótano, de techo muy alto, veo a enanos trabajando el metal, o metiendo carbón en hornos gigantes de los que sale humo por el tubo de arriba, y escucho un repiqueteo que diría que es cuando golpean el metal. Más allá, la sala aún desciende más hacia abajo, veo a muchas personas, algunos enanos y a otros humanos como yo, moviendo grandes piezas a través de unas cadenas que cuelgan del techo, y al final del todo, una gran puerta metálica cerrada. Un posible lugar para huir.
Me acabo de dar cuenta de que muchos están mirándome, y han dejado de golpear el metal. Les diría que continúen, pero me da vergüenza. Bajo las escaleras, Epón me sigue pidiendo que suba, bajo la atenta mirada de los otros enanos, que murmuran y cuchichean entre ellos, sin dejar de mirarme. Me siento utilizada como objeto, ahora mismo, un objeto de miradas y cuchicheos, pero hago como si tal cosa, como si supiera que tengo completamente permitido estar aquí. Al fondo, veo una sala que entra hacia dentro, en la que veo una figura que me es familiar, el chico que vi desde la jaula hace días, el pequeño. El hermano de los otros dos que las otras mentes mataron.
Epón me está hablando, pero por momentos, ya he aprendido a ignorarle. Me acerco a él, con una sensación extraña en el cuerpo. Su piel es más oscura en las partes en las que no le ilumina la luz de las brasas, y el brillo de esta ilumina todo su pecho lleno de hollín en el momento en el que martillea una plancha de metal encima del fuego. Se llamaba Orfeo.

—Hola —le digo, mucho más bajo de lo que me hubiera gustado.

Orfeo me mira, para un segundo, pero vuelve a su trabajo, como si ya me hubiera ido. Sigue martilleando, sin haberme contestado.

—Hola —digo, ahora más fuerte.
—Hola.
—Eres Orfeo, ¿verdad?

El chico no dice nada. Sí para un momento, se revuelve el pelo negro lleno de ceniza, se seca el sudor de la frente, y continúa machacando la plancha de metal. ¿Sabrá quién soy? Nunca nos habíamos visto, hasta que le vi desde la jaula.

—¿Por qué no me contestas? —digo.
—Vete, por favor.
—¿Por qué?

Él sigue sin contestar, y yo ya empiezo a mosquearme con este tipo.

—¿Se puede saber por qué nos odiáis? ¿Qué te he hecho para que no me contestes, eh?
—Tus amigos mataron a mis hermanos.

Me mira con sus ojos oscuros, no me está haciendo sentir bien. Parece enfadado.

—Lo siento —le digo.

Pero no contesta. Solo resopla, y vuelve al trabajo, con cara triste, ahora me siento mal. Su hermana era una definitiva zorra, me insultó, y por su culpa sigo en este edificio aburrido como rehén, pero no sé si merecía morir. Probablemente sí, que le den, era una zorra estúpida y desagradable, menos mal que las mentes la mataron, y no al revés. ¿Por qué querrían matar a las mentes? Dijo algo sobre su madre. Me da igual, era una enemiga de las mentes, nadie hace daño a los míos. Ni siquiera a Erudito, que es un viejo carca y un pesado, nadie conspira contra ellos. Y sus hermanos lo hicieron, y él.

—Pero que sepas que tus hermanos se lo buscaron. —Procuro que entienda bien mi tono de enfado—. La culpa es vuestra por conspirar contra las mentes.

El chico sigue martilleando, sigue mirando la plancha, no contesta, pero sé que me ha escuchado. ¿Por qué no contesta? Niño estúpido, así aprenderá, que se aguante. Me dirijo rápido a las escaleras, ni siquiera esos enanos merecen mi mirada, en el camino veo de pasada una sala que parece ser el dormitorio de esos enanos, me da igual, estoy ya subiendo las escaleras, y el pesado de Epón podría disimular más su suspiro de alivio, que sí, hombre, que ya subo, le he dicho, ¿se creía que me quedaría aquí una hora? Si solo iba a ser un momento, solo quería saber lo que había aquí. Ver a Dante en la puerta me hace brincar, el corazón me empieza a latir deprisa, y me siento ridícula... No debería haber tardado tanto. Ha llegado antes de lo que esperaba.

—Madurez —me dice, muy enfadado—. Sube. Ya.

Paso muy despacio junto a él, preparada para lo que sea. Pero no hace nada... yo subo despacio las escaleras, y no me sigue. Cierra un poco la puerta, sigo subiendo bajo la luz de las antorchas, entonces escucho el grito de Epón, es un grito de dolor. Oigo los golpes, más de tres, diría que más de siete, me tapo la boca con las manos y estoy a punto de bajar las escaleras de nuevo. Epón ya ha parado de gritar, tan solo oigo un quejido, me da mucha lástima. Escucho la puerta de piedra abriéndose de nuevo, yo subo corriendo para que Dante no vea que me he parado.
No veo a Epón en la comida. Me siento muy extraña, como si esos golpes debería de haberlos recibido yo, pero a mí no me ha castigado, ni siquiera me ha dicho nada. Dante come, en silencio, con clara cara de enfado, pero no dice nada, no me mira, tampoco. Y cuando acaba, sube. Me quedo en el comedor, incluso después de que otro enano que no sé su nombre haya recogido todo. Simplemente, pienso, mientras me fijo en cómo la tarde va cambiando la luz del sol por la ventana. Pienso que ya no estoy en una celda. Ahora duermo en una cama cómoda, que pertenecía a alguien que ahora ya no está, un chico tan joven como yo. Pienso en que él está muerto, y yo aún no. Si la hora de mi muerte ya está decidida, o todo es aleatorio. Estas cosas importantes no las pensaría de seguir estando en casa, con Erudito, todo el rato mandándome deberes y decidiendo todo por mí... pero al menos, era libre. Y paseaba, aunque no fuera casi nada, con Tempos. ¿Todo, para qué? Nunca quisieron que fuera a una misión, y cuando no, me castigaron injustamente. ¿Qué diferencia habría entre aquello y esto? Suspiro. Pienso en Epón.

Subo las escaleras y busco a Dante, hasta que le encuentro meditando en la terraza del ático. Veo el mar, en silencio y al al oeste, montañas llenas de árboles azulados, al norte. Son unas vistas preciosas. Dante sigue en silencio, probablemente ni sepa que estoy aquí.

—Dante, ¿de qué vas?

Él no me contesta, tan solo medita sentado con ojos cerrados, la gema con el metal soldado está delante de él, a un metro. Tengo la tentación de cogerla.

—¿Qué dices? —me pregunta.
—¿Quién te crees que eres, eh?

Abre los ojos y me mira, tranquilo, pero sigue enfadado.

—¿Has venido a joder —dice—, o me vas a decir lo que te pasa?
—¿Por qué me secuestras y me dejas en una jaula? ¿Y por qué ahora tengo mi dormitorio?
—Ya te expliqué.
—Quiero volver a casa. Quiero volver a ver a las mentes, las echo de menos.
—Volverás a verlas cuando derrote a Miedo.
—¿Y cuándo va a ser eso? Llevas ya muchos días, y no has hecho nada más que meditar.
—Será cuando tenga que ser, niña.
—Pues ya estás tardando menos.
—¿Por qué sigues fingiendo esta indignación? —dice—. Los dos sabemos que no te sientes muy diferente a como te sentías en casa.

Eso no es verdad. No sé qué decir... por momentos.

—¿Cómo... cómo sabes eso?
—¡Porque puedo leerte! —Se señala el ojo, con nerviosismo—. ¡Puedo saber tus sentimientos solo con mirarte a los ojos, y sé que has bajado la guardia conmigo!
—Entonces sabrás que huiré en cuanto pueda.
—Ya te he dicho que me gusta que lo hagas siempre que esté en la casa, porque desarrolla tu ingenio, pero te arrepentirás si lo intentas y yo no estoy.
—Me acabaré escapando, Dante.
—Apuesto a que sí. Ahora déjame meditar en paz.
—No me da la gana.
—Ahora —dice.
—¡No! ¡Jódete!
—¿Se puede saber qué te pasa?

Se levanta, y con la mirada llena de ira y apuntándome con el dedo, se queda a apenas un palmo de mí.

—¿Qué vas a hacer si no me voy? —digo, fingiendo tranquilidad—. ¿Volverás a pegar a Epón, en lugar de a mí?
—Probablemente.
—¿Por qué me tratas así, eh? ¡Me secuestras cuando quieres, me encierras en una jaula cuando quieres! ¿Y ahora me tratas bien para compensar lo de Julio?

Dante se tensa aún más, pero de pronto comienza a desinflarse, muchísimo. Cierra los ojos. Así, se sienta, cruza las piernas y agarra la piedra azul, y por un segundo sus pelos se han elevado más aún de lo normal.

—Esta mañana he viajado con Pegaso a la casa de las mentes. Está destruida.
—No es la primera vez —digo, bufando.
—Ha habido muertos. No sé cuántos, ni quiénes, porque ahora la zona es territorio de Miedo, y está cubierta por una niebla total. No sé dónde pueden estar los supervivientes, si los ha habido.

Estoy en blanco. Me muevo como una autómata hacia dentro del edificio.

—Traté de avisarles —dice—. Traté de avisarles.

De alguna manera, más allá de las preguntas que colapsan mi cabeza, solo puedo ver una imagen que permanece estática. Es Lisa, junto a su hermano, los hermanos de Orfeo. Todo pasa a gran velocidad, pero la imagen continúa, emborronando lo que hay detrás. No pienso en nada, solo en Lisa, solo en su hermano, y en Julio. Miro por la ventana las rocas que hay a lo lejos, más allá del abismo, escondidas por las hojas de los arbustos. Mido la distancia entre mi cabeza y el final de la caída. Mido el valor que tiene una vida, el valor de la familia, el de un hermano, el de dos.

_____________________________________________________________________


Abro los ojos, es de día. No sé cuánto tiempo he dormido, no recuerdo cuándo acabó el día de ayer. Siento hambre y sed, de nuevo, pese al atracón de carne y fruta y el agua que bebí en la casa de los habitantes de la tribu, caray, en esta misma casa, incluso en este mismo rincón. Veo a Stille, completamente despeinada, sentada en el mismo lugar en el que también comió con el resto. Debemos de habernos quedado dormidas tal cual acabamos de comer y de beber... y casi hemos dormido un día entero. Cuando me giro para hablar con ella, noto cómo cierra y oculta el colgante donde guarda la foto de Susurro.
No digo nada. Ella me mira, luego a sus manos, y entierra su cara en estas. Me arrastro por el suelo de madera, hecho de troncos cortados, hasta que alcanzo una de sus manos, la estiro hacia mí y la envuelvo con las mías. Stille no hace nada. Con la sombra que forma la mano que aún tapa su cara, esta parece una luna decreciente.

—¿Cómo te encuentras? ¿Te curaron el veneno de la araña?

Stille asiente, sonriendo con cierta frialdad, y se levanta el traje para enseñarme la herida en su espalda, aún algo hinchada. Me indica que se encuentra bien.

—Sé fuerte.

Y no sé qué más decir. Ella asiente de nuevo, yo también, por imitarla, por hacer algo. Quizá por decírmelo también a mí misma... hay que ser fuerte, siempre fuerte, ¿y para qué? Siempre acaba siendo lo mismo, siempre acabamos contra las cuerdas, y hay muertos. Mi hermana, Valerie... Siempre hay muertos.
Vamos a salir afuera, para ver qué ha sido del resto, un ruido nos sorprende entonces entre las sombras. Es un ronquido, de Energía, que duerme apoyada la espalda en una caja de mimbre que hay en un rincón, con los ojos cerrados y un rastro verdoso de humo que se escapa aún por las comisuras, y tiene la boca abierta. No puedo evitar sonreír, porque un hilo de baba le recorre la mejilla.
El sol ilumina el claro con mucha intensidad y me cuesta adaptarme a la luz. Los hombrecillos, los habitantes, exclaman al vernos y se arremolinan alrededor de las dos, nos tocan, con un sentimiento parecido a la veneración, pero con respeto, como si temieran ofendernos. Stille tiene los ojos como platos, yo sonrío al ver sus sonrisas, me pregunto qué está ocurriendo. Escucho a Afrodita reír en algún lugar del claro más allá de los cuerpos, que susurran sin parar las palabras Unucba Nachuza.

—¡Parar! Estrés.

Cuando Imica habla, los habitantes se dispersan y siguen con sus quehaceres. Hoy, Imica no lleva el tutú de plumas, sino un collar de perlas azules que adorna su pelo, y de sus ojos verdes descienden rayajos verdes que adornan su cara y trazan curvas a lo largo de su busto hasta su cadera. No lleva sus pulseras de plumas, sino unas de hojas amarillentas. Extiende los brazos y camina hacia mí, como si no caminara, sino que la arrastrara el agua. Sonríe, me pinza los cachetes, y me abraza con delicadeza, sin llegar a tocarme con su cuerpo.

—Líder Unucba Nachuza, yo esperar tú —dice.
—Gracias, Imica, pero yo no ser líder.
—Tú hablar por Unucba Nachuza, tú ser líder.
—Si tú lo dices...
—¡Yo decir! —Con un gesto, una nativa se arrodilla ante ella, alzando un garrote—. Y yo decir, ocurre. Espero yo a tú grandes horas. Yo impaciente.
—¿Por qué?
—Conmigo ven. Compañera callada, conmigo ven.

Extiende a Stille la mano para que la coja, y acerca a mí el brazo del garrote para que lo entrelace con el suyo. Mientras caminamos, yo un poco encorvada, la situación se me hace incómoda, no sé qué pinta de guerrera voy a tener dando estos pasitos minúsculos para seguirla el ritmo. No he visto a nadie más que a Repar, él está sentado en corrillo con algunos niños, hablándoles, dibujando cosas en la tierra blanda bajo la sombra de los árboles. No he visto a Afrodita. Pasamos las casas, nos lleva fuera del claro, por un camino repleto de brotes, de musgo, piedras y ramas, por el que Imica camina descalza de forma natural. Debo caminar de lado, algunas veces, porque los árboles estrechan el camino y me da vergüenza despegarme de su brazo, hasta que finalmente nos suelta, agarra una liana y, con gracia, cruza el canal que deja un río de más de dos metros de profundidad, y otros dos de ancho. Empuja la liana, desde el otro lado, que va a parar a las manos de Stille. Luego lo intento yo... definitivamente, Stille tiene más estilo para hacer estas acrobacias. Imica se ríe de mí, apoyada completamente en su bastón.
Ya nos hemos alejado algo del poblado, y se nota por la cantidad de ruido envolvente que viene de todas partes, procedente de decenas de animales. Un insecto vuela por delante de nosotros, de un verde extremadamente chillón. Por encima de nosotros oímos correr a más miembros de la tribu, e incluso vemos a uno con una de las grandes máscaras de soldado, que lanza a Stille y a mí dos frutas del tamaño de nuestra cabeza mientras susurra Unucba Nachuza.

—Imica —digo.
—Tú decir.
—¿Qué significar, en tu lengua, Unucba Nachuza?

Ella se gira para mirarme, e incluso se me queda mirando un rato, con los ojos casi cerrados. Yo la miro a ella, mordisqueando la fruta. Ya empiezo a acostumbrarme a su forma de ser. Esta fruta... es amarga, pero está llena de zumo, y de semillas enormes en el centro.

—No tener palabra en tu lengua —dice—. Es parecido por aquellas que viven cuando Pleas decidir matan. Pleas matan mentes, tú no matan. Pleas decidir tú viva por algo. Mentes merecer morir, pero tú viva, tú Unucba Nachuza, elegidas de los Pleas para cerrar la círculo.

Ella sigue caminando, visiblemente satisfecha con su explicación. Recuerdo el gran muro de piedra, en el que Dante estaba cavando con los dos muchachos, esas personas huyendo de Los Creadores.

—¿Pleas mataron más mentes en el pasado? —digo.
—Oh, sí, Pleas matan a menudo, Pleas matan muchas. ¿Interesada tú en Pleas?
—Sí.
—Mh... llevarte a Piainé, cueva sagrada, luego. ¿Ser tú quién? Nombre. —Me señala.
—Soy Luchadora.
—¿Soy Luchadora? Precioso, nombre gustar.
—No, no. Luchadora. Luchadora.
—Luchadora... bah, más feo. ¿Y otra? ¿Nombre?
—Se llama Sti...

Estoy hablando, pero ella me interrumpe, con un sonoro chasquido para que me calle. Se para y mira a Stille, que abre la boca, me mira, preguntándose qué gesticular, cierra la boca. No sabe qué hacer.

—Pero... —digo, pero me vuelve a chasquear.

Stille se queda pasmada, mirándola fijamente, quieta. Imica también está muy quieta, y, sin mover ni el gesto de la cara ni sus pies, acerca su cuello hacia ella.

—Tú callada. Tú gusta mí. Tú suerte has encontrado fuerte Imica, hija de fuerte Onubagan, pueda darte nombre. Naín tú ser hoy hasta que Pleas matan Naín.

Stille no sabe qué hacer. Finalmente, baja la cabeza, en señal de agradecimiento. Imica prosigue el camino, tarareando, incluso se sube a un árbol y trepa por él, con el bastón enganchado en su espalda, y nos dice que la sigamos. Stille me mira con cara de desconcierto, casi riendo. Con una mano coge el colgante de Susurro.

—Vamos, Naín —le digo, con cierto recochineo—. Tú seguir.

Llegamos finalmente a un pequeño claro protegido del sol por las frondosas ramas de los árboles. Con cierto estruendo, una catarata de lo menos cuatro metros desciende desde las rocas, cae en un pequeño lago y continúa como el río que hemos cruzado antes. Imica alza los brazos y mira hacia arriba, y así hacemos nosotras. De los árboles que rodean el lago, verdes y frondosos, brotan unas flores amarillas y rojas enormes, lo menos del tamaño de dos palmas extendidas. Hay varios nativos subidos encima de sus ramas, todos con las máscaras grandes de madera y pajas, y entre ellos, está Duch, una mole junto a varios cuerpos ágiles y delicados, que nos saluda a las dos.

—Llamo Duch ayuda mi gente recoger flores.

Duch, sonriente, corta el tallo de una de ellas, pero debe ser difícil, porque tarda bastante allá donde el resto lo consigue de un único tajo. Una mujer junto a él se quita la máscara para enseñarle, hablando en su propia lengua, y Duch dice que sí, que sí, fijándose en cómo lo hace. Una vez las flores han sido cortadas de los árboles, son tratadas con mucho cuidado, colocadas en una red, que dos nativos cargan hacia el pueblo, caminando por las ramas de los árboles. Imica nos enseña el lago, repleto de peces pequeños cuyas escamas reflejan la luz del sol en forma de arcoiris.

—Nibi aparean en Ror Ató, saltan.
—¿Qué es Ror Ató? —digo.
—La noche brillante, la noche importante de Ashotán Óniros.

Veo a los peces nadar en grupo, cada uno brillando con un color distinto según la posición que ocupa, e incluso alguno salta con algún compañero del agua, no más de un palmo, pero la forma en la que quedan suspendidos en el aire, el trazo del agua que cae con el salto, llena la superficie de luces. Ashotán Óniros... ya había oído antes ese nombre.

—Ashotán Óniros... ¿es esta tierra?
—Sí. Bosque de Uut, parte del todo, parte de Gran Cham —nos señala, tanto a Stille como a mí—. Casualidad no que mentes llegan a Uut en Ror Ató. Señal de los Pleas.

Una señal de Los Creadores... Ya. Stille juguetea con los peces, que huyen de su mano, dentro del agua. Un hilo brillante cuelga de una de las ramas, y sigo el rastro hasta un punto negro encima del lago que tardo en enfocar. Es una araña, una grande, que oscila lo poco que sopla la brisa en la jungla. Oigo sonidos de primates, que no perturban su fría quietud. Un pez nibi salta del agua, la araña balancea su cuerda varios centímetros y lo atrapa, lo mantiene agarrado mientras se retuerce, y lo envuelve con tela de araña hasta que apenas deja de retorcerse. La araña engancha el pez a su vientre, y comienza a empujar hacia arriba, hacia los árboles... las tres lo hemos visto. Imica está entusiasmada.

—¿No decías ayer que las arañas son malas? —le digo.

Imica se me queda mirando, un rato, con la mirada de sospecha que suele poner, yo mientras tiro las semillas de la fruta hacia cualquier lugar, pero un nativo que camina cerca las recoge.

—¡Ah! —Exclama, y sube el traje de Stille hasta la hinchazón, Stille ha abierto muho los ojos por la sorpresa—. Te refieres a araña mala. Araña no color de la desierto, mala. Toda en esa desierto, mala —lo señala, con desdén, aunque no se ve—. Bosque Uut, todas buenas. ¿Sí?
—Eres una chica curiosa, Imica.
—Curiosa qué es.
—Interesante.
—Tesante qué es.
—Interesante... es fuerte.
—¡Oh! ¡Sí! Curiosa Imica jefa de las Uut. Fuerte mucho, y tesante también. Flores veis, flores en la noche. Pueblo prepara Ror Ató, con Unucba Nachuza.

Volvemos al poblado, ahora más ágiles que antes, conocemos el camino. Los habitantes están preparándose para la fiesta, el Ror Ató, y están cubriendo las casas de flores. Repar me llama, contento, porque le han fabricado una pierna de madera con una rama robusta y una cuerda, apenas se las apaña para caminar correctamente, porque se le mueve hacia alante y hacia atrás. Afrodita, sentada y apoyada en la madera de una casa, ayuda a rellenar cuerdas con flores rosas a los jóvenes, y sonríe, pero se nota que sufre. Le pregunto cómo está, pero no me dice nada. Social está algo escondido, con Eissen, ayudando a limpiar el lugar. Energía sale de la casa donde comimos ayer, con media melena levantada hacia arriba y cara de absoluto desconcierto. Me pregunta qué ha ocurrido, me dice que se ha sentido muy extraña, que ha vivido en una extraña cacería en la que acabábamos las mentes con un lobo malvado de grandes colmillos. Yo río, porque ha estado soñando. Energía, con los ojos brillantes muy abiertos, se sienta un lado, para reflexionar, según ella ha dicho, sobre esa extraña experiencia.
A mi alrededor solo veo caras sonrientes, nativos llenos de alegría, dispuestos a celebrar. Los que están junto a Afrodita, están cantando una canción, y la están enseñando a cantar con ellos. Es todo tan... feliz. Tan diferente a nuestra tierra...

—¡Ini oo kotó! ¡Crica, crica! —grita Imica, dando ciertas órdenes.

Los soldados llegan con comida. El sol está en lo alto. Todos dejan sus quehaceres, salvo los de limpieza, y comienzan a prepararla, a pelarla, a limpiarla. Imica, sin embargo, me pide que vaya con ella. Me conduce, de nuevo, por caminos improvisados, teniendo que apartar continuamente las hojas de helechos, y otras ramas. Algunas hojas de árboles son tan grandes como medio cuerpo mío. Por terreno resbaladizo caminamos, yo agarrándome a cada tronco, ella levitando como si fuera fantasmal. Oigo el río, de nuevo, las dos descendemos por una cuesta empinada, hasta que Imica salta hacia el agua, y se mete por un agujero en la tierra lleno de raíces, por el que tengo que pasar casi acuclillada.
Estamos en una cueva, por la que el río pasa, se amansa y se expande, y luego vuelve a estrecharse para pasar de largo por otra abertura en la tierra. Lo sé porque hay luz, una luz azulada que viene de un material brillante en el techo, de un color que me recuerda a la gema que Dante robó. Más que emitir brillo, parece que palpita, y, por el rumor del río, me es difícil distinguir... pero juraría que incluso emite sonido.
Distingo brillos azulados también en el agua, pero estos no palpitan, estos se mueven, de forma extraña y aleatoria. Hasta que uno me roza la mano, no me doy cuenta de que son peces. Su color... es precioso.

—Imique nibi —dice—. Pez sagradas. Ninguna Uut puede comer. En la Ror Amá, día brillante, Uut ayuda pez sagradas a nadar río arriba. Huevos.

Dejo que los brillos azules comiencen a arremolinarse cerca de mí, son tan bonitos, tan juguetones... Imica me muestra una de las paredes de la cueva, tan regular que no hay duda de que fue construida, y en su centro hay dibujos de cierto tamaño. Veo las figuras, según Imica las señala.

—Tres guías de Gran Cham, hace mucha tiempo. Gram Cham triste, así que convirtió en Pleas.

Veo cómo, de forma clara, lo que antes eran tres figuras humanas, luego pasan a ser tres figuras más grandes, de un solo ojo. Hay garabatos más pequeños, a su alrededor.

—Pleas crean otras guías, guías adoran a Pleas. Pero guías malas. Gran Cham triste.

En la última fase del cuadro, veo cómo, de un cuerpo muerto, surge algo, como si fuera el alma.

—Y de las error, Pleas matan guías, y crean guías mejor. Hasta tú. Hasta las Unucba Nachuza.
—¿Qué ocurre con nosotros?

Imica señala hacia el agua, y cuando miro, veo una marabunta de destellos azulados girando a mi alrededor, tocándome los peces con la cara en la superficie de mi armadura, e incluso sus brillos llegan a iluminar con más intensidad el techo azul. Deben de estar aquí todos los peces de la cueva.

—Imique nibi distingue a Unucba Nachuza. Es guías buenas de Gran Cham. Elegidas por Pleas. Fin de círculo.
—Eso es imposible, Imica.

Los peces se arremolinan con tanta velocidad que también hacen girar el agua alrededor de ambas.

—Imposible qué es —dice.
—Que no puede hacerse.
—Por qué.
—Han matado a la mitad de los que éramos.
—Mejor.
—No tenemos casa.
—Guías no necesita casa para guiar a Gran Cham.
—No podemos guiarle.
—Por qué —dice.
—Dante nos lo impide... —señalo el techo—, con una piedra de este color.

Ella retrocede, pensativa. Cruza la sala, yo camino con ella, despacio, y los peces siguen mi movimiento. Al otro lado, el agua me cubre hasta el pecho, a Imica, hasta el cuello. Señala en la pared el dibujo de una columna, en la que en su centro, hay un círculo que brilla. Es la sala, en las ruinas del antiguo palacio, donde estuve. Y el círculo, la gema.

—Dante ya oí nombre antes —dice Imica—. Y piedra conocida por Uut. Tradición dicen piedra Llave de Núbise. Fuerte. Curiosa poder.
—¿De qué conocéis a Dante?
—Mal guía —dice, mientras comienza a salir de la cueva—. Vieja guía, también nueva. Un fallo es, Dante trampas.
—Tenemos que encontrarlo, se encuentra al sur, en una torre de piedra.

Según mi cuerpo comienza a salir, los peces se despegan de él y vuelven adentro. Acaricio mi armadura, preguntándome qué saben esos peces que yo no haya podido ver aún. Un pájaro trina junto a nosotras, naranja, con un penacho rojo brillante y una cola azulada, muy larga, que se divide en dos. Y los ojos aguamarina... Energía sigue trinando, y vuelve volando hacia el poblado. Imica no da crédito, con la boca bien abierta y los ojos en trance. Le explico en qué consiste el poder de Energía mientras volvemos. Y cuando llegamos, Imica señala a Energía y dice, completamente sorprendida, que es la más fuerte de todos los Unuba Nachuza... y no me extraña. Como ella escuchó la conversación de la cueva, le cuenta a Imica quién es Dante, y lo que nos hizo.

—Una torre alta, de piedra —le dice Energía a Imica desde su cuerpo—. Un solo bloque.
—Bloque qué es.
—Piedra —digo.

Todos estamos en corro, junto a Afrodita y alrededor a Imica. Ella no acaba de entendernos, entonces Energía abandona su cuerpo de nuevo, y, por un momento, los ojos de Imica relucen aguamarina, sin llegar a perder sus pupilas. Cuando Energía vuelve, ella queda asombrada y comienza a reír, y le coge de los cachetes y los retuerce con fuerza, llena de emoción. Podrían tener los dos cuerpos la misma edad.

—¡La he visto! Torre de Núbise es, lejos. Oo nuctaqué —señala hacia el sur—. Casi en mar.
—Allí es donde está Dante —digo—. Tenemos que ir a por él.
—Estás de broma, ¿no? —dice Repar—. Mira este lugar. Podríamos vivir aquí. Está aislado, no nos encontrarán, seremos felices.
—¡Tenemos que rescatar a Madurez! —digo.
—Madurez qué es.
—Una niña, también Unucba Nachuza —digo.
—Tenemos que ir por ella, Repar —dice Afrodita.
—Nos descubrirá —dice Eissen.
—No si vamos con cuidado —le digo a Eissen.
—Podríamos quedarnos aquí y que dos se infiltren sin ser detectados —dice Duch.

Stille golpea la palma de su mano muy fuerte, tres veces, una hacia Duch, otra hacia Eissen y otra hacia Repar, con cara de enfado.

—Si vamos —dice Repar—, mataremos a Madurez y seguramente muramos también nosotros.
—¡Debemos intentarlo! —grito.
—Con Dante, seguirá viva —insiste.
—¿Y de qué modo? —insisto.
—Basta.

Cuando Imica habla, todos callamos, y la miramos. Ella queda en silencio un rato, con los ojos cerrados.

—Unucba Nachuza, todas curiosa. Unucba Nachuza en peligro, ir deben. Llave de Núbise, Dante tiene. Dos razones ir, cogen llave, cierran círculo. Pero ir mañana, hoy Ror Ató.
—Apenas tenemos fuerza. Necesitaríamos más ayuda —dice Duch.
—Ayuda yo puedo —dice Imica—. Chamán una hay final de Bosque Uut. Chamán maestró fuerte Imica tu lengua. Chamán maestró fuerte Onubagan tu lengua, años hace. Chamán mágica, fuerte y curiosa. Mañana la veréis, ayuda en nombre de Imica.

Con esto, ella se va, a comer, comida que lleva buen rato preparada. Ni siquiera se ha secado el agua del río. En cuanto da el primer bocado, después de un ic ic que ya oí ayer, todos gritan ic ic y devoran la comida parada buen rato delante de ellos. Todos comemos, y yo al menos tengo mucha hambre. Imica es una persona excéntrica, pero tiene buenas intenciones. Pese a los animales extraños, los insectos y las diferentes costumbres... podríamos vivir aquí. Pero no podemos. Madurez nos lo impide, nuestro deber como mentes nos lo impide.

Pasa la tarde rápido, ayudo a los habitantes a decorar el poblado, e incluso aprendo algunas palabras. Repar se lo está pasando en grande, desde luego, está aprendiendo a hablar su idioma, y según me ha dicho Energía, tiene proyectos para reconstruirse el brazo. Luego me ha preguntado si de verdad no cazamos a ningún lobo ayer. Ella usa su poder, en beneficio del pueblo, y cubre de flores la parte alta del claro, amarrando la cuerda de una casa a otra en el otro extremo, agarrando la cuerda con el pico de un pájaro de plumas verdosas y finas, que parecen pelos de mamífero. Erudito jamás me enseñó estos pájaros... Todos están tan maravillados como asustados con su poder de Energía, y un niño incluso ha estado tocando su cuerpo humano mientras tenía la forma de pájaro.
Dos guerreros enmascarados se quitan las máscaras para enseñarnos, a Duch y a mí, fuera del claro, dos crías horrendas de primate. Ojos amarillos, redondos y saltones, orejas de perro en punta, pelo largo y con piel llena de calvas, y garras alargadas y finas. Si me los encontrase en mi casa, los hubiera matado, pero ellos han dicho unas palabras que luego Imica me ha traducido como buena suerte. Veo tanto a chicos como a chicas saltar entre ramas, increíblemente ágiles y silenciosos. Algunos cantan. Esta noche será la Ror Ató, y no sé qué pasa, pero parece que solo hay una al año. Me contagian con su devoción y su alegría para el festejo, y me transmiten, de alguna manera, esperanza hacia el futuro.
Los Unucba Nachuza, el final del círculo... la venganza hacia nuestros enemigos.

—¡Luchadora! —grita Duch—. ¡Ven!

Cuando voy me explica que Social ha estado hablando con Imica, y ella consultó lo que le pasa con el curandero de la tribu, y tras darle de mascar unas hojas, de pronto se encuentra bien, despejado.

—¡Luchadora! —dice Social, que corre para abrazarme en cuanto me ve—. Me alegro muchísimo de verte y de poder expresártelo. Dante me manipuló, lo sé.
—¿Cómo?
—Dante influye sobre nosotros como influyó sobre Relativismo, por eso no paró de meditar. A mí me dejó... no sé cómo me dejó. Sé que ha sido él, no sé por qué, con esa piedra azul. Parece que ya no soy el mismo, pero es Dante, es su influencia la que me aplasta. Imica me ha dado unas hojas y de pronto me encuentro mucho mejor.

Y tanto que se encuentra mejor. Desde que ha mascado esas hojas, no ha parado de hablar con todo el mundo, no puede estarse quieto, va caminando de un lado a otro y cuando no sabe qué hacer, se lo inventa. Le pregunto a Imica qué diantres le ha dado, porque de tener un Social ido, ahora tenemos un Social demasiado puesto. Ella me dice que es una planta para los que se sienten débiles, y me ha dicho que nos dará más, para que Social se siga encontrando así. De hecho, Social quiere más ahora mismo, e Imica le ha echado fuera con una amenaza, y le ha prohibido seguir jugando con los niños, porque los está cansando cara al Ror Ató, así que Social se ha ido a seguir limpiando, pero antes me ha dado un abrazo y dos besos.
Lo de Social es una buena noticia, desde luego, y motivo de risa, entonces escuchamos gritos. Afrodita ha empezado a retorcerse en el suelo, incluso a gemir de dolor. El curandero, de atender a Social, ahora ha ido a verla, corriendo. Destapa la chaqueta de la mujer, y en su hombro podemos ver una herida muy oscura, y a su alrededor una hinchazón de color verdosa, verdes también las venas a su alrededor.
Se la llevan corriendo, la meten dentro de la casa del curandero, como ayer hicieron con Stille, y él e Imica se cierran dentro. Todos nos quedamos expectantes, preocupados. El tiempo pasa, nadie dice nada, e incluso los que cantaban han tardado un rato en volver a hacerlo. Cruzo miradas con Eissen, un segundo, pero aparta la mirada. Me siento mal por lo que le dije ayer, fue muy gratuito.

—Oye, Eissen. Yo...
—¡Luchadora! —dice Imica, desde la casa del curandero.

Las paredes de la casa están llenas de hierbas y de cuencos de arcilla repletos de ingredientes. Afrodita está tumbada en la cama de paja, y tanto el curandero como Imica están a su lado.

—¿Qué pasa? —digo.

El hombre me muestra la herida de Afrodita, en la que ha retirado toda la costra oscura que tenía, e incluso ha retirado toda la piel verdosa. Sobre la herida abierta y sangrante, el hombre la tapa con hierbas, que quema con cuidado. Afrodita está dormida.

—¿Cuánto tardará en recuperarse? No me importa no irme mañana.

Imica no dice nada, solo me mira, y su cara no me da buenas sensaciones.

—Imica, dime qué pasa.
—Amiga tiene veneno fuerte. Fuerte.
—¿Se pondrá bien?

Ella desvía la mirada y mira a la mujer durmiente. Ladea la cabeza.

—No saber. Veneno fuerte, Uut no cura. Puede que no viva en días.
—Tiene que haber una cura. —Miro a las paredes, miro al curandero, miro a Imica y la cojo por los hombros—. Tiene que haber algo entre estos ingredientes que pueda salvarla.
—No saber, Luchadora.
—Por favor.

Ella mira al curandero y le hace un gesto. El curandero, con una reverencia, abre una cajita de mimbre y saca de ella una flor azulada.

—Solo dos flores mybna en año —dice Imica—. Solo para veneno de serpiente Jash, veneno fuerte. Esta veneno ser fuerte que Jash. No saber si suficiente.

Temblando, abrazo a Imica con fuerza, y me quedo así, hasta que logro serenarme. Imica me mira, seria, triste. El curandero ya ha preparado una hoguera pequeña, y coloca un cuenco con agua para hervirla. Mientras el agua se calienta, me da un pequeño tarro de arcilla, alargado, con tripa de un animal y cuerda como tapón. Retira la tripa, y veo polvo blanco.

—Maroín —dice Imica—. Poco en lengua, no dolor. Dos pocos, dormir.

Afrodita está dormida. Ya he visto este polvo antes, a través de los ojos de Mentes. Un poco, anestesia. Dos pocos, duerme al moribundo para que no sienta dolor. Tres pocos, mata. Aún veo las venas verdes alrededor del hombro de Afrodita...

—Morfina —digo—. ¿Cuántas posibilidades hay de que esa flor la cure?
—No saber. Flor matan parte veneno, toda no. Amiga luchar contra veneno todas formas.

Sus tirabuzones castaños se mezclan con las hebras de paja de la cama. Beso su frente y me quedo ahí, con ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario