22 de mayo de 2014

La gran huida.


Apenas podía incorporarme y me costaba horrores caminar recto, porque había sido todo oscuro y agotador. Lequ Love y Stille me agarraron, me preguntaron qué había pasado, me dijeron que todos reposaban y la velaban en las ruinas. Una fuerza muy poderosa se notaba cerca y acercándose.

Mi cabeza rebosaba ideas, pero la enfermería se encontraba en completo silencio.
Los sanos transportaban a los heridos, habilitaban nuevas camas y trataban las lesiones más superficiales. Todas las mentes me miraban con pena y tristeza cuando pasaba por su lado. Una tristeza que compartía, y me contagiaba su silencio, pero aquel monstruo seguía ahí y no podíamos lamentarnos mucho si no tomábamos medidas pronto. Buscaba a Servatrix, entre el triste ir y venir de cuerpos.


-Servatrix...

Tomando el pulso a una mente herida, con su mano blanca temblorosa, pasó a la siguiente, casi chocándose conmigo, pero sin mirarme. Lasai sangraba mucho a pesar del torniquete, le estábamos perdiendo, y ella al principio dubitativa lo deshizo para comenzar a sanarle.

-Servatrix, ¿puedes escucharme?
-Sí... sí, sí. Dime, querido.
-Yo... -Lasai gruñía de dolor mientras una luz verdosa se filtraba en el interior de su carne -, quería saber cuántos daños exactos hemos tenido.

Ella me miró, condescendiente, triste, presionando hacia arriba con su labio inferior. Bajó la mirada, respirando profundamente y volviendo al trabajo.

-No lo sabemos bien. Ahora mismo Repar está tratando a los más graves allí fuera, pero creo que un tercio de las mentes ha muerto hoy -pausó -. Cincuenta y cuatro muertos, dos mentes críticas en las que he consumido ya casi toda mi energía, y cada minuto que pasa el número sigue creciendo - se tapó nariz y labios con su mano derecha, y contuvo las lágrimas -. Dos han muerto en mis brazos. Es... impotencia...
-Lo siento mucho... -la herida de Lasai comenzaba a cerrarse, y ella envió otra mente sana para acabar de curarle mientras caminaba hacia los dos más críticos -. Esto ha sido todo culpa mía.
-No es verdad. No eres perfecto, Mil Mentes, aún tienes que aprender cosas. Por eso estamos a tu lado. Hicimos las cosas mal, sí, pero las hicimos todos.
-¿Qué necesitas?

Ella abrió los ojos, sorprendida, girándose hacia un Social sin pierna que susurraba palabras ininteligibles, ocultando como podía su angustia. En aquellos días no tenía poder ni autoconfianza como para pedirla que se perdonara a ella misma.

-Yo no necesito nada, estoy perfectamente -no podía mirarme, seguía renovando el escudo que frenara la hemorragia -. Pero junto a la Sala de los Recuerdos hay varias mentes que no lo están, y deberías saber por qué. Si ves a Repar de camino dile que venga cuando pueda, no sé regenerar una maldita pierna. Social, no te mueras...

El camino se hizo triste, duro y solitario. Me encontraba rodeado de desconocidos de dudosa confianza, sitiado por un monstruo gigante que nos mataría en cuanto Invejo dejase de golpear con fuerza el diapasón. El sonido, otrora armonioso y constante en manos de Musik, ahora martilleaba mi cabeza dolida por los golpes. Sin embargo, tenía una idea, porque Eissen la tenía.
Todos los edificios sufrieron daños, pero podrían ser reparados en seguida que se estabilizasen los heridos. El joven Optimismo se sentaba en una roca, destrozado por la masacre, bajando la mirada cuando me volví hacia él.
Frente a mí podía distinguir de espaldas a Stille, Susurro y Razón junto a otros, de pie, y Luchadora, arrodillada y gimiendo con voz ronca. Eissen contemplaba la escena triste desde la distancia. Y yo sabía lo que iba a encontrar.
Con una chaqueta negra, de Luchadora, ocultaron las mentes el rostro sin vida de Humilde, pero no sus piernas, ni la sangre. No supe qué decir. Luchadora lloraba desconsolada. Razón cerraba los ojos, conteniendo sus sentimientos.

-Luchadora, amiga mía... -me quedé parado detrás de ella, con los brazos extendidos rozando el aire.
-Deberíamos recogerle ya -Eissen avanzó un poco, algo inseguro -. No hay nada que podamos hacer.
-¡Cállate! -Razón rugió de pronto del silencio, girándose hacia él, estremeciendo a Luchadora que apenas pudo cogerle para tranquilizarle desde el suelo -. ¿Qué hiciste tú para evitarlo? ¿Dónde estabas mientras los nuestros gritaban de agonía antes de morir? -entregó su yelmo sin brillo a Susurro antes de caminar hacia él, y ella sorprendida se quedó inmóvil, como todos -. ¡Te escondiste en El Palacio! ¡Sin luchar!
-Escucha, Razón, yo fui ahí...
-¡Calla! ¡Esto es culpa tuya!

Dirigió el dueño de la lógica su puño con rabia hacia el joven rubio, que lo esquivó con cierta facilidad. Eissen apenas podía hablar, concentrado esquivando los golpes directos. Impotente, el líder de las mentes le logró agarrar de los hombros y estrellarlo contra la pared de la Sala de los Recuerdos.

-¡No luchaste con nosotros! -sus ojos se humedecieron, víctima de la furia.
-¡Razón!

Su hermano Erudito apareció entre los que miraban, quieto frente a ambos, con ojos tristes y cansados a través de sus lentes. Razón respiró dos veces. Tres. Y con lágrimas en los ojos que intentó ocultar, soltó a Eissen con brusquedad, dio media vuelta y se fue.

-Lo siento. Por motivos que no quiero admitir, renuncio a mi puesto.

Se fue, dejándonos a todos en el silencio.

-Yo... -dudé -. Haced caso a Eissen. Llevaos el cuerpo.
-Mil Mentes... -Luchadora se giró, con los ojos rojos e hinchados, tratando de mirar una mirada que esquivaba la suya -. Espera, por favor...
-No pasa nada, Luchadora. Te comprendo. Pero debemos actuar y reponernos rápido.
-Yo...
-Te necesitamos en el frente. Anímate, por favor.

Tantos cadáveres merecían un homenaje. Todos quietos, tristes, en silencio frente a las dos tumbas simbólicas, oscuras, que se erigían sobre la tierra seca. Todos juntos, salvo Razón, que desde lo alto de una azotea contemplaba la escena. El repicar del monumento de Musik sonaba sin cesar, a cargo de los brazos fuertes de Invejo, que comenzaba a cansarse y pronto pediría el cambio. Una tumba para todos. Otra solo para él, solo para Humilde. Luchadora cavó un hoyo bajo el cielo encapotado, y sus gemidos se escucharon por todo el palacio, sobrecogedoras garras arañando nuestro dolor. Quiso hacerlo, y quien trató de pararla se llevó más de un golpe de pala. Por eso él tenía otra tumba, y por eso Luchadora lloraba en aquellas islas flotantes del primer nivel, entre el silencio de las mentes junto a ella, mirando la única tumba que reposaba allí solitaria.
Los estridentes rugidos de Grand Suffer, junto al sonido de la tierra rota empañaron el momento. El Diapasón sonó menos debido al cansancio, y el monstruo aprovechó para acercarse, demasiado. Todos aterrados pudimos sentirle bajo nosotros, rompiendo la tierra bajo el palacio y, para cuando Repar relevó corriendo a Invejo y renovó el sonido, Grand Suffer había hecho desaparecer toda la tierra alrededor de El Palacio al menos a cincuenta metros a la redonda, y todas nuestras estructuras se encontraban sostenidas por una columna delgada, haciendo que la mitad del territorio quedase suspendido en el aire. El extremo más cercano a las tumbas venció ante el peso de la gravedad. El pánico cundió, y sobrecogido actué, despierto por fin, viendo aquel monstruo girar en la distancia.

-¡Mentes del mundo! -una luz verdosa me envolvió, mis ojos se iluminaron y comencé a levitar -. ¡El enemigo amenaza lo último que nos queda! ¡Dadme todas vuestra fuerza!

Un torrente de energía blanco fluyó por cada una de los entes que allí había, envolviéndome en un aura nívea que movió y reparó cada piedra que allí se encontraba. Rodando hasta elevarse, las rocas desprendidas encajaron en cada lugar arruinado. Lo sucio, volvió a estar limpio. El Palacio volvía a erigirse como lo que era, nuestro último bastión de integridad, nuestra filosofía, lo único que importaba en el mundo.

-¡Todos conocéis la idea que Eissen ha propuesto!
-¿Qué idea? -todos parecían tan extrañados como Erudito.
-Eissen... ¿No las has compartido telepáticamente?
-Yo, eh... no. No -Eissen vaciló -. Ahora voy.

Todos vieron lo que yo vi antes incluso que el entierro. Sorprendidos unos, alegres otros e incluso enfadados, todos callaron. Optimismo levantó la cabeza, recuperando el color.

-Puede que algunos no estéis de acuerdo, pero es lo que hay. Este suelo ya no es nuestro, nunca lo fue. Es hora de buscar nuestro hogar. ¿Sabéis lo que hacer?

Todos se movilizaron al instante, sabían que preparaban algo gordo. No sabían si era lo correcto, porque yo no lo sabía. No sabía si lograríamos llegar hasta el final, pero algo me decía que aquella opción era la única posible. Había hecho grandes cosas, y todas para nada. Debía buscar un nuevo hogar, había basado mi filosofía y modo de crecer en unos hechos que no dependían solo de mí, y debía trasladar el fin de todo mi ser a un terreno donde solo yo pudiera influir en él.
Y por eso amarraron cabos, montaron trincheras, prepararon los edificios para lo peor. Las cuerdas salían y salían de las habitaciones vacías para unir todos los edificios entre sí, de todas las maneras, porque iban a necesitar estar unidos.
Eissen y varias mentes contemplaban conmigo la bola dorada de Nadir, en su sala personal.

-¿Así es como vamos a escapar?

Eissen asintió mientras yo escrutaba el instrumento.

-Esto sirve para recoger energía de épocas pasadas donde no se usó, o incluso de momentos alternativos que nunca han ocurrido o van a ocurrir. Esa energía, unida a la que Mil Mentes posee en su cuerpo, debería servir.
-Pero Nadir está muerto...
-Por eso Mil Mentes la utilizará personalmente.

Grand Suffer excavó un agujero más profundo, esperando su próximo ataque. No podíamos estar siempre dependiendo de aquel sonido, por eso nos preparamos bien. Amarramos todo. Guardamos lo frágil. Formamos los grupos de defensa, preparamos nuestras armas y según la posición de cada una, cada mente hizo su propia cuerda de seguridad. Todo estaba preparado, y todos en silencio esperando mi orden. Respirando profundamente mirando aquel artefacto, hice el gesto a Eissen, cerró la puerta, toqué con ambas manos aquella esfera e inundada de una luz dorada, la habitación quedó completamente sellada, y mi conciencia se perdió entre el espacio y el tiempo, con el único propósito de... sacarnos... de allí.

La roca crujió, y gritó antes de deshacerse por un chorro de energía gigante que, surgido de la base del palacio, comenzó a hacer una presión terrible contra la pequeña columna que lo sujetaba. Abarcando los cuatro edificios, tres grandes pedazos de tierra se alzaron entre la destrucción, levitando como las islas flotantes, que comenzaban a sumirse en la incertidumbre. El Edificio Oeste y el principal se encontraban unidos por la misma roca propulsada, y el resto en dos independientes, que antes de coordinarse entre ellos obligaron a las cuerdas que los unían a tensarse demasiado. Todos extasiados contemplaban las vistas, el vértigo al saber que no había vuelta atrás. Todos los nodos se miraron entre ellos, nerviosos. Había diez metros de abismo entre los dos pequeños y el principal. Banderas verdes. Podían comenzar.
Cambió de dirección la enorme columna de energía, que comenzó a empujar, poco a poco cogiendo velocidad, a todos los edificios hacia el mismo lugar. Repar se estremecía cuando su puesto, junto al diapasón, en una esquina del abismo, cedió ligeramente y se agrietó, amenazando con caer. Pero no debía parar.

-Bien. Hasta aquí ha sido fácil -Optimismo miraba a Eissen, que en la puerta principal permanecía -. Pero, ¿qué vas a hacer luego?
-No lo sé. Hasta aquí sabía lo que nos encontraríamos.
-¿Vas a dejarlo todo al azar? ¿Tendrás alguna idea más, no?
-Os orientaré como mejor sepa. No puedo decirte más, compañero.

La tierra desértica pasaba a toda velocidad por debajo de nuestros pies, golpeada por la gran fuerza energética que unía el suelo con los edificios. Un extenso mar de sal estéril que nunca cambiaba y no parecía acabarse nunca. Razón, Luchadora, Musik y Libertad se agarraban como podían en la azotea del Edificio Norte, agarradas sus cuerdas por arandelas de hierro que allí colocamos. Lágrima Valerie, junto con cuatro mentes más, se encontraban dentro. Servatrix atendía como podía a los que aún continuaban heridos, como Social, y Stille y Susurro capitaneaban la defensa de la Sala de los Recuerdos. Erudito se encontraba en su laboratorio, con maderas clavadas en su ventana, mareándose. La mayoría de los efectivos se encontraban, no obstante, alrededor del edificio principal. El tiempo transcurrió; ninguna novedad, más que Invejo sustituyó a Repar mientras él unía de nuevo el diapasón a su nodo reparando la grieta. Poco a poco, de manera sutil, una niebla blanca y cada vez más densa comenzó a tapar la escasa luz que se filtraba de las nubes grises, impidiéndonos ver más allá de un par de decenas de metros.

-Odio la niebla. Odio las incógnitas -decía Eissen en voz alta para sí mismo.
-No te preocupes -Optimismo -. No pasará nada.
-Cómo se nota -dijo, sonriendo nerviosamente -, que eres quien eres.
-¿Por?
-¡Rocas a estribor! -un alarido que congeló nuestra alma y aceleró nuestro pulso.

Silbando poderosamente, una pared gigante de piedra casi roza la base de tierra del Edificio Oeste.

-¿Qué ha sido eso? ¡¿Qué pasa?!

Ante nosotros, separadas y presentadas cada pocos segundos, unas damas de piedra, rectas, regias y rígidas aparecían pocos metros antes de hacer sonar el aire. El Palacio se estremecía cada vez que una de ellas pasaba demasiado cerca. Envueltos por la niebla, confudidos, esperaron para atacarnos. Cada vez que una espada de piedra cortaba la niebla, conteníamos la respiración. Una pasó demasiado cerca por debajo, y todos temblaron por la sacudida, fruto del cambio de energía propulsora.
Entre el miedo y el pánico, la chaqueta de Eissen se agitaba por el viento, pero como un monolito de valor dio él un paso al frente.

-¡Recoged las cuerdas! ¡Disminuyamos nuestro tamaño! ¡Vamos a convertir este palacio en un barco del viento!

Toda la energía estaba siendo consumida por los propulsores, que comenzaban a desestabilizarse por la inseguridad, por eso todo el esfuerzo se haría de forma física. Todas las mentes que pudieron agarraron cada conjunto de cuerda con sus brazos y comenzaron a tirar hacia ellas, reduciendo la distancia de los nodos.
Una gran pared de piedra amenazaba con destruir por completo la Sala de los Recuerdos. Eissen supo cómo ayudarme a virar el recorrido, mientras Optimismo le miraba con ojos apagados.

-¡Que babor levante todo lo que pueda las cuerdas, y que estribor las hunda!

Con la Sala de los Recuerdos alzada y la enfermería descendida, los edificios pudieron virar lo suficiente y la gran montaña vertical pasó de largo. Invirtió el proceso para recolocarnos en trayectoria, pero apareció otra gran roca entre la niebla que solo podríamos pasar por arriba. Todas las mentes contuvieron el aliento cuando aumenté la potencia, y por poco pudimos superarlo.
Por demasiado poco. Un ruido seco estrelló la roca base con la dama que allí reposaba, y una tremenda sacudida desequilibró a todos. Eissen se levantó, evaluando daños. Todos estaban vivos y solo una grieta en el palacio, pero había algo raro en todo. Valerie en seguida lo supo. Razón vio el extremo de una cuerda que se perdía en la niebla. Repar gritaba, agarrándola y tirando de ella con su brazo robótico. En el aire no había nada, solo griterío, porque El Diapasón había desaparecido, separado por el golpe e Invejo colgaba de su cuerda de salvamento.
La tierra se estremeció. Se retorció en la incertidumbre de la niebla, y una explosión nos encogió las pupilas al confirmar que había vomitado a su parásito. Un rugido estremecedor asoló nuestros corazones, y si aquellas rocas no fueran suficiente Eissen tuvo un reto más de coordinación, en medio del pavor y los gritos de pánico.
Las cuencas aterradoras, los ojos negros de Grand Suffer podían distinguirse entre la niebla blanca a nuestras espaldas. Invejo tocaba tierra, asustado y con su mano en el corazón, diciendo que El Diapasón se había perdido. Rugía el monstruo a nuestras espaldas mientras las mentes impotentes luchaban por esquivar las montañas. Comenzó a aumentar su velocidad, a asomar las primeras sombras de sus tentáculos, tanteando. Cargó contra nosotros, pero nuestros ataques le repelieron, y se chocó de costado contra una de las damas que por allí pasaba. El Edificio Norte era el punto más cercano a él, y sus tentáculos, poco a poco, comenzaban a acercarse.

-¡Eissen! -Nuutslag señaló una extraña forma que se formaba en la niebla que comenzaba a disiparse -. ¡Mira!

Cada vez podía verse más a lo lejos, y no parecía haber más rocas en nuestro camino. Al fondo, parecía erigirse una única e increíble montaña, de altura y anchura indeterminadas. Eissen entrecerró los ojos junto a un Optimismo asustado, y mientras decenas de refuerzos se preparaban para el combate en la retaguardia, pudo distinguir lo que parecía una cueva en el centro de aquel muro.

-¡Es el túnel! ¡Es el túnel del fin del mundo!
-¿Qué vamos a hacer? -preguntó un Optimismo desconfiado.
-¡Lo cruzaremos, es nuestra vía de escape contra ese monstruo!

Una sacudida sin igual desequilibró hacia atrás a las mentes. Con fuerza inmensa, los tentáculos de Grand Suffer lograron adherirse a la azotea del Edificio Norte, y lo arrastraron hacia abajo tensando al máximo cada cuerda e inclinando hacia atrás al resto de edificios. Luchadora y Razón capitaneaban un ataque imposible frente a la sombra de los colmillos de marfil. Ella no quiso hacerlo notar, pero estaba llena de tristeza y terror. Algunas cuerdas se rompieron, y vencido por el peso el nodo descendió un metro más. Libertad batalló con Razón por su vida esperando refuerzos, pero estos no llegaban. Miraban desde la base del edificio principal, con ojos de desconcierto, sin actuar. Un tentáculo menor consiguió agarrar a la joven maga, y la engullió sin miramientos. Sus garras intentaban posarse en las ventanas, donde le llovían ataques. Luchadora intentó cortar un tentáculo, pero un golpe casi la fuerza a depender de su cuerda de salvamento.

-¡Por dios, Eissen, ¿por qué nadie se mueve?! -Optimismo les miraba, incrédulo -. ¡Hay que hacer algo!

Las pupilas de Eissen eran dos pequeñas islas en un gran mar de azul. Poco a poco, El Palacio se acercaba hacia aquel túnel, pero no lo iba a conseguir si el Edificio Norte arrastraba al resto al abismo.

-El monstruo se ha adherido completamente a ellos. No podremos despegarle sin sufrir demasiadas bajas -un alarido indicaba otra muerte mientras todos miraban -. Si no hacemos nada, todos moriremos. Hay que cortar las cuerdas.
-¡¿Qué?! ¡Hay siete mentes vivas en ese edificio!
-¡Y en los otros hay más de cien! ¡Debemos conseguirlo cuantos podamos, y un sacrificio pequeño nos garantizará la supervivencia del...!
-¡Hay más formas! -rugió, mirando con el corazón a Luchadora, Razón y Valerie, y girando su cabeza, cortó su cuerda de salvamento con su maza y se anudó otra de repuesto que allí había -. ¡Si nadie va a moverse, dame unos segundos para intentar salvar a mis amigos!

Agarró de pronto la pistola de gancho de Susurro y se lanzó al vacío con el grito de Servatrix que estiraba las manos en el aire tratando de cogerle. Con un golpe seco aterrizó en la azotea empinada hacia las fauces de la bestia que poco a poco se asía con más fuerza. Sus pupilas se petrificaron durante un segundo. Razón yacía apenas consciente en el suelo. Luchadora tiraba de él tratando de vencer la cuesta, rompiendo su cuerda de salvamento con la espada negra. Debía actuar.
Avanzó como pudo hasta ellos, y puso la pistola de Susurro en las manos de la mujer.

-¡Sálvale!

De lo no planeado, surgió un tentáculo que golpeó de lleno en la cabeza de la guerrera, enviándola por los aires, a ella y la pistola, tirando al joven Optimismo al suelo. Inconsciente, Luchadora sin salvavidas patinaba por el pavimento, que aún más el monstruo había empinado. El joven, esquivando un golpe de tentáculo rodó hacia ella, dejándose deslizar para agarrar la cintura de la muchacha, cuando su propia cuerda dijo basta y le frenó allí mismo, agarrando por los pelos a la joven de la muñeca. Tentáculos intentaron atacarle y a mazazos desesperados se defendía, y una explosión proveniente de dentro atrajo la atención de aquel monstruo primario. Valerie se encontraba allí, agarrada de un saliente que apuntaba directamente a la puerta.
Fue rápido. Alzó la muchacha hasta su altura, y clavando su maza en el cemento y enganchando su ropa a sus pinchos, se deshizo el nudo de su cuerda para atárselo a Luchadora, y la empujó fuera, suspendiéndola en el aire para que quedase en una zona segura. Se hizo la oscuridad, poco a poco. Sobrecogido el chico, extrañado el monstruo, estaban comenzando a atravesar el túnel que les sacaría de aquel mundo.
Un pequeño golpe contra sus paredes desenganchó al joven de su arma y le empujó al borde de la azotea, donde una barandilla enana salvó su vida y le otorgó la pistola de Susurro. Un tentáculo cortó la cuerda de Razón, y él corrió para frenar su cuerpo. Grand Suffer volvió la vista hacia arriba, donde el chico disparaba la pistola enganchándola a los pies de Eissen y atrapó la herramienta en el cinto de Razón. Una estalagmita se estrelló contra la Sala de los Recuerdos, y el golpe desequilibró a Valerie, soltándose y haciéndola salir por la puerta y dejarla colgando como un péndulo hipnotizante en los ojos de la gran bestia.

-¡No! ¡Bastardo! ¡Aquí! -se desgañitó -. ¡Mírame a mí!

Molesto por los gritos y por los golpes, el monstruo preparó el suyo, y con pura contundencia acertó en el cuerpo del joven, que se estrelló contra el pavimento y quedó inerte, cubierto de sangre. Prosiguió el monstruo, abriendo la mandíbula hacia Lágrima, y ella aceptó su destino cuando dos mujeres, el silencio y la palabra, aterrizaron con fuerza brutal sobre los tentáculos principales de Grand Suffer y los cercenaron, con tanta rapidez que otros dos tentáculos que fueron a socorrerlos no lograron evitar que el monstruo cayera a lo más profundo de la cueva, pero sí las golpearon, y las enviaron al vacío con él. Stille logró agarrarse a una estalagmita. Susurro no tuvo tanta suerte. Abandonadas en mitad de aquella cueva mientras El Palacio seguía su rumbo, vieron las dos cómo la bestia se estrellaba contra la piedra, cómo rompía todo en su paso con aquel cuerpo, cómo hacía vibrar por completo aquel túnel oscuro.

Eissen contemplaba anonadado el cuerpo inerte de Optimismo desde la lejanía, mientras decenas de mentes aterrizaban en el nodo norte para rescatar a los heridos y reestablecer la inclinación de los edificios. Cada vez el túnel era más oscuro, pero una luz blanca podía distinguirse a los lejos.

-¡Eissen, Susurro y Stille han derribado al monstruo, pero han caído a la cueva!
-¿La bestia está muerta?

Mil ruidos y quejidos provenieron de las paredes alrededor de El Palacio, que aminoraba el ritmo para rescatar a las rezagadas. Mil ruidos... mil quejidos...
La primera roca que cayó del techo lo hizo en forma de explosión, cayendo a plomo sobre el suelo y destrozando todo relieve que pudiera haber. El resto de rocas comenzarían a caer segundos después. El principio del túnel, cuya luz aún podía verse, comenzó a ceder.

-¡Derrumbamiento!
-¡Aumentad la marcha! ¡Toda la energía! ¡Debemos salir aquí cuanto antes!
-¡Señor, ¿y las muchachas?!

Con sus iris azules el joven vio a las dos figuras, que corriendo una por la pared y otra saltando sobre las irregularidades del terreno, era completamente imposible que saliesen de allí con vida.

-¡No podemos esperarlas, moriríamos! ¡Avante toda!

El Palacio se marchó, dejándolas atrás, pero no dejaron de correr. Las rocas caían por todas partes, y poco a poco aumentaban de tamaño, y las paredes gritaban auxilio partiéndose en numerosas grietas. No podía escucharse nada debido al estruendo. Y en medio de ese estruendo apareció, como ya lo hizo otras veces. Grand Suffer, aturdido y malherido, apartó los escombros a su alrededor mientras veía cómo su presa se iba a escapar finalmente de sus manos. Con un bramido aterrador alzó el vuelo, dispuesto a no dejar nada vivo en su nuevo reino.
Stille miró atrás, nerviosa, intentando acelerar un paso que no la acercaría más hacia el palacio que se iba. Susurro corría por una zona elevada, cuando una gran roca se estrelló metros por detrás de ella y su suelo comenzaba a agrietarse y deshacerse.
El Palacio lo conseguiría. Volaba rápido, esquivando los obstáculos, consiguiendo que la luz se hiciera más y más notoria, pero aquel monstruo continuaba vivo y Eissen como todos vivía una pesadilla en vida. Chocaron con un escollo, y las tumbas de las mentes fallecidas en la anterior batalla, las dos, quedaron destruidas, rompiéndose su esquina de tierra y perdiéndose en la oscuridad. Miró a las muchachas que se perdían a lo lejos, convenciéndose de que la vida de la comunidad era más que aquellas dos, y aquellos a los que casi mata con el Edificio Norte. La grieta final era una realidad, podían ya distinguir algunos colores, el túnel se acababa y los supervivientes ya miraban al nuevo futuro... cuando todo se paró.
Suspendido en el aire por un chorro de energía verdosa, El Palacio y sus edificios se encontraban inmóviles a escasas decenas de metros del final de la cueva.

-¿Qué pasa? ¿Por qué paramos? -gritaba Eissen.

Mi cabeza no era Eissen del todo, al fin y al cabo. La moral de las otras mentes consiguió hacer presión contra la suya, y yo, que era uno con El Palacio y con el entorno, frené en seco porque creía en ellas. Creía en una salvación sin sacrificios innecesarios.
Stille continuaba corriendo a toda velocidad por la pared izquierda del túnel, esquivando como podía las grietas que no paraban de formarse, pues la cueva se estaba viniendo abajo. Las rocas que caían eran gigantes, y constantes. Medio túnel había sido derruido, y Susurro saltaba en el aire corriendo por las grandes piedras que caían, y sus piernas ágiles la estaban haciendo ganar altura. Pero como una locomotora descontrolada, el rugido de Grand Suffer constreñía el corazón, volaba a toda velocidad, completamente desbocado hacia el objetivo que se le escapaba. No tuvo ojos para la cueva, solo para El Palacio, que provocativo se había parado en un alarde de estupidez. No vio aquella roca sobre él, ni tampoco el resto de la cueva a sus espaldas que ya se derrumbaba a un ritmo insalvable. Con un rugido en sus colmillos, el monstruo gigante selló su destino, sepultado entre las rocas del cambio.
Todas las mentes lo vieron, con la mano en la boca y el corazón en un puño, mientras Stille sufría por ganar altura, y Susurro por no morir sepultada en su próximo salto. Una roca tremenda, la última, comenzó a crujir justo encima de los edificios, y pronto caería como las otras matándolos a todos. Las chicas se acercaban, y aquella roca gigante comenzaba a vencer.

-¡Por toda la energía de este mundo, Mil Mentes, apártanos de aquí! -Eissen gritaba, impotente.

Stille contó. Uno, dos... cogiendo fuerzas de las pocas que le quedaban saltó de donde se encontraba, aterrizando en el pedrusco que caía donde Susurro se encontraba, empujándola y salvándola de un derrumbamiento que la habría matado, aterrizando las dos en otra piedra, que caía, que caía, y El Palacio frente a ellas comenzaba a perderse ganando altura...
Los dedos débiles de Susurro lograron agarrar los de su compañera, y luchando para que el sudor de su mano derecha no la escurriese de su látigo, había conseguido enredarlo en la maraña de cuerdas que unían el Edificio Norte con otro, y con Repar agarrándolo del otro extremo para que no cayese, los edificios comenzaron a avanzar mientras la gran roca que finalizaba el túnel caía, rompiendo de milagro solo la esquina izquierda del nodo norte.

-¿Cómo? ¿Que estás escapando de tu mundo? Vamos a ver, ¿qué es eso de tu mundo y por qué escapas? -Faro preguntaba extrañada en el metro, cuando volvíamos de la universidad hacia casa.
-He basado toda mi realidad y crecimiento en un hecho que ha sido mentira. Ahora mismo no sé qué pensar, si todo lo que he hecho ha sido inútil, si es todo falso... lo que sé es que el suelo donde he madurado no es mío, y quiero uno que sí lo sea.
-Ah... -fascinada y extrañada, la chica preguntaba -. Y, ¿crees que vas a conseguirlo?
-Ojalá...

Los tres trozos de tierra comenzaron a perder altura, y la energía que les impulsaba decrecía y decrecía. Rasgando el terreno, agrietándose las paredes y rompiéndose las ventanas, El Palacio aterrizaba en la tierra seca, arrastrándose con gran velocidad que comenzaba a perder, hasta detenerse por completo, y reinar por completo el silencio.

-Ojalá.

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